La época de oro de estos libros quedó atrás. Fueron un instrumento indispensable. Hoy, en muchos casos, son un lastre para la educación.
Antecedentes
Los libros de texto gratuitos para la educación primaria en México han sido objeto de debates, alabanzas, críticas y censuras. La inmensa mayoría de las discusiones se refieren al contenido de los libros de historia, principalmente, y luego de ciencias naturales. Quienes critican los libros dan por sentado que los niños van a grabarse en la mente todas y cada una de las palabras impresas. La misma idea han tenido los autores de los libros a lo largo de las décadas: los maestros deben saber y los niños aprender todo lo que está escrito. En la Tabla 1 se presenta una síntesis de las familias de libros de texto que han sido puestas en manos de los niños.
Se han agrupado los libros de texto en familias a partir de los primeros (1959-1964), cuando el presidente López Mateos instruyó a Jaime Torres Bodet para que organizara la elaboración de libros de texto de primaria para todos los niños de la República, en 1959. Se creó, entonces, la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg) y se puso bajo la égida del notable escritor Martín Luis Guzmán, quién además fue responsable de la supervisión y factura de los libros de texto. Llamó para ello a los maestros más eminentes. En 1964 se había completado la colección para los seis grados de primaria.
Llama la atención que las materias a desarrollar sean siempre las mismas en todas las familias. Español (E), matemáticas (M) y ciencias naturales (CN) están prácticamente en todos los grados. Lo que cambia mucho de familia a familia es la manera en que se desarrolla el contenido.
La segunda familia se realizó dos sexenios después. Víctor Bravo Ahuja era el secretario de Educación y a mí, como subsecretario de Planeación, me tocó coordinar la elaboración de los nuevos libros, entre 1970 y 1976. Nuestra crítica era que en la primera familia solo habían participado maestros. Por ello, creamos cuatro equipos multidisciplinarios, formados por científicos y maestros, para elaborar los textos en cuatro áreas: matemáticas, español, ciencias naturales y ciencias sociales, con un matemático, una lingüista, un biólogo y una historiadora a cargo de cada área. Además, se desarrollaron libros de lecturas para los seis grados.
Para la tercera y cuarta familias se contrataron equipos de autores por materias; algunos llegaron por concurso, otros por designación. Se cancelaron las ciencias sociales, que se convirtieron de nuevo en historia, geografía y civismo. Las ciencias naturales siempre han estado integradas en un libro por grado.
En relación con esta visión de conjunto, se pueden hacer las siguientes observaciones generales:
1. Solo en el periodo de la primera familia se dedicó el primer grado completo al español, es decir a aprender a leer y escribir;
2. En la segunda, tercera y cuarta familias, el primer grado está lleno de libros: cinco, tres y seis, respectivamente;
3. Nunca se compararon los libros de una familia con los de otra, y menos se hicieron pruebas de campo para ver su utilidad;
4. No se hicieron valoraciones sobre las fallas de cada libro, para corregirlas;
5. En cada sexenio, los libros se implantaron por decreto;
6. En el sexenio del presidente Zedillo, los libros se hicieron tamaño carta, en papel bond. Se volvieron mucho más bellos;
7. Siempre se hicieron con prisas, porque un sexenio es escasamente suficiente para llevar a una generación completa de primero a sexto grado;
8. En los sexenios correspondientes, hubo muy débiles esfuerzos de capacitación de maestros en el manejo de los nuevos libros de texto;
9. En ningún sexenio hubo una buena coordinación con las escuelas normales, que siguieron por su lado, sin enseñarle a los alumnos normalistas —futuros maestros— los contenidos y metodologías de los libros de texto.
Los libros son excesivos
En la Tabla 2 se muestra, desagregada, la cuarta familia según el número de lecciones y de páginas de cada libro. Puede observarse que, para cada uno de los primeros tres grados, hay seis libros, y para los últimos tres, ocho.
Es imposible que los niños y niñas de primer grado —con seis años de edad— aprendan a leer y escribir con soltura si tienen que manejar seis libros de texto. No dudo que haya maestros eminentes que omitan los libros y les enseñen a escribir y leer haciendo bolitas y rayitas y luego tarareando sílabas. Para un maestro de este grado, los seis libros de texto son el estorbo más grande. En la Tabla 2 se observa que el número de páginas a cubrir en el primer grado es de 776, y el de las lecciones de 180. Si se abarcaran todos los libros, casi no alcanzarían los días efectivos de clase para digerir ¡180 lecciones, una por día!
En segundo y tercer grados, ¿qué puede hacer un maestro? Por ejemplo, proponerse una lección por cada día de clase, terminar el español en 14 días, dedicar los siguientes 50 a las lecciones de matemáticas y así sucesivamente, lección tras lección. Esto es absurdo. Puede verse claramente que los libros están bien engarzados por grado, pero no por materia. Cincuenta lecciones de matemáticas por 14 de español en el mismo tiempo es una combinación espantosa. Nunca se pensó que el mismo maestro o maestra tiene que ver y enseñar todos los libros en el mismo año escolar de 200 días teóricos de clase, entre 150 y 180 días efectivos quizás, y esto si no hay paros ni huelgas.
Si ya no hay tiempo en los primeros tres grados, en los últimos tres la cosa se vuelve irrealizable porque, además, hay que enseñar geografía e historia. De 180 lecciones pasamos a 250, y las páginas por grado llegan a ser del orden de mil 200. Imposible. Nunca se cubre todo el material.
Los libros son ya contraproducentes
Lograr que todos los niños y niñas de México tuvieran libros de texto para estudiar fue, sin duda, un enorme avance en 1960. Los maestros los consideraban como auxiliares didácticos valiosos. En esa época existían muy pocos libros en el mercado y los que existían eran caros. Al transcurrir las décadas (por lo menos cinco), los libros de texto para primaria han pasado de ser auxiliares didácticos indispensables a convertirse en uno de los mayores obstáculos para mejorar la calidad de la educación en 2012. Una de las principales razones es que los maestros normalistas, cuando se hacen cargo de un grupo en primaria, no conocen en absoluto los contenidos de los libros de texto y tienen que aprenderlos de los libros de los niños. Durante más de 50 años, han ingresado al magisterio cientos de miles de maestros con ese hueco fundamental en su preparación. Los libros de texto han dejado de ser auxiliares didácticos para convertirse en la “biblia” de los maestros, que entonces ya no estudian más ni profundizan, lo cual estrecha la visión. Los libros son como pequeñas cárceles para la mente de los maestros.
Una segunda razón es que, a lo largo de 50 años, se ha desarrollado una industria editorial importante y se encuentran ya libros especializados en todos los temas que cubre la primaria. La creación de las bibliotecas de aula fue una buena idea que duró pocos años y se interrumpió por los cambios sexenales, como muchos otros proyectos. Esta riqueza no se usa ni en las escuelas normales ni en las primarias.
En lugar de contribuir a mejorar la calidad de alumnos y maestros, los libros de texto gratuitos son un estorbo grave para su desarrollo intelectual. Todo queda dentro de los estrechos límites del libro de texto.
Propuestas
1. Devolver al primer año de primaria su propósito primigenio: aprender a leer y escribir con soltura. En lugar de los libros que hay, elaborar un cuaderno de trabajo que guíe los ejercicios de los niños con la mano, primero, para que después comiencen a leer. Y terminar el año escolar leyendo con facilidad y gusto. La habilidad de leer y escribir con soltura es fundamental en el desarrollo de una persona. Es la base para aprender todo lo demás;
2. Reducir drásticamente los contenidos de los libros de primaria, para que al cabo de algunos años se conviertan en manuales y guías de estudio que sean usados con intensidad junto con las bibliotecas de aula. La mayor parte de lo que ahora se gasta en libros de texto para los niños deberá aprovecharse en comprar libros, impresos y electrónicos, para las bibliotecas de aula. El cambio debe ser gradual. Se podría pensar en dejar una línea de matemáticas, clara y sistemática, de segundo a sexto grados, sin repetir temas en los distintos niveles. Y dejar otra línea de español, pero con el sentido esencial de que los niños practiquen la lengua que ya saben. Para las demás materias se publicarían guías con los temas que se desarrollen a partir de los libros de la biblioteca de aula, con diversas versiones de los mismos temas.
Totalmente de acuerdo,la carga académica es excesiva ,para las escuelas oficiales y si hablamos de algunas escuelas particulares se trabajan libros auxiliares de editoriales diversas.
Ademas en los colegios bilingües se imparten clases formales de computación, siendo el quehacer educativo de la materia de español realizada en la mitad de tiempo que en las escuelas de gobierno.