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Antonio Santiago Juárez | 19.01.2012 | 0 Comentarios
José Vasconcelos soñó con una raza cósmica. El hombre blanco, creyéndose llamado a predominar lo mismo que las razas hegemónicas que le precedieron, servirá de puente para que todos los tipos y todas las culturas puedan fundirse, unión de los hombres en una quinta raza universal, fruto de las anteriores y superación de lo pasado.
Más allá de la raza y de los sueños de Vasconcelos, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Valores sobre lo que nos Une y Divide a los Mexicanos (ENVUD), 26% de los ciudadanos consideran que las razas o etnias separan a México. Al comparar tales cifras con los resultados de otras encuestas, puede afirmarse que nuestra nación, corazón de la pretendida raza cósmica, implica en su cultura una paradoja cuando la mayoría de su población al tiempo de ser morena, es en gran parte racista.
La Encuesta Nacional sobre Discriminación en México 2010 arroja que tres de cada diez mexicanos pondrían reparos para permitir que en su casa vivieran personas de una raza distinta -dos de cada diez no lo permitirían en absoluto. Además, el 20 por ciento de las personas de nivel socioeconómico muy bajo han sentido que sus derechos no han sido respetados por su color de piel, y cuatro de cada diez mexicanos opinan que a la gente se le trata de forma distinta, según el tono de la misma.
En México, 64% de la población se considera morena, mientras que otros porcentajes califican el color de su piel con eufemismos tales como canela, café, chocolate, quemadita, bronceada o apiñonada. A partir de estos datos puede aquilatarse la importancia y el valor de la campaña emprendida por el CONAPRED y por la agencia 11.11 Cambio Social, en su tarea de hacer visible el racismo en México.
En un video colocado en Youtube como parte de dicha campaña, un grupo de niños y niñas opinan sobre dos muñecos bebé, uno moreno y otro blanco. Cuando se les pregunta cuál es el muñeco bueno y cuál el malo, el primero despierta en todos los niños desconfianza. ¿Por qué es malo? Porque “peca” responde uno de ellos tapándose apenado la boca. Por el contrario, el segundo muñeco es objeto de adjetivos positivos. Aunque la mayoría de las y los niños entrevistados tienen la piel morena, “mi espalda y mis piernas son blancas”, responde una de las pequeñas entrevistadas.
¿De dónde viene, en niños de tan corta edad, la necesidad de distinguirse así sea imaginariamente, del muñeco cuyo tono de piel carga con los adjetivos negativos? Gran parte del problema podría tener que ver con el contenido difundido por los medios electrónicos de comunicación y por la publicidad de las empresas. A ningún niño debe escapársele el hecho de que la visibilidad en los medios pasa necesariamente por el color de la piel.
Este efecto de los medios fue detectado hace más de una década en Canadá, cuando el Consejo de Relaciones Raciales de Publicidad encargó un estudio para averiguar el estado de las minorías. Se encontró que ascendían a 5,7 millones de canadienses, 17,7 por ciento de la población para el año 2001. También se encontró que la mayoría de los ciudadanos estaban dispuestos a ver a las minorías en la publicidad, lo que ponía a la opinión pública un paso adelante respecto de los ejecutivos de los medios de comunicación. Como resultado de ello, el Consejo inició una campaña publicitaria para crear conciencia y en la actualidad la situación ha mejorado mucho. Aquí en México, no son las minorías las desplazadas de los medios de comunicación.
Sin embargo, más allá de la publicidad, el origen de la discriminación podría tener que ver tanto con una muy mal enfocada agresividad natural al ser humano, como con estrategias sociales por mantener la desigualdad: alguien gana con la discriminación (aunque a la larga todos pierdan).
Respecto a la primera, son muchos los que parten de la angustia fundamental de identidad para entender nuestro comportamiento agresivo. Así lo creyó Hegel con su Dialéctica del amo y del Esclavo: si el deseo humano es diferente al deseo animal, lo es porque el primero desea no una cosa sino un deseo, el deseo de otro. El “yo” desea que el otro le reconozca y en última instancia, que se le someta en el sentido de un reconocimiento pleno a fin de que su identidad nunca más se encuentre en entredicho. El encuentro entre dos deseos es por tanto una lucha a muerte ¿cuál de ambos vencerá? ¿Con qué artilugios? Por fortuna, como lo indican las encuestas antes citadas, a mayor educación corresponde una mayor tolerancia a quienes son diferentes. Un mayor respeto a la otredad.
Pero la discriminación también implica una estrategia de competencia por los lugares y los bienes “escasos”. La historia de la humanidad es la de la dominación del hombre por el hombre y la explotación resultante pasa por hacer creer al otro su natural inferioridad: la de los judíos por su traición, la de los infieles por el pecado, la de las razas por sus pretendidas taras. Durante el imperio belga los libros de texto en el Congo enseñaron a los niños que la esclavitud les era impuesta “bíblicamente”, maldición a Cannán y a su descendencia –los hombres de raza negra- por Noé, su padre. ¿Cómo podemos invadir tu territorio si no partimos de una distinción radical entre conquistadores y conquistados?
Pero a la larga, con la discriminación todos pierden porque genera desigualdad y esta última, violencia. Hace diez años, en el documento presentado por la Comisión de Estudios sobre la Discriminación como resultado de sus investigaciones, mediante el cual se propuso la creación del CONAPRED, Gilberto Rincón Gallardo subrayaba que la discriminación entraña un círculo pernicioso en el que el prejuicio y la vulnerabilidad se retroalimentan. Entre más discriminación, más pobreza y desprecio, y a mayor desprecio, menos oportunidades de realización para las personas. “Los grandes rezagos en desarrollo humano están impidiendo la ampliación de las opciones de las personas en todas las esferas y fomentando una descomposición progresiva del tejido social y un enorme desperdicio de energía y recursos humanos”.
La discriminación reduce, asísla, soslaya. A través de ella se profundiza la desigualdad que, según estudios realizados por el Banco Interamericano de Desarrollo, se encuentra en el origen de la violencia vivida por las sociedades latinoamericanas. La eliminación de tal violencia pasa necesariamente por la eliminación de las desigualdades, justificadas en gran medida en razón del tono de la piel o de la clase social, practicadas en función de un racismo ejercido por unos mexicanos sobre otros, por el cadenero del antro, por instituciones que pagan bajos salarios a los trabajadores de intendencia (mediante el outsourcing tan recurrido), por programas sociales regresivos o por funcionarios racistas encargados de instrumentarlos.
Puede ser que el sueño de una raza universal anhelado por Vasconcelos jamás llegue a cumplirse y ojalá así sea: los seres humanos seguiran empeñados en diferenciarse y harán bien. Lo que no puede permitirse es que tales diferencias den lugar al menosprecio y a la marginación, a privilegios ilegítimos y en espiral, a la negación de las oportunidades a las que todos los mexicanos tenemos derecho.
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