En una conversación con el profesor Christian Campbell, en el teatro del Hart House de la Universidad de Toronto, el poeta Derek Walcott afirmaba que para la literatura del Caribe el paisaje resultaba ineludible. Decía que al vivir allí era imposible no amar el sol, el mar o dejarse ir por las ganas de zambullirse en las olas. La naturaleza prodigiosa condicionaba las vidas y la expresión de sus habitantes. Por lo mismo, en toda la literatura caribeña, el paisaje resultaba una presencia constante. Walcott afirmaba esto ante un público fascinado por la visión del Premio Nobel, que imaginaba el cálido paraíso deseable y lejano. Para el público canadiense, el discurso tropical equivale a sensualidad abierta, a una vida exterior, contrapuesta a la interioridad del invierno. Sin embargo, el elemento que rige la expresión literaria y artística de Canadá es igualmente el paisaje. En un país en el que el clima y la naturaleza son muy determinantes y que en ocasiones presentan dificultades en la vida cotidiana, surge el enfrentamiento del hombre con un entorno amenazante.
Wildlife 5, de la serie “Wildlife”, Ximena Berecochea, 2009.
El último trabajo de la fotógrafa Ximena Berecochea (Ciudad de México, 1968) fue realizado en el contexto de un grupo de exposiciones acerca de la vida salvaje, en la ciudad de Toronto, donde ella reside. En la serie, Ximena Berecochea toma las marcas de piquetes de mosco en la piel de varios individuos que posan frente a reproducciones de paisajes. La serie tiene un tratamiento tonal muy suave de forma tal que la marca de los moscos es un elemento importante en los valores de color de las fotografías.
Tradicionalmente la fotógrafa ha dedicado su trabajo a la fotografía construida, cuestionando las relaciones de la naturaleza y la realidad en esta, especialmente en expresiones ampliamente explotadas como el paisaje y el retrato. Esta serie no es la excepción. En el trabajo, Ximena Berecochea presenta una suerte de fotografía de paisaje en el cual la figura retratada posa frente a un panorama simulado ya sea en óleos o en tapices antiguos. Siguiendo la línea de los fotógrafos pictorialistas, las fotos de Berecochea evocan en más de una forma la estética pictórica renacentista. El tratamiento de la luz, los colores y posiciones de los sujetos retratados podrían estar en un lienzo de la época. La naturaleza en los cuadros está en el fondo de forma simulada; los sujetos son el relieve de un panorama delicado, inmóvil, controlado. Posan inertes frente a las olas, los bosques, los rosales, frente a una vegetación ordenada e inofensiva que no los toca. La naturaleza es una cortina de formas tras de la cual no hay nada que temer. Las bestias agazapadas, la tormenta que revienta los muros o la nieve que los sepulta no caben en el panorama bidimensional dibujado. El mundo en el que estos sujetos viven es un universo de contemplación, donde los espacios y los elementos del paisaje son ideales en relación con un individuo dominante. El mundo está sometido ante el poder del hombre, que lo controla, se antepone y avasalla; distraídos, los modelos ignoran su presa. No prestan atención a los peligros que se ocultan tras el monstruo sometido. Posan abandonados a la imagen, al retrato que aceptan conscientes pero que pretenden ignorar. Es así que la naturaleza que Berecochea usa como fondo, más que una simulación es un síntoma que acompaña al modelo, como el retrato de una bestia domesticada. La representación del entorno lo conjura y somete como si al nombrarlo en la imagen lo despojara de su poder.
La clave de la historia está, obviamente, en la marca de los moscos sobre estas pieles pálidas. El objeto central de la fotografía es la evidencia de una intrusión; en un paisaje falso donde la naturaleza aparece simulada, la piel de los sujetos en las fotos son el campo de expresión de una naturaleza que rompe en la seguridad y el aparente desinterés de los modelos. Los piquetes de mosco son una muestra de la falla, de un accidente que refleja que el dominio de la naturaleza no es total y que el paisaje finalmente no se somete al individuo sino que en cualquier momento regresará con su fuerza original. Es así que las fotos de la artista reconocen el poder del entorno, más allá de su contención. La condición que Walcott mencionaba en su conversación en el Hart House de Toronto y que es igualmente evidente en el arte canadiense, se expresa en un elemento mínimo de las fotos de Ximena Berecochea; la fuerza del mundo se presenta en una pequeña fisura, en una breve hinchazón de la piel que, de tan pequeña, casi no se nombra.