Captada hacia 1907, en la instantánea aparece un Alfonso Reyes sin fisuras. Durante los próximos años, se convertirá en el miembro más joven del Ateneo de la Juventud, dormirá con una 30-30 sobre la cabecera, lo divorciará de cualquier actividad política el inicio de la Decena trágica y viajará al exilio voluntario con su esposa y un hijo recién nacido. El muchacho aún no lo sabe. Rodea los 18 años y acaba de debutar en la vida literaria de la Ciudad de México con un soneto en Savia moderna, revista que preludia el abandono de los hábitos intelectuales de los bohemios decadentistas.
Invento inglés de mediados del siglo xix, porta un bombín que alcanza su fama de redonda cúspide a comienzos del xx, objeto cotidiano que se transforma en una reliquia e incluso un fetiche varias décadas después. Los desarrollos circulares acompañaron a Alfonso Reyes a cada paso: desde su propio nombre ya “conocía la o por lo redondo”. Extensión y contorno de su estilo, el bombín que lo corona recrea su sintaxis: se descubre la cabeza para aclarar las ambigüedades y subrayar la cortesía.
En los objetos que cercan a Alfonso Reyes se anuncian las aspiraciones porfirianas y la tradición militar de la familia: un busto de Napoleón lo observa, mientras el paisaje atrapa su retina: los ojos se lanzan hacia la calle o hacia el punto de luz señalado por el fotógrafo. Detrás de la rigidez del corso, eco de la disciplina y autoritarismo del general Bernardo Reyes (Alfonso Reyes recuerda esta escena: “–¿Qué dice el poeta? —me saludó cierto amigo de la familia. –¡No! —le atajó mi padre—. Entre nosotros no se es poeta de profesión.”) aparecen dos miniaturas, probablemente ninfas, al gusto de la belle époque: el mundo griego que acompañará a Reyes desde su inicial estudio sobre las “Electras”.
Pero de todo lo sucedido en esos años en la vida de Alfonso Reyes y en el desarrollo de la cultura mexicana, quizá lo más importante sea la llegada y el encuentro con Pedro Henríquez Ureña, cuyo magisterio podemos conocer a través del epistolario que compiló José Luis Martínez. Alfonso Reyes siete años después, en pleno 1914, le escribe a Henríquez Ureña desde París: “Has sustituido mi conciencia”. La obra del pedagogo ha sido completada. Sin embargo no solo la imperativa guía del dominicano opera un cambio radical en Reyes, uno a uno se suceden el ocaso del régimen de Porfirio Díaz, la muerte del general Bernardo Reyes y el comienzo de la Primera Guerra Mundial, una sustitución de conciencia que nadie esperaba, un “disparo en el engañoso silencio”, de la belle époque. ~
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JORGE MENDOZA ROMERO (Puebla, 1983), escritor y traductor. Egresado de la licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica y de la maestría en Literatura Mexicana, por la BUAP. Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla. Ha publicado en revistas como Alforja, Tierra Adentro, Círculo de Poesía, Casa del Tiempo, Biblioteca de México y La Gaceta. Es coautor de La luz que va dando nombre. Veinte años de la poesía última en México 1965-1985 y de El oro ensortijado. Poesía viva de México. Ha sido coordinador de la Cátedra Alfonso Reyes del ITESM en el Campus Puebla. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en la disciplina de ensayo. Actualmente coordina la Enciclopedia de la Literatura en México FLM-Conaculta.