¿Qué criterio usar para proponer una lista de quince obras del repertorio musical mexicano para llevar a una isla desierta? Está, desde luego, el de las más tocadas, conocidas y apreciadas. Inútil, porque no todas las que se pueden proponer con ese criterio las conozco ni son las que más me gustan. Otro podría ser el de la importancia, medida en términos de la complejidad y profundidad, al compararlas con las grandes obras del repertorio universal. Inútil también, porque, además de ser totalmente discutible, desde algún rincón del corazón algo me dice que no se trata de eso, que no es justo, que no importa y que si me importa estoy mal: la buena música mexicana, la que me gusta, pues, parecería no haber sido escrita para demostrar nada a nadie. El criterio que usaré entonces, y la razón para escoger y llevar música mexicana a ese lugar, será el siguiente: además de las inevitables asociaciones y experiencias personales relacionadas con ellas, hay piezas de autores mexicanos que, independientemente de sus excelencias o defectos técnicos, tienen la virtud de recordarme algunas características más o menos universales de lo humano pero en su versión mexicana (sobre todo de otro tiempo) que sin duda extrañaría muchísimo en aquel imaginario lugar. La amabilidad, la suavidad en el trato, pero también la rudeza, el humor, el ingenio, la abnegación ante la severidad de la vida, el carácter, el valor, la fantasía, el misterio de lo indígena y lo prehispánico, la pobreza, la inteligencia, la buena educación, la modestia, la alegría, el amor al variadísimo paisaje, el color, una particularísima forma de ocultar o mostrar la antipatía, o de despreciar o apreciar el sufrimiento y la muerte, más tantas otras características de lo mexicano que, de haberlas conocido, igual hubieran hecho a Beethoven preguntarse (preguntarse no más) si acaso se estaría tomando demasiado en serio.
1 “Balada mexicana”, de Manuel M. Ponce. Con refinadísimo tratamiento pianístico de un par de canciones mexicanas, Ponce construye un conmovedor y convincente discurso, extendido en un gran arco que recuerda las grandes composiciones de Liszt, especialmente el “Valle de Obermann”.
2 “Tema variado y final”, de Manuel M. Ponce. Obra de primerísima línea en el repertorio guitarrístico. Muestra otra faceta de este autor, más abstracta, de sabor un tanto español pero no por ello menos mexicana.
3 “Sensemayá”, de Silvestre Revueltas. Obra de gran riqueza armónica, rítmica y orquestal. Construida con elementos rítmicos y melódicos cortos, muy claros y sugerentes. Lo que le confiere, a pesar de su lenguaje disonante, una entrada al oído muy directa.
4 “Tierra de temporal”, de Moncayo. La evocación que hace esta obra de la belleza y el dolor de la tierra seca y su temporal alegría llega casi a un punto olfativo. De lo más hermoso de este autor.
5 “Concierto para piano y orquesta”, de Carlos Chávez. Obra de dificultad monumental que, pese a estar escrita en un lenguaje aparentemente cosmopolita, aquí y allá evoca el esplendor macabro de lo prehispánico.
6 “Leoncio y Lena” (ópera), de Federico Ibarra. Música entrañabilísima, de belleza melódica inusual en el siglo XX.
7 “Costeña” (para piano), de Eduardo Hernández Moncada. Obra difícil y brillante, de ritmo muy complicado y sabor agridulce, como un mango un poco verde.
8 “Concertino para órgano y orquesta”, de Miguel Bernal Jiménez. Obra que, pese a su lenguaje moderno, remite con gran colorido al pasado virreinal. Mucho tiempo fue rúbrica de Radio UNAM.
9 “Variaciones sobre un tema veracruzano y son”, de Ernesto García de León. Heredero directo de la gran tradición de jaraneros y soneros de su tierra natal (Jáltipan, Veracruz), el autor da una muestra de la simpatía, ingenio y humor malicioso típicos de los habitantes de esos lugares cálidos y exuberantes.
10 “Tierra mestiza”, de Gerardo Tamez. Habiendo sido miembro del grupo Los folkloristas, el autor logra una pieza muy representativa, emotiva y cordial, de musicalidad simple e incontestable.
11“Vals capricho”, de Ricardo Castro. Oyéndola siento que puedo saber cómo sería estar en un salón del porfiriato. Encuentro en esta obra, junto con las obvias pretensiones, algo de ingenuidad.
12 “Danzas de la ciudad”, de Eugenio Toussaint. Música muy estimulante, escrita con pulcritud, color, ingenio, y sabor.
13 “Concierto candela”, de Gabriela Ortiz. Obra inconfundiblemente mexicana. Interesantísima, me hace sentar en el borde de la silla.
14 “Ludus Autumni”, de Joaquín Gutiérrez Heras. Obra, como todas las de este autor, de sólida estructura formal, variado colorido y profundo espectro emocional.
15 “Tochín, el conejo de la luna”, del otrora famoso rocanrolero L. Lara Bon. Obra para niños estrenada el mes pasado, acompaña un cuento de Paola Jaufred. Escrita con simpleza pero gran oficio. En el espíritu de los mejores maestros del siglo xx, bellísima y muy audible.
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CARLOS LÓPEZ es pianista, compositor y maestro de música. Actualmente conduce, junto con Marcia Mendoza, el seminario de música en la Fundación para las Letras Mexicanas.