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No sería capaz de escribir algo tan malo como para que le guste a muchos. Entrevista con Guillermo Fernández
Entrevistas | Este País | Juan Domingo Argüelles | 02.05.2012 | 3 Comentarios

En la década de los ochenta llevé a cabo una serie de diálogos con varios escritores mexicanos para conocer su mundo y su vocación. Muchas de estas entrevistas se publicaron en periódicos, suplementos y revistas y, varios años después, recogí veinte de ellas en el volumen Literatura hablada (2002), que en 2003 corrió con la gran fortuna de un tiraje de 65 mil ejemplares, adicionales a la primera edición, para las bibliotecas escolares y de aula de los Libros del Rincón de la sep. Por las características de la edición (un libro de poco más de doscientas páginas), me fue imposible incluir todas las entrevistas con escritores que hice para ese proyecto.

Entre las entrevistas que quedaron fuera del libro está el diálogo con el poeta y traductor Guillermo Fernández (1934-2012) que, originalmente, se publicó en cinco entregas periodísticas del 17 al 21 de junio de 1989 (cuando los diarios todavía confiaban en sus lectores), gracias a la gentileza de Paco Ignacio Taibo I.

Esta es la entrevista que ahora recupero, como homenaje al escritor jalisciense que murió asesinado (en este país donde el asesinato se ha convertido ya en una atroz cotidianidad) el 30 de marzo en su domicilio del Estado de México. Guillermo Fernández, que estaba por cumplir 78 años de edad, fue uno de los mayores divulgadores en México de la literatura italiana y, como poeta, publicó los libros Visitaciones (1964), La palabra a solas (1965), La hora y el sitio (1973), Bajo llave (1983) y Exutorio (1998), además de un par de antologías: El asidero en la zozobra (1983), con selección y prólogo de Sandro Cohen, e Imágenes para una piedad (1991). En 1992 el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes publicó, en un solo tomo, en la tercera serie de la colección Lecturas Mexicanas, La hora y el sitio y Bajo llave, con un texto de presentación de José Francisco Conde Ortega.

Cuando dialogué con Guillermo Fernández, en 1989, él era un hombre de 54 años, casi los mismos que yo tengo hoy, y me habló de su vida y de su obra, de sus ideas políticas y de sus preferencias y diferencias literarias con la mayor sinceridad que siempre le caracterizó. Es una entrevista más que reveladora con este escritor que definía sus libros como producto “solamente del vizio assurdo de escribir”. Los lectores pueden leerla como si Guillermo Fernández estuviera hablando hoy mismo.  JDA

JUAN DOMINGO ARGÜELLES: ¿Dónde y cuándo naciste?
GUILLERMO FERNÁNDEZ:
En Guadalajara, el 2 de octubre de 1934.

¿Cómo te iniciaste en la literatura?
Mi inicio en la literatura se lo debo a mi madre, quien era una mujer muy sensible; con muy escasa cultura literaria, pero con un gran gusto por la poesía. Ella me decía poemas del “Poeta del hogar”, Juan de Dios Peza. Por otro lado, en la escuela me hicieron declamar desde el primer año de primaria, poemas también de Juan de Dios Peza, que es un poeta que pueden leer los niños sin recibir demasiado daño.

¿Cuándo empezaste a escribir?

Empecé a escribir en Paracho. (Porque dejé Guadalajara para irme a Michoacán.) Allí conocí al ingeniero Luis Anguiano, un hombre culto que reafirmó en mí la lectura. Gracias a él conocí a San Juan de la Cruz. A los once años leí La divina comedia. La leí completa, pero seguramente con delectación nada más el “Infierno”, porque el “Purgatorio” ya es más difícil, y el “Paraíso” es para los santos, y yo nada más era un niño. Mi llegada real a las lecturas variadas y enriquecedoras fue en ese periodo que viví en Paracho. Recuerdo un libro de Gilbert Murray, Historia de la literatura clásica griega; seguramente no lo entendía mucho, pero de todos modos lo leía. Esto ocasionó la burla de mis condiscípulos, aunque de todos modos alternaba la lectura y el juego. Luego descubrí la música y, desde entonces, ha sido para mí lo más importante. La literatura para mí es algo alternativo, no es más importante que la música.

Pero en tu caso esta música se traduce en poesía.

Sí, porque estoy incapacitado para hacer música. Intenté muchísimas veces tocar la guitarra o la flauta dulce, pero aunque no tengo mal oído, estoy incapacitado para ello. Canto, sin embargo. Tengo una voz chiquita, pero soy entonadito. Por eso sé cuando un cantante está desafinado.

Ahora que mencionas esto, recuerdo que hace algunos años te referiste a la sordera de los poetas mexicanos, sobre todo jóvenes…
Sí, lo dije hace unos ocho o diez años, pero siento que las generaciones más recientes han recuperado el oído en la misma proporción que el rock ha decaído. Porque aunque el maestro Alejandro Lora diga que el rock vive en el cielo y en la tierra y que nunca morirá, pienso que está en una gran decadencia. Vivimos una etapa de la peor música comercial y ya no existe el rock en el sentido que tuvo, por ejemplo, con los Doors. Ya no hay un rock underground, duro, pesado, como el de hace diez o quince años.

O sea que, a tu juicio, el rock produjo la sordera poética.
Sí, porque el rock se escucha a más de cien decibeles. Escuchar rock es como estar en uno de los círculos del infierno. La generación de la sordera poética es una generación del estruendo. Esta sordera es debida, en parte también, al mal empleo del verso libre. Hoy, en cambio, veo que los jóvenes poetas trabajan el verso con más seriedad y respeto a ciertas normas. Hay mayor calidad en ellos, no porque sean más poetas, sino porque tienen un oído más educado y escriben una poesía más musical que la que escribían los jóvenes de hace quince años, que tenían oído de artilleros.

¿Lo fundamental en el poema es la música?
Desde luego. El verso es ritmo y es música. Carlos Pellicer escribió: “Las palabras con ritmo, camino del poema”. Hay poetas, como Tomás Segovia, cuya obra, digamos, recuerda la música de cámara: una sonata o un cuarteto. Y hay poetas que, al leerlos, parece que estamos oyendo el estruendo del rock. Hay poetas musicales, como Luis Cernuda, que al leerlos parece que escuchamos una sonata para instrumento solo. En Pellicer, sobre todo en ciertos sonetos, se escucha a toda una orquesta. Y hay también poetas que le pegan muy fuerte a la pandereta y, generalmente, son españoles.

¿León Felipe, acaso?
León Felipe, por ejemplo. Durante algún tiempo yo estuve muy dividido entre León Felipe y Cernuda. Me dejó de interesar la poesía del primero cuando aprecié toda la música del segundo.

Sin embargo resulta paradójico que Cernuda sea menos popular…
León Felipe llega a todos, y esa es una gran virtud. No es un defecto, aunque sabemos que un poeta muy popular puede no ser muy buen poeta. Tenemos el caso de Mario Benedetti, por ejemplo. Yo no creo que él sea muy buen poeta, pero sabe tocar ciertas teclas (las más accesibles) y gusta a mucha gente: son las teclas de los marxistas.

Digamos, entonces, que es un poeta elemental…
Lo es también Pablo Neruda, pero Neruda es un gran poeta y Benedetti no. Explicar esto es muy difícil. Creo que tiene que ver con el gusto, con lo personal. Yo, francamente, no me explico la popularidad de Benedetti; en cambio, sí me explico la de Neruda.

Pienso en otro poeta español: Federico García Lorca. Archipopularísimo por el Romancero gitano, pero casi desconocido por Poeta en Nueva York…
Yo diría que García Lorca es un poeta más evolucionado, ciertamente, en Poeta en Nueva York, porque abandona los temas andaluces. Pero incluso en el Romancero gitano, García Lorca no es un poeta de pandereta. El Romancero no es de lectura tan sencilla como parece. Ahí hay metáforas complicadísimas. Lo que ocurre es que la fuerza de la música y la riqueza de imágenes en la poesía de esos romances arrastran a todo el mundo. El García Lorca del Romancero es incluso un poeta hermético, como no lo es San Juan de la Cruz, quien posee una gran naturalidad y frescura y, sin embargo, no es popular. En Poeta en Nueva York hay un García Lorca más evolucionado, más intelectual, sin perder desde luego su gran riqueza poética.

¿Ser un poeta intelectual es una virtud?
Creo que es, sencillamente, una manera de ser. Hay poetas tan intelectuales, como Roberto Juarroz, que poseen una gran fuerza. Juarroz es uno de los poetas intelectuales más extraordinarios que conozco. Además, intelectual deliberadamente.

¿Cuál es, a tu juicio, la máxima lección de Luis Cernuda?
Luis Cernuda me hizo amar la poesía. Ya conociendo mejor su vida y su obra, su gran lección fue de tipo moral. Era un tipo irreductible. Él nunca anduvo concursando para ganar un premio literario. Esto me parece respetabilísimo. Lo grave es que poetas que aman tanto la vida y la obra de Cernuda no sigan sus pasos. Esto es triste. Yo creo que, por soberbia, el poeta no debería andar detrás de ese tipo de cosas. Alguna vez dije algo (que, si no es mío, es de Eugenio Montale, pero lo mismo da): “¿Por qué rayos el poeta, que debería ser un tipo con independencia moral, tiene prisa en integrarse a un sistema que, naturalmente, lo rechaza?”. Nada hay que moleste tanto a un gobierno como la presencia de los poetas. Los gobiernos se lucen con la obra de los poetas y así los anulan. En los encuentros de escritores, llegan las autoridades, sueltan sus discursos y se retiran. Piensan que los poetas no merecen ser escuchados. O tal vez quieren que uno piense que los políticos no disponen de tiempo para escuchar poesía. Solo tienen tiempo para pronunciar sus discursos. En el medio cultural y literario nadie dice nada de esto. Y conste que, cuando digo autoridades, incluyo también a los presidentes del país. Para el poeta nunca hay tiempo. Los políticos pueden promover un acto literario, pero como son gente “muy seria”, “muy ocupada”, no pueden perder el tiempo oyendo las tonterías de los poetas.

Son los eternos expulsados de la república perfecta…
Siempre lo han sido, a no ser que, descaradamente, le sirvan al Estado, que también los hay. Vemos, sin embargo, que sin el apoyo del Estado tampoco se realizan los actos culturales. Los gobernantes de todo hacen demagogia, pero pese a ello promueven la cultura. La iniciativa privada, en cambio, está dedicada a hacer dinero e incluso cuando promueve una actividad literaria lo hace porque los gastos son deducibles de impuestos, y al gastar en la cultura pagará menos impuestos que es, a fin de cuentas, su finalidad. Esto nadie lo dice porque el ambiente literario es acomodaticio. El poeta vocifera contra el Estado y la iniciativa privada, pero lo hace en petit comité, no lo declara públicamente para no perder sus privilegios. Volviendo a la pregunta que generó todo esto, pienso que de alguna manera el poeta debe vivir con el mínimo de indignidad, aunque a muchos esto parece preocuparles muy poco.

¿Te interesa la posteridad?
Más bien la posterioridad.

¿No miras, pues, hacia el futuro?
Luis Cernuda dijo que escribimos para que nuestra voz no se muera, silenciosa, con nosotros. De alguna manera siempre acariciamos el anhelo de sobrevivirnos por medio de la obra, por modesta que sea. Si no un poema, al menos un verso que alguien pueda repetir siglos o años después. Eso sería maravilloso. ¿Recuerdas el poema de Cernuda “A un poeta futuro”? Es un poema de gran intensidad. Ahí habla del anhelo de sobrevivirse. Al final el poema dice: “Cuando en días venideros, libre el hombre/ Del mundo primitivo a que hemos vuelto/ De tiniebla y de horror, lleve el destino/ Tu mano hacia el volumen donde yazcan/ Olvidados mis versos, y lo abras,/ Yo sé que sentirás mi voz llegarte,/ No de la letra vieja, mas del fondo/ Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre/ Que tú dominarás. Escúchame y comprende./ En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,/ Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos/ Tendrán razón al fin, y habré vivido”. Dicho de otra manera: uno escribe para que lo lean los demás. La palabra escrita es comunicación. Me encantaría que un poema mío fuese popular. ¡Claro que me encantaría!

¿Dónde encuentras la satisfacción, al estarte vedada la popularidad?
Siempre tienes tus amigos que te leen y a quienes les agrada lo que haces. Con esos lectores mínimos hay un diálogo; no importa cuántos sean.

¿Cuál es tu libro más satisfactorio?
Te puedo decir cuál es el menos satisfactorio: mi primer libro, Visitaciones, que es de poemas en prosa. Es un libro que me sigue disgustando.

¿Por qué?
Es un libro que escribí más que nada con el deseo inconfesado de demostrar que conocía el idioma. Hay en él cuatro o cinco neologismos que ni cuenta me di cuando los escribí. Es un libro que está más o menos bien escrito. Lo que no me gusta es la actitud moral con que lo escribí. Es un enmascaramiento de mí mismo, debido un poco al afán estético de escribir con cierto tono, con una cierta oscuridad y con un hermetismo rebuscado. Es un libro muy cobarde: no había aprendido a llamar a las cosas por su nombre. Visitaciones es un libro que me cayó bien hasta que leí a Cernuda. Él me enseñó que había que hablar con la verdad. Hay quienes dicen que exagero la animadversión por este libro, pero no hay tal cosa; solamente la sinceridad de saber que es un buen ejemplo de lo que no debemos hacer. Es un libro pretencioso, pedante. De sus cuarenta poemas salvaría, si acaso, dos.

¿Qué significan para ti las palabras verdad y justicia?
Son términos primos hermanos. No puede haber justicia si no hay verdad, aunque la cuestión no es tan sencilla. “Verdad” es un término muy espinoso. Se puede lastimar a alguien diciéndole la verdad. Es un arma de dos filos y es cruel. Respecto a la justicia, habría que preguntarnos cuántos tipos de ella existen. Pienso en la justicia del Antiguo Testamento y me repugna. Por otra parte, la justicia que imparten los órganos oficiales en México es inexistente. Verdad y justicia son dos instrumentos que maneja perfectamente mal esa entidad que se llama poder; son dos grandes armas de su demagogia. Definirlas abstractamente me parece difícil.

¿Qué es lo que más te disgusta de México?
De este país me disgusta su gobierno. Todos estos gobiernos. Son ellos los que hacen irrespirable la vida en México. Y ahora sí puedo ser concreto: en México no hay ni justicia ni verdad. Este es un pueblo al que se le sigue engañando. El PRI ha hecho del engaño un instrumento muy afinado. Todos los días, a ocho columnas, las declaraciones de los presidentes, como si fueran dioses y dijeran grandes cosas. El declaracionismo político es un horror. ¿Qué autoridad moral tienen los presidentes para estar hablando todos los días? Sabemos lo que son. México es un pueblo al que no se le habla con la verdad y al que no se le hace justicia.

¿Y qué es lo que sí te gusta de México?
Todo lo que no sea el PRI. Todo cuanto pueda estar en contra del PRI me encanta, ya sea de derechas o de izquierdas. Eso es saludable.

¿Qué opinión tienes del poder?
De hecho, ya te lo respondí. No amo el poder en ninguna de sus formas; me repugna, me parece vomitivo. No basta con pensar que hay gobiernos aún peores que los nuestros. Yo creo que todos son igualmente abominables. No me gustan los poderosos.

¿Cómo entiendes el amor?
Pienso, otra vez, en Cernuda que es, de alguna manera, mi mentor. Pienso, como él, que amar es la necesidad de estar preso en alguien. El amor es el deseo de la fusión: ver a través de los ojos del otro, sentir a través del otro.

Eso en cuanto al amor. ¿Y en cuanto a la felicidad?
Quién sabe qué sea la felicidad. Pero se ha de parecer al amor correspondido: una plenitud que dura generalmente poco y luego se convierte en otras cosas, tal vez más importantes, como la compañía. Una vez vi en una película, no recuerdo cuál, que gracias al amor se podía perdonar. Era una película de una tremenda cursilería, pero es que el amor es necesariamente cursi.

Sin embargo, en tu poesía no se aprecia esa cursilería…
No, en mi poesía no, porque me cuido. Pero en mis relaciones amorosas soy terriblemente cursi, y me hace feliz ser cursi.

¿Es importante el silencio en tu vida y en tu poesía?
Sí, muchas veces se escriben poemas guardando silencio. Hay poemas que no se entregan, que resultan silenciosos. Creo que los momentos más altos del amor son esos silencios cargados de un código particular.

¿Sufres al escribir?
Sí. Para mí, escribir es la cosa más molesta que existe. He oído de escritores que son felices escribiendo. Allá ellos. A mí no me gusta. Escribo por necesidad. Escribir, para mí, es un acto fisiológico, gástrico. Escribo cuando algo me está molestando e incluso cuando la misma felicidad me resulta molesta. La escritura, entonces, es una liberación. Ahora escribo ya poquísimo, por fortuna: tres o cuatro poemas al año. Hago lo posible por no escribir. Yo no dejo un partido de futbol, que esté interesante, para ponerme a escribir un poema. Jamás postergaría el acto del amor por la realización de un poema. Me interesa más la vida que la literatura. Ahora prefiero leer la poesía de los demás. Esto no me cuesta tanto esfuerzo, y en ello ha tenido mucho que ver mi actividad de traductor. Me han llegado a decir que quemo pólvora en infiernitos. Tal vez sea cierto, pero a mí me gusta más reescribir un poema ajeno que escribir uno propio; porque, generalmente, mis propios poemas acaban por no gustarme, mientras que los ajenos casi siempre me convencen.

Da la impresión de que quisieras matar al escritor que llevas dentro.
Es interesante lo que dices. Nadie me lo había dicho, pero sí, es verdad, así lo siento. Me molesta mucho ser escritor. Me gustaría ser músico, pero vuelvo a lo mismo: sé que jamás lo lograré. Escribo el poema a regañadientes. Y a pesar de todo no quiero ser tan injusto con mis pobres versitos. Cuando leo mis poemas digo: “No están tan mal”. Pero tampoco me parecen la gran maravilla. Y digo “versitos”, porque escribo versitos.

Eres excesivo. ¿No se tratará más bien de una pose intelectual?
Puedo ser excesivo cuando hablo de los demás, pero no cuando hablo de mí mismo. Tengo una cierta noción del relativo valor que pueden tener mis poemas, pero no es para echar las campanas al vuelo, como tampoco es para echar las campanas al vuelo lo que escriben muchos poetas en México. Sé que no soy un gran poeta, pero tampoco me preocupa.

¿Qué poeta te hubiera gustado ser?
Yo mismo, pero un gran poeta. Admiro mucho a Milosz, el bueno, Oscar Lubicz, no el Premio Nobel. Tal vez un poeta como él, pero con mis asuntos, no con los suyos. Siempre he tratado de ser yo mismo. Si alguna vez he imitado a otros ha sido sin advertirlo. Me gustaría tener más talento, pero eso no está en mis manos resolverlo. Lo que me queda, entonces, lo que sí puedo resolver es ser yo mismo. Y esta es una tarea muy ardua, porque el mundo no ha sido hecho para la realización del individuo, sino para que uno se parezca a todos los demás. La sociedad no tolera a los individuos. Un individuo es un ser anómalo. Me refiero, desde luego, a alguien que se asume como tal. Un individuo, en la sociedad, es un tipo muy peligroso, porque en primer lugar un individuo es alguien que no está dispuesto a hacer lo que hacen los demás, sino lo que él quiere. Y cuando uno habla de individuos, yo creo que hay que hacerlo con mucho cuidado, porque no he conocido a ninguno. He conocido a personas con esta aspiración, pero un individuo, para serlo, tiene que ser un cínico, y la literatura mexicana no cuenta con ningún escritor cínico.

¿Te preocupa la vejez?
Sí, me preocupa porque al llegar a viejo me he dado cuenta de que el organismo ya no puede hacer las cosas que el espíritu desea. Aunque tampoco me siento tan viejo. A lo que le tengo miedo no es exactamente a la vejez sino a la dependencia. La idea de depender de los demás me aterroriza. Yo abandoné mi casa a los siete años de edad, y desde entonces he vivido lejos de mi familia. La vejez, está claro, conlleva a la dependencia, y esto sí me da miedo.

Al hablar de ti mismo y de tu obra, ¿estás consciente de tu autoflagelación?
Ha de ser por resabios religiosos. De niño fui un católico fanático. Solo hasta los veintidós años, cuando tuve un conocimiento de mí mismo, sentí que el catolicismo me estorbaba para vivir. Entonces me dije: “O la vida o el catolicismo”, y elegí lo primero. Hice a un lado el cristianismo: no me gusta, es una religión para esclavos. No soy ateo, sin embargo. Soy más bien panteísta. Creo que las plantas piensan y, desde luego, creo que sienten, como todo ser vivo. Sergio Cordero me dijo un día: “Tú amas más a las plantas que a la humanidad”. “Desde luego que sí —le contesté—. La humanidad no me gusta”. Algún tiempo quise luchar por ella, cuando era yo trotskista, pero después me di cuenta de mi gran error: la humanidad no tiene remedio, no piensa. Lo que le interesa hoy a la humanidad es consumir, por encima de todo. Incluso cierto tipo de gente consume libros, como si fueran tacos. La cultura se ha vuelto un artículo de consumo. La mayor parte de la gente, cuando está interesada en la lectura, consume libros con la misma glotonería de los que comen tacos. Casi no hay lectores selectivos: consumen lo que la publicidad les acerca, y además de todo se sienten felices…

¿Lo tuyo es amargura o es desencanto?
No es amargura. O tal vez sí. Más bien estoy desencantado de mí mismo por haber confiado en la humanidad. No me preguntes si tengo amigos ni cuántos son. Con que tengas uno, basta, y eso si lo mereces.

¿Eres consciente de soberbia y vanidad?
Soy vanidoso, pero no en mayor proporción que los demás. No soy, desde luego, un individuo, pero trato de que me mangoneen lo menos posible. Siempre estoy a la defensiva.

¿Nunca has pensado que tu poesía pueda llegar a mucha gente?
No, esa es una de las pocas cosas que sí sé y que veo muy claramente. Lo que escribo no puede interesar a mucha gente; no tiene ingredientes para que le guste a mucha gente.

Sin embargo, tú mismo has dicho que buscas la comunicación con los lectores, con los otros. ¿No es, acaso, una contradicción?
Sí, pero ni modo. Por vanidad, me gustaría que me leyera mucha gente. Pero no sería capaz de escribir algo tan malo como para que le guste a muchos. Hay escritores que me parecen abominables y son popularísimos. Un escritor francés sentenció con entera razón: “Para lograr que un libro sea muy popular es necesario que sea tan mediocre como la gran cantidad de sus lectores”.

¿No será que todo aquello que es aceptado masivamente tiene un estigma para ti?
No. En México todo el mundo come memelas y a mí me encantan. En mi casa nunca faltan los nopales. Lo que me molesta es la tontería.

¿La estupidez ajena?
Y la mía también. Sobre todo la mía. Pero lo que me molesta no es tanto la estupidez como el hecho de que la gente se deje pisotear, manejar, conducir. Me irrita la vocación de los esclavos.

Afirmas que no quieres escribir, y sin embargo escribes…
No me gusta ir al baño y voy, por la misma razón. La verdad es que siempre estoy posponiendo el acto de escribir. Es mucho más cómodo que los demás sigan escribiendo y yo disfrutándolos.

¿Nuevamente la pose intelectual?
No es pose, de veras. Lo digo sinceramente: ¡No me gusta escribir! Y ahora, incluso cuando escribo, ya no publico.

¿Te suicidas poéticamente?
La humanidad se la puede pasar perfectamente sin mis versitos.

¿Qué opinión tienes de la crítica literaria?
Me parece inmoral imponer puntos de vista. No me gustan los críticos; los detesto. Los críticos se han convertido ya en una especie de mal generalizado. Por lo común, escriben tonterías. Pero como la mayor parte de la gente no quiere pensar, anda repitiendo las tonterías de los críticos.

Ante tu imposibilidad de ser músico y ante tu renuencia, o tu renuncia, a ser escritor, ¿qué te hubiera gustado ser?
Marinero. Yo estuve embarcado ocho meses en la Armada de México. Fui inmensamente feliz a bordo. El viaje en avión me parece una inmundicia; en autobús, una asquerosidad; en coche, una estupidez. Navegar, en cambio, es maravilloso, como caminar. Me gusta caminar. Ir por un cerro, sobre todo si estoy solo. Así soy inmensamente feliz.  ~

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JUAN DOMINGO ARGÜELLES (Quintana Roo, 1958) es poeta, ensayista, crítico literario y editor. Hizo estudios de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha publicado el volumen de ensayos: El vértigo de la dicha: diez poetas mexicanos del siglo xx. En 2004 reunió su obra poética de dos décadas en el volumen Todas las aguas del relámpago (UNAM) y en 2009 la Editorial Renacimiento, de Sevilla, le publicó una antología general de 25 años de escritura poética, con el título La travesía. Es autor también de varios libros sobre el tema de la lectura como Escribir y leer con los niños, los adolescentes y los jóvenes (Océano, 2011) y Estás leyendo… ¿Y no lees? (Ediciones B, 2011). Entre otros reconocimientos ha recibido el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta, el Premio de Ensayo Ramón López Velarde, el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes.

3 Respuestas para “No sería capaz de escribir algo tan malo como para que le guste a muchos. Entrevista con Guillermo Fernández
  1. david enriq dice:

    Qué gran aportación, Juan Domingo. Justamente ahora preparo un trabajo crítico del Exutorio y me es de infinita utilidad tu trabajo.

  2. Juan Domingo Argüelles dice:

    Querida Rocío:
    Gracias por tu comentario. Desde luego que hemos platicado con Clau acerca de tu enorme afecto por Guillermo. Él sigue presente en su poesía y en sus palabras, y creo que seguirá presente por mucho tiempo.
    Otro abrazo para ti.
    JUAN

  3. Rocío Franco López dice:

    Querido Juan Domingo:

    Gracias por compartir esta entrevista, gracias por captar tan fielmente la esencia de lo que era Guillermo. La leí mientras veía sus ojos pícaros y sus manos revoloteando por lo alto, así somo él hacía. Sigo sin saber cómo continuar con su vacío, lo extraño infinitamente… Tú sabes, supongo que Clau te ha contado. En fin, gracias, te mando un abrazo grande y fuerte…

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