De la herrumbre de ese cofre que aún pervive desde el tiempo en que la luz
era bautismo suficiente para colmar los anhelos,
haber tomado la joya descubierta en el silencio de un jardín que ya no existe;
también,
la nervadura estéril de una rosa por la que habría fluido el encandecer del Alba,
el cristal donde perdura el giro de constelaciones,
el puñado de la arena de un reloj oculto en el fondo de la tierra.
Bajo el vislumbre del primer astro sobre el quieto respirar del mundo que aún duerme,
a la hora del Laudes,
de su tañer de melancolía por ese vilo anterior a los actos,
haber hecho una atadura con la savia seca
(esplendente en mi deseo),
con el cuarzo,
con el prisma que hacía rotar frente a mis ojos para ver,
a través de su transparencia,
descomponerse en espejismos las partículas del infinito
con la arena del reloj haber hecho un tahalí
en nombre de la gema espirilada de la cual se me despojó en la umbría.
Haberlo puesto a serenar bajo la aurora,
esperando su fulgor.
Colocar el tahalí todas las noches debajo de la almohada,
o en la mesita cerca de mí corazón doliente en su vaivén cansado,
o de mi sangre aterida por la propia sombra;
haber encendido la pequeña lámpara si hubiera sido menester
y haber dicho,
invocar por siempre,
la protección de mis Seres de Luz,
de la criatura de la vespra que tal vez fue el deslumbre salvador del Alba:
que sus plegarias,
los pensamientos conformados en su índole más allá de esta conciencia,
guíen el tránsito del sueño y se revelen,
quizá como un lenguaje inexplicable,
pero que al menos sea percibido:
la fulguración ascendente o el eclipse de una estrella,
el resplandor tomando el relieve de múltiples formas.
Alguna vez, al mirar a través de un ventanal,
haber visto,
suspendida en el cielo
(sobre la nieve
o sobre el desierto,
o sobre el mar o en la cumbre de una montaña),
la Fata Morgana como el reflejo de una ciudad al otro lado del [mundo
o que había dejado de existir desde las eras,
pero atrapada por siempre en la memoria del viento y la luz.
Pero sólo un recuerdo tenue,
al igual que el rumor de una oración imposible de evocar;
por ello,
haber ofrecido el talismán al aire nocturno y recibiera así
aquellas palabras de los árboles que no soy capaz de nombrar
y que tracé en el cuaderno extraviado en algún paraíso extático [del tiempo.
También,
al recordar el abrasarse de una estrella al fondo de un crisol,
haber dispuesto el agua en un cáliz para imantar el Phosphorus.
Pero sólo el reflejo de la luna plena
disolviéndose en las ondas concéntricas del agua
aunque a veces, en el sueño,
la blancura de un Alcázar en el ámbar de la tarde.
Haber entrado a esas murallas,
recordar la Estela acariciando mi rostro deslumbrado
y que encendía para mí las puertas del Castillo;
haberla perseguido innumerablemente del presagio a la nostalgia
por los queridos laberintos de la ciudad
aunque en mi mano,
al tocarla,
se deshumara su humareda,
sus cabellos disueltos como hilos de neblina
perdiéndose en la hondura de un pozo…
En esos rituales a deshoras solían acompañarme
(al igual que en los instantes íngrimos de los días y vidas
donde calla el pensamiento y reinan, plenas de sí,
la completud o la música),
un arpa,
el laúd,
un clavecín,
una armonía de tiempos antiguos evocándome el lamento de [guerras lejanas;
también,
sahumaba el dormitorio con esencia de rosa en memoria de la [flor en el jardín blanco de la infancia.
Muchas veces naufragué en la noche a pesar de la llama [encendida
y del tañer de gloria en el recuerdo abisal de mis fuerzas;
más terrible era mi duelo cuando un viento maligno apagaba mi [vela
y una oscuridad se nutría de mi angustia aunque también,
sin invocar ningún prodigio o consagrar la tierra,
el aire
o el temple,
alguien lumínico trenzaba una espiral de plata de mi quietud a la [bóveda celeste.
Olvidarse en la vigilia de todas las formas de la transparencia,
y de los lenguajes dichos u oídos;
tampoco recordar las andaduras,
como aquel sendero iluminado por el oro emanando de los [ventanales
de una casa en el bosque donde solía resguardarme de la noche
y en la cual observaba el deslizarse de la arena aurífera
como el agua indomeñable de una clepsidra.
Al mirar a lo lejos, a los confines del bosque
y a las alturas más allá de la niebla por las ventanas de esa casa,
distinguir un pulso diminuto
del cual se desprendía un camino constelado y ondulante
por el que subían y descendían ráfagas.
Siempre creí reconocer los contornos y matices
de toda huella luminosa vista en el sueño,
aunque nunca tuve la certeza de sus nombres,
y nunca retorné del trance con el oro entre las manos,
o con la rosa cristalina latiendo sobre el pecho.
Y de nuevo, en el letargo,
perseguir la Estela hasta cercarla en un cruce de los laberintos de [la Ciudad…
Al despertar,
el triste acercarse de una flauta desde una plaza remota,
un haz de sol filtrándose a través del ventanal
alumbrando el tahalí sobre la mesa de noche.
Y al salir a confrontar el día,
la pluma blanca y pequeñísima de un ave
traída por el viento que se cuela por debajo de la puerta. ~
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CLAUDIA POSADAS (Ciudad de México, 1970) es poeta, periodista y promotora cultural. Ha sido becaria del FONCA-CONACULTA y de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano. Sus poemas han sido antologados en RevistAtlántica de Poesía. Poesía mexicana contemporánea (Cádiz, 2006); El oro ensortijado. Poesía viva de México. Antología (2010), y en los Anuarios de poesía mexicana 2004, 2005 y 2006 editados por el FCE. En 1997 obtuvo el primer lugar de poesía en el XXIX Concurso de la revista Punto de Partida, y en 2009 el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines.
LOS DEFRAUDADORES APUESTAN A QUE CON EL TIEMPO SE OLVIDARAN SUS FECHORIAS TODAS LAS PRUEBAS DEL FRAUDE COMETIDO POR CLAUDIA POSADAS SE ENCUENTRAN EN
http://www.premiojaimesabines2009fraude.blogspot.com/