Olvidamos cultivar la capacidad de asombro, supeditados cada vez más al estímulo exterior –a pantallas nítidas y brillantes, a mensajes cuya brevedad y fugacidad facilitan la incesante sucesión, a la gratificación inmediata. En ausencia del pausado arte de la búsqueda y la observación, nos conectamos a una fuente incesante de señales, nos volvemos nodos de un ciclópeo organismo cibernético, de una Babel binaria.
Antes, cuando los medios eran materiales y mecánicos, la humanidad atendía una parte de ese hambre de estímulos con el arte. Y bien visto, el arte fue una forma básica, fundamental, de ese desmembramiento nuestro de la realidad natural. Pero el arte –como algunas formas de la sociedad microestimulada del presente y el futuro– estaba preñado de asombro, de pasmo y fascinación. El artista observaba, con la vista y con el ojo primitivo del vientre, descubría, experimentaba, anidaba, fermentaba y solo entonces producía. Y en virtud de este proceso nos devolvía al entorno físico.
Valga esta reflexión para abordar la obra de Luis Verdejo. Lo dijimos hace algunos años, cuando ilustró uno de nuestros números en blanco y negro. Luis sabe que la fascinación ante el objeto de observación depende de este nada más en parte, que el asombro está en la lente, en la limpieza del vidrio, en la capacidad del hombre de experimentar. Los temas de Luis no son magníficos: carecen de prosapia, de pompa y aparato. Lo bello de esta obra está en la calma, el detenimiento, la contemplación y el agrado con que el artista mira sus objetos, provengan estos del exterior o de su imaginación abstracta. Como un niño o como Whitman, Luis se tiende en un jardín, entre las hojas de pasto, y siente y percibe y se deja envolver. El resultado son close-ups de colores palpables, consistentes, buenos. O deja participar al pensamiento, permite que ideas elementales como la de hombre, pareja, rostro intervengan, y que líneas gruesas y oscuras –¿las líneas del primer conocimiento, de la delimitación de objetos, que rompen con una suerte de pannaturalismo?– bordeen esas áreas de colores y las resignifiquen.
La pintura de Luis Verdejo es un llamado a la vida natural, a la desestimación de los medios, a la necesidad de los sentidos. Recuerda que la plenitud no es saturación. Es insuflar, aun en la más leve brizna, vida.
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