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Paraíso entre dos mundos
Cultura | Este País | Galaxia Gutenberg | Angelina Muñiz-Huberman | 01.01.2012 | 0 Comentarios

Luis Rius,
Verso y prosa,
FCE, México, 2011.

Suena el teléfono y es la voz de Luis Rius, hijo, anunciándome que se ha publicado la obra de su padre, Verso y prosa. Un momento de alegría y justicia. Parece que a nuestra generación, la de los hispanomexicanos, nos cuesta trabajo salir adelante. Marcados por el exilio español de 1939 y afincados entre dos tierras, España y México, hemos luchado a contracorriente, permaneciendo fieles a nuestros principios y al mismo tiempo entregándonos al país que nos recibió.

Luis Rius encarna exactamente en esa situación. Su vida se dividió entre la nostalgia de lo perdido y la realidad de lo encontrado. Un equilibrio melancólico que rigió su vida, que le permitió crearse un paraíso en esta entretierra difícil o nepantla. El verso y la prosa, la enseñanza y la creación fueron para él la plenitud de su ser.

La palabra, hablada o escrita, su ritmo, su plasticidad, su armonía y hasta su peso, fueron dóciles en su memoria. Recitaba, o mejor dicho, decía, según Arturo Souto de manera pausada y lumínica, el Romancero, Sem Tob de Carrión, San Juan de la Cruz, o bien, Alberti, García Lorca, Cernuda, Guillén, los hermanos Machado, León Felipe. Y, para comprobarlo, nos queda el disco que grabó de Voz Viva. Amaba la música, el cante jondo, el baile flamenco. Combinaba la pasión y la línea mesurada. Los enigmas del amor eran también notas musicales que se desgranaban en sonidos y en silencios.

Como profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, fueron incontables las generaciones que alentó e inspiró. Quien oía su voz no la olvidaba. Amigo fiel con su compañero Arturo Souto, pero también con Horacio López, con Raúl Flores Guerrero, con Pedro Garfias y con tantos más a quienes nunca decepcionó.

Es por eso que la presente recopilación de su obra y el estudio introductorio por Arturo Souto eran algo imprescindible. Se incluyen, además, textos de Arcelia Lara Covarruvias sobre la versificación de su poesía y de Gonzalo Celorio sobre su personalidad y su “corazón desarraigado”.

Son estas palabras, precisamente, las que mejor lo definen y las que remiten a su situación de existencia sin raíces o, tal vez, raíces expuestas y dolientes. Su caso no fue el de la palabra acuñada y repetida de José Gaos: Luis Rius no se trasterró, se desarraigó. El exilio fue siempre una herida no cicatrizada. Quizá por eso murió pronto, para ver si así cerraba el círculo de una vida en espera. Para entrar, de una vez, en el sueño que todo lo repara. He aquí que nos queda su memoria y este libro final.

Gracias a la labor de Arturo Souto —la fidelidad es recíproca— su obra permanecerá entre nosotros. La peculiar manera de organizar esta reunión de verso y prosa se realiza a partir de tres específicos asuntos: I “Arte de extranjería”, II “Cuestión de amor”, III “Invención varia”, capítulos en los cuales va intercalando poemas de los diferentes libros. Si bien el orden no es cronológico, los títulos de dichos libros vuelven a aparecer según la parte a la que pertenezcan. Así, de acuerdo a esta clasificación, “Arte de extranjería”, reúne el tema obsesivo de la poética de Rius. De uno de mis libros de ensayo tomo la siguiente cita:

El exilio, inseparable de la intimidad y del consuelo del lenguaje, propicia y desata la poesía. La poesía hace posible el adentramiento en el ser desprendido. Se convierte en una vía de conocimiento y de redención. Trata de restaurar las piezas maltratadas y de encontrar el sentido del todo.

El poeta en el exilio se ve obligado a recrear su mundo instaurando orden en el caos. Un caos que empieza por él y que se extiende a su ámbito circundante. Carecer de patria es carecer de ser: “Yo fui, no soy, y mi verdad es ésta”, dice Luis Rius. Se sitúa en un pasado incapaz de ligarlo al presente. Su soledad es no poder avanzar en el tiempo. Y es también su caos. Para poner orden, la medida poética —el ritmo, la imagen, la forma establecida— es la que se invoca. Es la que da seguridad. La pérdida del paraíso sólo puede sustituirse por un rigor y un hallazgo de palabras eslabonadas en un nuevo mundo naciente.1

Es la soledad del “Extranjero”, cuyas palabras no son reconocidas:
¿A quién le hablaba, a quién,
ese hombre solo?
Nadie reconocía su voz.
Ni los hombres, ni los pájaros, ni los
[árboles.2

Pero, podríamos preguntar, ¿acaso el extranjero reconoce la voz de los hombres, de los pájaros, de los árboles? Y eso duplica su soledad. El extranjero, el desterrado, el solitario que vive en sus islas a la manera de Edmond Jabès, y que da vueltas sobre sí, de uno a otro extremo:
Desterrado en el tiempo
como en isla infinita,
sin retorno. Exiliado
en esta edad que avanza, que declina,
que no cesa, que huye.
Río al mar, día a día.

Olvidada en el mar
me dejé yo la vida.3

Para terminar con el “Arte de extranjería” y el desconocimiento de sí convertido en una doble acta de lejanía:
el frágil y hondo espejo se rompió,
y ya de mí no queda más testigo
que ese otro extraño que también soy yo.

“Cuestión de amor” es la segunda parte que casi se funde con la tercera, “Invención varia”, puesto que en ambas se manifiestan las variantes del amor en sus formas eróticas y poéticas desde las jarchas hasta nuestros días. Aparece el tema del amor en sueños que proviene de Sem Tob de Carrión: “En sueños una fermosa/ besava una vegada”, se trasforma en la poética de Rius en un “tenue, sencillo recuerdo/ de una mágica ilusión/ que yo contigo soñaba,/ y sólo en sueños llegó.”4
Para continuar con el amor entrevisto, adivinado, perdido en su instantaneidad, en su fugacidad vida-muerte:
Tú me heriste de vida, sin quererlo,
sin esperarlo yo, súbitamente.
Fue al verte ir y ver tu cuerpo y verlo
ondular suave, hermoso, indiferente.

Y versos abajo:
con no acercarme, con temer mi suerte,
con no atreverme a tanta entrega y                      [tanta,
yo sólo fui el que se hirió de muerte.5

Es el reconocimiento del impenetrable reino del amor, por más que se pretenda penetrarlo y el misterio nunca resuelto de hallar su definición. El gran móvil o el único móvil, sin duda. De atraparlo únicamente por la realidad física, ya que la otra es inatrapable y ni siquiera se sabe cuál es. Es el consuelo del erotismo ante el vacío y la nada:
Qué confusión de sedas y de olvido
hasta romper el claustro de tus pechos.
…………………………………….
Cabe en su redondez todo el amor;
y en mis dos manos, ellos.6

Mas nada calma al amor, ni siquiera la posesión. Pareciera que el amor es la respuesta al infinito, mas ni su espacio ni su tiempo son cognoscibles. Ni son abarcables. Ni son inteligibles. Es su ser la pérdida del ser. En palabras de Octavio Paz: “es una apuesta contra el tiempo y sus accidentes”.7
Fugaz, eterno;
relámpago de amor;
todo ya es día sin deseo
de anochecer jamás;
la luz total; el mundo por fin cielo.8
Y aquí es donde el Cantar de los cantares y toda poesía mística, si es que lo es, confunde sus límites y ahonda aun más en lo indescifrable. Tal vez, el amor sea el único momento de espacio sagrado. Tiempo y lugar borrados. Unidad alcanzada en la que el erotismo es primordial.

La tercera parte, “Invención varia”, incluye poemas en torno a la danza flamenca, a la presencia de Pilar Rioja en su vida, recuerdos de sus amigos, de su hijo, calles y circunstancias de Guanajuato, un breviario de cacería, y a la manera de antiguos villancicos. Por su singularidad, cito:
Se echó el fusil a la cara,
tiró, al tiempo que apuntaba,
con buen tino y mejor bala.
Le partió un ala.
Ni por alto que volara
ni por su leve sustancia
ni por ser ave de estampa
se salvaba.
Era diestro el cazador.
… El ángel se desplomaba.9

La parte final recoge la obra en prosa de Luis Rius. Ensayos, introducciones, presentaciones sobre Cervantes, León Felipe, Carlos Pellicer, Pedro Garfias; un estudio sobre su generación y otro sobre la poesía como género literario y su singularidad.

Antes de terminar no quiero dejar de mencionar algunos recuerdos. Regresando mucho tiempo atrás, a mi edad de dieciséis años, tuve de profesor de Literatura Universal a Arturo Souto y fue él quien primero me habló de este grupo de poetas y narradores que luego integrarían la Generación Hispanomexicana; y no sólo me habló y me regaló sus libros, sino que me invitó a sus reuniones. Tampoco sabía yo en ese momento que formaría parte, mucho después, de la misma generación, ya que junto con Federico Patán somos los más jóvenes. A Luis Rius le debo haber ampliado mis lecturas, mi conocimiento de pintores del exilio; por ejemplo, fui con él a la primera exposición de Remedios Varo, y el conocimiento más profundo del cante flamenco. También quiero añadir que siendo estudiante mis profesores me invitaron a asistir al primer examen de la Facultad de Letras de la Universidad de Guanajuato cuya tesis había sido dirigida por Luis. Y fue un viaje memorable. Luego Luis se me convirtió en un personaje literario y aparece como un caballero medieval en mi novela La guerra del Unicornio, bajo el nombre de don Luis de Cuencalta, al lado de otros caballeros: don Soto de Artúrez y el filósofo don Remont de Altserrat, fácilmente identificables.

Y, por último, evoco unas palabras de un ensayo que escribí, hace años, sobre “La memoria de Luis Rius”:
La memoria como una escritura interna; una luz mental que se empeña en luchar contra los recovecos y las oscuridades. La memoria como ejercicio y esfuerzo. Recopilación y suave deseo de volver a imaginar. Algo que guió la obra del poeta: el deseo de retener lo frágil y lo perdedizo, lo perecedero y lo condenado. En la memoria viven quienes han muerto y en la memoria se perfecciona el amor.

Así, lo que nos legó Luis Rius es la memoria de las cosas, de la música y de la danza —del cante jondo también—, del inviolable oficio de hacer poesía, del sacerdocio riguroso de un verso bien hallado, de una palabra mesurada, de una imagen abarcadora, de un mundo tan frágil y eterno que rompa las paredes del cuerpo opresor y, ya libre, en vuelo místico, como San Juan de la Cruz, le dé “a la caza alcance”.10  ~

1    Angelina Muñiz-Huberman, El canto del peregrino. Hacia una poética del exilio, Universidad Autónoma de Barcelona/Universidad Nacional Autónoma de México, Barcelona, 1999, p. 175.
2    Luis Rius, Verso y prosa, introd. Arturo Souto, Arcelia Lara Covarrubias, Gonzalo Celorio, Fondo de Cultura Económica, México, 2011, p. 108.
3    Ibíd., p. 122.
4    Ibíd., p. 139.
5    Ibíd., p. 160.
6    Ibíd., p. 162.
7    Octavio Paz, La llama doble. Amor y erotismo,  8ª Ed., Seix Barral, México, 1996, p. 220.
8    Luis Rius, óp. cit., p. 171.
9    Ibíd., p. 224.
10    Angelina Muñiz, “La memoria de Luis Rius”, en Diálogos, El Colegio de México, vol. 20, no. 3 (117), mayo-junio de 1984, pp. 65-67.

——————————
Poeta y narradora, académica e investigadora, ANGELINA MUÑIZ-HUBERMAN (Hyères, Francia, 1936) es autora de más de treinta libros, entre los que se cuentan los poemarios Conato de extranjería (1999) y La tregua de la inocencia (2003), por mencionar algunos. En 1985 recibió el Premio Xavier Villaurrutia por Huerto cerrado, huerto sellado, volumen de cuentos. Otras de las distinciones que ha recibido son el Premio Magda Donato, la Medalla Jerusalén y la Orden de Isabel la Católica (2011).

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