Conocí a Carlos Fuentes en la preparatoria, en los años cuarenta. Venía de una travesía resultante del paso de su padre por las embajadas de México en Panamá, Uruguay, Brasil, Estados Unidos, Chile y Argentina. Ver a México fuera de México y ver a México desde lo más profundo de México fueron las fuerzas en colisión sobre las que construyó historias y transmitió ideas y emociones.
Lo invité a escribir en la revista Voz, que elaborábamos los estudiantes de preparatoria del Centro Universitario México (CUM). Después pertenecimos a la generación del Medio Siglo de la Facultad de Derecho de la UNAM. Carlos Fuentes tenía el don de comunicar ideas profundas en una plática aguda, amena, inteligente, con sentido del humor y, en ocasiones, mordaz.
Posteriormente lo invité a ser jurado en la Reseña Internacional de Cine de Acapulco. En 1961 firmó un manifiesto que demandaba un mejor cine mexicano, y adaptó guiones para varias películas: Un alma pura, Tiempo de morir, Pedro Páramo y Muñeca reina. Además de su genio conocido en el ensayo y la novela, escribió obras de teatro y ópera.
En 1973, como presidente de Noticieros de Televisa, envié a Silvia Lemus, una de nuestras más inteligentes reporteras, a realizarle una entrevista. De ahí nació un sólido matrimonio.
Coincidimos en la reunión de la Federación Mundial de Amigos de los Museos que yo presidía, y digo “coincidimos” porque esa mañana nos dimos cuenta de que en el discurso ambos hacíamos referencia a la obra Museo imaginario, de André Malraux. Al saberlo, modifiqué mis palabras, consciente de que él haría una exposición magistral del tema, como era de esperarse y como de hecho sucedió.
De las múltiples conversaciones que sostuvimos a lo largo de décadas, hay una que guardo con especial aprecio. En 1999, recién iniciado mi mandato en el estado de Veracruz, comentó, con el ímpetu que lo caracterizaba, las razones por las que yo debía participar como aspirante del PRI a la candidatura presidencial del año 2000. Analizamos el tema ampliamente. Después, dadas las circunstancias, decidí declinar.
En 2003, cuando iniciaron los trabajos de México Cumbre de Negocios, Carlos fue el orador oficial. Ahí definió el golfo de México como el “Mediterráneo de América”.
En 2010 asistió nuevamente a este foro y profetizó que “los jóvenes serán quienes reconstruyan el país que hoy tenemos”. Su visión política era contundente. Era implacable ante la mediocridad. En la Universidad Veracruzana creamos la cátedra que hoy lleva su nombre y ahí definí su carácter intelectual como “un aguijón que sacude la conciencia de los gobernantes”.
Al cumplir 80 años, ante una pregunta sobre su visión de México, respondió tajante que “la corrupción ya no es monopolio de un solo partido”, ante el asombro del periodista que lo entrevistaba.
El pasado mes de abril viajamos a Brasil acompañados por Carlos Slim, donde recibiría el reconocimiento del Congreso de las Américas sobre Educación Internacional. Ahí expresó que vivimos un renacimiento del conocimiento, donde el aprendizaje multidisciplinario es la simiente de la innovación. Continuamos el viaje a Argentina y regresamos a México unos días antes de su deceso.
El último deseo de Carlos Fuentes era que sus restos permanecieran bajo una lápida en París. Mi querido amigo descansará donde ya no existe el tiempo, unido con los hijos que tanto quiso. Solo se necesita levantar la voz de la razón para despertar las conciencias; su obra será la voz que hablará por su silencio.
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MIGUEL ALEMÁN VELASCO es político, empresario y filántropo. Fue gobernador de Veracruz (1998-2004).