ARIEL RUIZ MONDRAGÓN: ¿Qué cambios ha registrado el PRI con la democratización del país, primero en el sistema político y después en su vida interna?
JOSÉ ANTONIO CRESPO: Hacia fuera, el PRI dejó de ser un partido hegemónico en 1996-1997, lo que es un cambio mayor y que preparó el terreno para su eventual derrota. Ha tenido que comportarse como un partido que no tiene el gobierno ni las mayorías que tenía antes, y que incluso terminó en tercer lugar en la elección presidencial de 2006.
El PRI ha establecido una estrategia, desde la oposición y frente a los partidos rivales, que al parecer le ha dado resultado: la no colaboración con los gobiernos del Partido Acción Nacional (PAN) –aunque no en todos los casos, porque sí ha habido muchas leyes en las que ha participado el pri, pero en algunas cosas fundamentales prefirió replegarse.
Hacia fuera, se trata de una adaptación como partido opositor, pero que no ha sido completa porque en realidad, y fuera de que se ha replegado en cuanto a la actividad legislativa, nunca se ha comportado como tal; ha mantenido la mentalidad de partido en el poder.
Es curioso, por ejemplo, que Enrique Peña Nieto sigue hablando de sus rivales como oposición, ya que a nivel nacional, la oposición son el PRI y el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Esto refleja que los priistas nunca han terminado por sentirse de oposición, y algunos dicen que los panistas nunca han terminado por sentirse como partido en el poder.
En lo interno, el principal cambio que yo detecto es en la toma de decisiones. Desde su nacimiento, en el PRI las decisiones se tomaban verticalmente, a partir de un jefe nato que era el presidente de la República. Las decisiones importantes del PRI (por ejemplo, quién era el dirigente nacional y, por supuesto, quién era el candidato presidencial) se tomaban desde arriba, y los priistas las seguían disciplinadamente, salvo algunos que generaban rupturas. Pero el grueso del partido se disciplinaba a la línea presidencial, y los dirigentes nacionales del pri eran empleados del presidente y este los removía libremente.
Eso debió cambiar. Ya sin presidente, el mayor reto del pri fue tener que pasar de una gobernabilidad vertical a una horizontal; es decir, tenía que tomar decisiones sin un líder nato, y eso estuvo a punto de romper al PRI.
Lo anterior reflejaba los problemas de una gobernabilidad horizontal, que además tiene que realizarse entre gobernadores, líderes de las cámaras, el propio dirigente nacional del partido y los líderes corporativos; es decir, una oligarquía del partido que se tiene que poner de acuerdo para tomar grandes decisiones. Si no lo hacía, se generaban falta de unidad y riesgos de rupturas reales, como la de Elba Esther Gordillo con Roberto Madrazo.
Eso lo aprendieron los priistas y lo remontaron muy bien: las siguientes elecciones de sus dirigentes nacionales se dieron ya sin tanto problema: a Humberto Moreira lo aprobaron por consenso y sin rupturas, y su salida y reemplazo por Pedro Joaquín Coldwell fue lo mismo.
Esto quiere decir que el PRI aprendió a establecer una gobernabilidad horizontal, lo cual no fue fácil y no necesariamente iba a tener éxito. Otros partidos hegemónicos o de Estado que han salido del poder se han desmoronado en buena parte por esa razón.
Pero no veo transformaciones en términos de renovación democrática. En el PRI han tomado algunas decisiones de manera democrática por necesidad y a veces con dificultades, pero la democracia interna no ha avanzado mucho.
Donde gobiernan, las formas de hacer las cosas de los priistas siguen siendo las mismas: los gobernadores se comportan fundamentalmente como antes lo hicieron los presidentes de la República priistas. Lo vimos con Peña Nieto, quien manejó su sucesión en el Estado de México de manera exitosa pero bajo el formato antiguo del PRI: con dedazo, sin contienda interna a pesar de que había varios aspirantes, con cargada y con disciplina, como antes. Eso fue un reflejo de cómo se hacían las cosas en el viejo PRI.
Gracias a los priistas se echó para abajo la reforma política —aunque algunos la habían aprobado, porque el pri no es un partido monolítico. Prevaleció a final de cuentas la visión arcaica y muy tradicional (de la que también participa Peña Nieto).
No hay una gran transformación, pero sí un cambio obligado de operación interna en la toma de decisiones: no a partir de una estructura horizontal democrática, sino de una oligárquica; se pasó de una monarquía a una oligarquía, no a una democracia interna, lo que ha sido suficiente para darle al pri gobernabilidad, evitar rupturas y su desmoronamiento.
¿Hoy dónde podemos ubicar ideológicamente al PRI?
El pri siempre ha sido un partido muy pragmático: en realidad su ideología se va adaptando a las necesidades, a las modas o a las circunstancias. No tiene una ideología sino que ha tenido varias. Al tiempo que tiene una predominante, hay grupos diferentes dentro del pri que sostienen otras. Era un partido que englobaba casi todas las ideologías, salvo los extremos; allí había grupos de derecha y de izquierda, algunos liberales y otros socialdemócratas, unos más nacionalistas, revolucionarios, proteccionistas, y otros neoliberales a favor de la apertura comercial, etcétera.
También cuenta la estrategia. Por ejemplo, al considerar la reforma energética que planteó Calderón, los priistas dijeron: “No vamos a colaborar con una reforma que le dé bonos a un partido en el poder que no sea el nuestro”. Esa es una estrategia que ha seguido el pri; algunos priistas, como Manuel Bartlett o Fidel Herrera, lo anunciaron abiertamente cuando llegó Vicente Fox al poder. Algunos dirán que la estrategia les salió bien porque los priistas van de regreso, y es mucha la gente que va a votar por el PRI que estará diciendo: “Es que estos sí saben gobernar”.
Pero también fue por razones ideológicas que no aprobaron, por ejemplo, la reforma fiscal de Fox que planteaba el iva a medicinas y alimentos, pese a que había un buen número de priistas que estaban dispuestos a apoyarla; sin embargo, se impusieron los nacionalistas revolucionarios que dijeron “no”. Luego pasó igual con la reforma energética de Felipe Calderón.
Esto quiere decir que el PRI sigue albergando en su interior varios grupos. A Peña Nieto se le ha dicho que está promoviendo casi la misma reforma energética que propuso el pan y que no aprobó el PRI, a lo que él ha respondido que, como no hay nadie que controle las bancadas de su partido porque no hay presidente, cada quien vota según su ideología. En este sentido, en el pri hay dos grandes bloques: el nacionalismo revolucionario y el neoliberalismo. En este escenario, Peña Nieto ha dicho que con un presidente priista sí se va a poder orientar y disciplinar a las bancadas de su partido, y entonces se va a poder ir en un sentido favorable a la reforma de corte neoliberal que él está proponiendo.
¿Hacia dónde iría nuestra democracia en caso de un retorno del pri a la Presidencia de la República?
Esa es la gran incógnita. Mucha gente dice que iríamos a la restauración del régimen priista que dejamos atrás en los últimos años. Y hay razones, desde luego, para pensar eso: el PRI no cambió en términos de democracia. Hemos visto viejas prácticas en los gobernadores priistas, como el corporativismo, que ahí sigue porque el pan tampoco quiso enfrentarlo ni modificarlo, sino que más bien lo aprovechó.
Respecto al corporativismo, la única cosa que pasó es que ganó autonomía; los sindicatos internamente siguieron iguales, pero cobraron autonomía respecto del PRI. Entonces, libremente, pueden seguir apoyando al pri si este les ofrece cosas, o pueden negociar con otros actores o partidos, como hicieron Elba Esther Gordillo y su sindicato.
Internamente, las corporaciones son las mismas; el PRI no tiene por qué combatirlas porque son parte de su esencia, y el pan, que siempre estuvo en contra del corporativismo monopólico y autoritario, más bien jaló de su lado la parte que pudo.
Además, la mentalidad de Peña Nieto, que en política parece más bien conservadora y anticuada, más que moderna y renovadora, lleva a pensar que sí puede haber un retroceso o que hay la intención de ir para atrás.
Sin embargo, yo diría que el PRI no era solo eso: la antidemocracia, el conservadurismo y el estancamiento político, porque en 70 años hubo varios PRI. Por ejemplo, el de Gustavo Díaz Ordaz, el de Echeverría o el de López Portillo. Las razones pragmáticas y las condiciones del país llevaron al partido a comportarse con apertura democrática, aunque no por vocación democrática; esta ya no la vemos por ningún lado, porque el pan sí tenía vocación democrática, pero se le esfumó de inmediato, y la izquierda no se diga.
Se puede avanzar en la democracia sin vocación democrática, por pragmatismo, por necesidad, para adaptarse a las circunstancias y recuperar cierta legitimidad. El PRI es pragmático: se abre cuando hay que hacerlo. A final de cuentas, ¿quién impulsó la democratización? Los priistas, por presión de abajo, por el fortalecimiento de los partidos de oposición, por el empuje de la sociedad civil. El pri creó el Instituto Federal Electoral y le dio autonomía, creó el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, aceptó derrotas primero frente al pan y después ante el PRD.
Varios de esos avances fueron de gobiernos priistas, sobre todo el de Ernesto Zedillo, y podría volver a pasar. Podría haber un intento de irse para atrás y, dentro de esa intención, ¿qué tanto conseguirían? Ya ha habido cambios, aunque no como los que hemos querido; por ejemplo, ha habido descentralización del poder. No siempre es fácil reconcentrar el poder, lleva tiempo. El presidente ha perdido poder frente a los gobernadores, al PRI, a los partidos de oposición —que, aun perdiendo, no desaparecerían ni serían anulados hasta los niveles de hace 40 años.
No sería tan fácil reconcentrar el poder al grado que había antes de la apertura de estos últimos años. Intentarlo puede, incluso, generar muchos costos, porque los grupos sociales opuestos al PRI, que siguen siendo mayoría, tampoco se van a quedar sentados. Yo no creo que, de ganar la presidencia, Peña Nieto quiera en automático echarse para atrás y reconcentrar el poder —aunque hay indicios de ello: la cláusula de gobernabilidad que plantea, el no aceptar la reelección legislativa, etcétera. Por él, iríamos para atrás, sí. Pero eso no significa que pueda hacerlo fácilmente, que no implique costos políticos y que le salga bien el intento. A lo mejor se da cuenta de eso y mejor no lo intenta —así sea por razones de necesidad política y de pragmatismo—, y en cambio empuja para adelante para crear una nueva legitimidad y adecuarse a las condiciones actuales. Esa fue la mentalidad que llevó a la reforma de 1979 y a las reformas de Zedillo, y que fueron abriendo el sistema.
Yo no lo descarto totalmente. Después de las elecciones de 1994, detecté que Zedillo iba a entender las circunstancias y se iba a echar para adelante, lo que mucha gente pensaba que no era posible, pero ocurrió. Existe ese PRI pragmático que ante las circunstancias ha abierto vías democráticas. ¿Por qué no pensar como posibilidad que eso también pueda ocurrir ahora?
¿Qué destacaría de la oferta programática del pri en términos sociales y económicos?
En términos económicos, sigue estando dentro de la vía neoliberal. Esto es interesante porque lo primero que sucedió cuando el PRI perdió el poder fue la salida del partido de muchos neoliberales, o su neutralización. Sin embargo, y curiosamente, Peña Nieto va más en la línea neoliberal.
Esto es una paradoja para el PRI porque incluso en los estatutos aprobados en su XVIII Convención, en 2001, recuperó el nacionalismo revolucionario como eje central. Los que quedaron en el PRI después de la derrota y los que asumieron el control del partido fueron nacionalistas revolucionarios: Bartlett, Madrazo o Beatriz Paredes, aunque no necesariamente tomados de la mano, porque a final de cuentas también había divisiones entre ellos. Pese a esto, surgió Peña Nieto como un candidato presidencial con posibilidades de ganar, aunque económicamente puede ser un modernizador neoliberal y de más apertura.
Pero también hay aspectos tradicionales, como lo de darle apoyos a los adultos mayores desde una edad de 65 años, lo que es difícil de financiar. Hay también aspectos populistas propios del PRI, algunos de los cuales hasta los gobiernos del pan han adoptado.
En sus planteamientos pero también en su acción política, ¿el pri responde a los retos que el siglo xxi le plantea a México?
Hasta ahora yo creo que no. Lo que hemos visto en los estados es verdaderamente lo contrario, porque los gobernadores se han convertido prácticamente en señores feudales, en los que podemos notar corrupción y abuso de poder, lo que nos lleva a concluir que el PRI no ha cambiado, que no se renovó.
Pero tampoco con los gobernadores de otros partidos ha sido muy diferente, lo que hace pensar que es un problema de la estructura misma. Los incentivos que puedan tener los gobernadores son a veces muy distintos de los que tiene un presidente de la República, por ejemplo el no rendir cuentas a nadie, o la facilidad de manejar las instituciones a su gusto, lo que los presidentes ya no tienen. Esto puede generar que se impulse algo distinto de lo que vemos con los gobernadores priistas, y llevarlos a intentar resolver algunos de los retos más importantes del país en el siglo XXI, pero por supervivencia, no necesariamente por patriotismo, compromiso social o actitudes democráticas. Esto casi no existe, ni en el PRI ni en los otros partidos.
No se ve que con Peña Nieto venga una nueva generación de priistas que esté viendo al siglo XXI. Pese a su juventud y hasta cierto punto su frescura en algunos aspectos, es un pri que sigue pensando, al menos políticamente, como el de los años cuarenta del siglo XX, no como un partido del siglo XXI.
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JOSÉ ANTONIO CRESPO es profesor-investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas y autor de ¿Tiene futuro el PRI? (Grijalbo, 1998) y PRI: De la hegemonía a la oposición (Centro de Estudios de Política Comparada, 2001), entre otros libros.
ARIEL RUIZ MONDRAGÓN es editor. Estudió historia en la UNAM. Ha colaborado en revistas como M Semanal, Metapolítica y Replicante.
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