Traigo en mi cartera hasta el día
de hoy una nota que dice:
‘Mi suicidio es un gesto
de libre albedrío’
Rubem Fonseca
La calma de los muertos es imprevisible, apabullante. En ocasiones los cadáveres evocan terror, pero es más tenebrosa la contradicción entre calma y contundencia que se aloja en algunos. Hay una muerta cuya calma persigue; su nombre era Evelyn McHale.
Cuando uno salta al vacío puede caer elegantemente y aterrizar con los pies cruzados. Pero esto no es común. El drama del cuerpo en el aire todos lo presenciamos el once de septiembre de un año que ya no quiero recordar. Nos conmovimos con ese último acto de desesperación, el que Frederic Beigbeder tan certeramente describió en su libro Windows on the World; en efecto, hay quienes deben elegir entre morir por fuego o por aire. Pero ellos no eran suicidas. Las figuras que cayeron con las rayas verticales del World Trade Center de fondo no eran suicidas. Eran humanos desesperados, pero no buscaban la muerte. Evelyn McHale sí la buscaba.
El 2 de mayo de 1947, a las 10:40 de la mañana un policía de nombre John Morrissey notó una mascada blanca que caía flotando desde las alturas del Empire State, unos segundos después, escuchó un golpe seco.
Parece que al saltar desde un edificio se corre siempre el riesgo de perder los zapatos. Siempre son lo primero en irse. Igual sucede con los choques, la gente inexplicablemente pierde los zapatos. Se dice que es tal la contracción de los músculos, tan innatural el movimiento corporal causado por el impacto, que se le salen a uno, existan agujetas, hebillas o nada. Al saltar de un edificio puede uno perder los zapatos, incluso hasta se pueden romper las medias, pero pueden conservarse los guantes intocados. Se puede caer los más de trescientos metros de altura, llegar al fondo, caer sobre una limusina y destruirla, pero seguir con la mano aferrada al collar de perlas que con tanto cuidado se colocó sobre un cuello esa misma mañana. Se pierden los zapatos, y la vida, por supuesto, es lo que sin duda se pierde.
Los que deciden lanzarse al aire no suelen terminar como una imagen tolerable ante la mirada ajena. Sus cuerpos normalmente terminan destrozados, con huesos dislocados y alojados en sitios donde no corresponden. Pero Evelyn no. Ella sólo perdió los zapatos, nada más.
El 2 de mayo de 1947, Robert Wiles, un estudiante de fotografía, vio a una mujer incrustarse contra una limusina de las Naciones Unidas. Corrió y miró la escena. De inmediato produjo la única foto que publicaría en su vida. La imagen resultante se conoce popularmente como “el suicido más bello”. En la fotografía, el rostro y el cuerpo de Evelyn McHale se encuentran en reposo absoluto. Nada en su compostura indica que haya saltado desde una altura mortal buscando la muerte, excepto su falta de zapatos, y el hecho de que está acurrucada entre el metal ahora corrugado del techo de una limusina destrozada.
6500 ventanas más arriba, en la plataforma de observación, se encontró una nota que decía: “No quiero que nadie dentro o fuera de mi familia vean ninguna parte de mí. ¿Podrían, por favor, destruir mi cuerpo por cremación? Les ruego a ustedes y a mi familia – no hagan un funeral ni remembranza alguna para mí. Díganle a mi padre que tengo demasiadas de las tendencias de mi madre.” Atravesadas por una línea de tinta, en la misma nota, las siguientes palabras “Él está mucho mejor sin mi… yo no sería una buena esposa para nadie”.
Un segundo antes estaba ahí, en el borde, observando el horizonte como todos los demás turistas. Pero de pronto dejó de estarlo. La barandilla y las múltiples barreras no la detuvieron. Ya no está. Ha desaparecido. Se ha lanzado. No quiero que nadie dentro o fuera de mi familia vea ninguna parte de mí. El deseo de desaparecer súbitamente; ahí radica el impulso básico del suicidio. Esfumarse. Disappear into thin air, dicen los angloparlantes. Desaparecer por completo y convertirse en aire. No cualquier aire. Aire delgado, viento.
¿Podrían, por favor, destruir mi cuerpo? Y sin embargo, la última imagen de ella le robó su último deseo. Lo único que quería era desaparecer, pero el cuerpo de McHale se convirtió en un nuevo cuerpo que es la imagen fotográfica. Pasó a formar parte del imaginario colectivo en el instante en que Wiles vendió su foto a la revista Life, y dos semanas después se publicó a página completa.
En 1962, la imagen del cadáver de Evelyn pasó a formar parte de la serie Death and Disaster de Andy Warhol. Una serigrafía con el título Suicide (Fallen Body) reprodujo mecánicamente el epicentro de su caída. El proyecto consistía en la alteración de fotografías apropiadas, e incluía imágenes de choques, la bomba atómica, la silla eléctrica, motines racistas, envenenamientos y temblores. Warhol, al hablar de las víctimas retratadas en estas imágenes, dijo “no es que yo sienta lástima por ellos, es sólo que la gente pasa y no le importa que alguien desconocidos haya muerto… a mí todavía me importa la gente, pero sería tanto más fácil que no me importara”.
Toda acción impuesta sobre el cuerpo de una persona en muerte es, por definición, involuntaria. Los vivos argumenta que el tratamiento que se da al cuerpo del difunto coincide con la voluntad que dictara en vida, pero ésta queda siempre secuestrada por el impulso emocional de los vivos. Los muertos no saben en lo que se están metiendo cuando piden que tal o cual cosa sea hecha con sus cuerpos. Como Addie Bundren, protagonista de la novela de William Faulkner Mientras agonizo (As I lay dying), quien no sabía que el cumplimiento de su último deseo involucraría que su cuerpo fuera arrasado por el agua, las llamas, y la tierra al ser acarreado por kilómetros y kilómetros mientras el hedor de su pudrimiento se incrementaba, acompañando a la devota familia, cuya devoción resultó ser más necedad, que una obsesión por cumplir el deseo de su muerta.
No hagan remembranza alguna para mí. Mi madre siempre dice que un no debe decir lo que quiere, ni lo que no quiere, que se haga con su cuerpo tras morir. Los demás harán exactamente lo contrario. Si uno quiere que lo entierren, lo cremarán; si uno quiere que haya misa, no habrá. Y así, los vivos imponen siempre su voluntad sobre los muertos.
¿Sobre qué eje rota la moralidad o no de fotografiar a los muertos en el instante de su vulnerabilidad más extrema, cuando definitivamente, ya no se pueden defender? ¿Qué elección tienen los cadáveres al convertirse en símbolos?
El 2 de mayo de 1947 el New York Times informó en un breve artículo, que Evelyn Mc Hale, tras haber realizado una visita a su novio, subió hasta la plataforma de observación del piso 86 del Empire State y se convirtió en la doceava persona en saltar desde aquella altura.
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