Dijo Roland Barthes que una fotografía es “el retorno de lo muerto”.
Mitch Hedberg, comediante extraordinario, exploró la misma idea con otras palabras:
“A: ¿Quieres ver esta fotografía de cuando era más joven?
B: Todas las fotografías son de ti cuando eras más joven”
Las empresas dedicadas a hacer encuestas no quitan el dedo del renglón de este ánimo necrófilo. Cualquier resultado publicado por ellas, así lo defienden sus directivos, no es más que una “fotografía” de un momento particular, de un espacio particular, que refleja la realidad pasada pero no puede, aunque así lo dibujen los medios de comunicación, predecir el futuro. En este sentido son, y serán siempre, incuestionables.
Desperté una mañana y Enrique Peña Nieto estaba escondido en un baño. Las redes sociales habían creado una suerte de hermandad espontánea y vital entre sus usuarios, todos nosotros en un deleite caníbal de quien ve recién destrozado a un ídolo. Pero, más allá de la narrativa anecdótica de lo que estaba sucediendo, la gente clamaba que de entre las aulas de la Universidad Iberoamericana sugiera algo: una fotografía de este soldado electoral herido. Nadie supuso que la exposición de dicha imagen nada más indicaba el comienzo del final de un episodio; el retorno de lo muerto.
#YoSoy132 nunca tuvo la soltura de un movimiento. Se exhibió, propuso y habló aferrado a esa imagen, estática, de un momento en el tiempo. Se organizó y adoptó nomenclaturas; nunca dispuso dirigirse a cualquier lugar que le encomendara un destino dinámico y discutió, en asambleas burocratizadas y retóricas, meras abstracciones. Radicalizarse no era otra cosa que asumir la incertidumbre propia del viento.
Las redes sociales, en otro momento, me regalaron una imagen. En ella no aparecía figura alguna, más allá de un texto un tanto chocante pero que trascendía lo mortuorio de cualquier otra imagen: era un mensaje con vistas futuras. Leía: “Cristo no buscaba cristianos. Buscaba Cristos”. Así, supongo, con todas las cosas de la Iluminación.
La imagen es lo muerto, pero de ella nos armamos. Nuestro cuerpo no es más que un vehículo permanente del pasado hacia el futuro; nuestra composición genética es memoria, como lo son nuestros fetiches sexuales y nuestro entendimiento.
Atrapar el presente es la gran trampa de los medios de comunicación. Incluso ahora, mientras escribo “mientras escribo”, me veo atrapado en mi propio pasado. El presente siempre fue; San Agustín está pronto a cumplir los mil seiscientos años de muerto.
La urgencia de transformar nuestras realidades políticas no es más que la angustia de no poder volver, rehacer o transformar el pasado. Quizá se transformen en verdad cuando podamos invertir el mecanismo y engañarnos, ahora, con el futuro.