¿Qué decisión tomarías si fueras magistrado electoral? Si yo lo fuera, me tomaría los derechos en serio, lo que implica considerar los principios generales más allá de la letra estricta de la ley. Aplicaría a fondo la filosofía política y los valores a partir de los cuales hemos vislumbrado nuestra democracia, siempre con la intención de ir más allá. Releería una y otra vez los clásicos de Bobbio, Dworkin, Habermas y Rawls, y respecto a éste último, practicaría el velo de la ignorancia juzgando así los casos difíciles: ninguna decisión económica debería vulnerar o agravar la situación de los socialmente menos favorecidos. Y en este punto es necesario precisar ¿será la decisión que tome el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, económicamente relevante?
Posiblemente lo será, porque de creer lo que hemos visto en televisión y conocido en los medios alternativos, poderosos intereses políticos y económicos apoyaron candidaturas por detrás y más allá de lo permitido por la norma, que es muy clara en ciertos aspectos fundamentales: “No podrán realizar aportaciones o donativos a los partidos políticos ni a los aspirantes, precandidatos o candidatos a cargos de elección popular, en dinero o en especie, por sí o por interpósita persona y bajo ninguna circunstancia […] las empresas mexicanas de carácter mercantil”.
Por eso son tan graves las acusaciones de The Guardian y el apoyo disfrazado de seguimiento noticioso que una empresa podría haber brindado a un aspirante a cambio de ¿qué favores, pagos, acuerdos, concesiones? Si yo fuera magistrado electoral, más allá de los dichos presentados por las partes y en razón de la función fundamental de garante de la constitucionalidad de los procesos electorales que se me exige, me allegaría de las pruebas necesarias para poder pronunciarme. ¿Se apoyó o no, a algún aspirante mediante cobertura noticiosa? ¿A cambio de qué? Porque nuestro sistema electoral ha sido construido desde 1990 para equilibrar la contienda y evitar que los intereses de poderes fácticos (sindicatos, empresas, religiones) vulneren la libertad y la autenticidad de los sufragios individuales; para que cada persona cuente solamente una vez y para que la preferencia política de un empresario, un dirigente religioso, o un líder sindical, no afecte la equidad de los contendientes y la libertad y opinión de los ciudadanos.
¿Existe alguna diferencia entre recorrer el país para construir una candidatura durante seis años, y comprar tiempo noticioso a una empresa de carácter mercantil? Si yo fuera magistrado electoral, ponderaría el argumento de que en el primer caso se trata del uso legítimo del derecho de asociación política, mientras que en el segundo se estaría violando la Constitución. Por eso es que, de ser magistrado, estudiaría a fondo este hecho que estuvo a la vista de los televidentes y que movimientos sociales como #YoSoy132 han subrayado. Y no solamente respecto a uno de los candidatos, sino a todos, porque también es cierto que a más de uno se acusó de recibir recursos fuera de la ley.
Si yo hubiera sido magistrado electoral hace seis años, habría anulado la elección a partir de la causal de nulidad “abstracta” —ya he explicado aquí que, si bien nunca creí en el fraude electoral a la antigüita y menos en el cibernético, la guerra sucia dejó entrar en la contienda a los poderes fácticos que nuestra ley se empecina en dejar fuera.
El día de hoy, sin embargo no estaría seguro de hacerlo, si yo fuera magistrado electoral, y tendría que allegarme de pruebas para decidir, porque ¿soy parte de un tribunal de legalidad o me voy a tomar en serio la cantaleta de que integro uno de constitucionalidad? ¿Es decir, “tengo el valor o me vale”? (otra posible cantaleta, de ser cierto lo que The Guardian y #YoSoy132 han difundido).
También tendría en cuenta que nuestro sistema no es como el norteamericano, abierto a los recursos y a las fuerzas económicas más desatadas, y si lo fuera, si fuera magistrado, pensaría en Rawls, pero sobre todo en Krugman cuando evidencia la forma en que el Partido Republicano ha sido secuestrado por los intereses del 1% (en realidad, siempre insiste, del 0.01%) de la población más rica de ese país, la que promueve mayores recortes fiscales a los multimillonarios y la eliminación de garantías y programas sociales para paliar la pobreza de la cada vez más numerosa y necesitada población de nuestro vecino del norte (que tiene además al 1% de su ciudadanía metida en la cárcel).
Lo pensaría, lo tendría en cuenta de ser magistrado, el asunto de la tele-bancada, de los diputados que lejos de representar los intereses nacionales, están allí para defender los de sus corporaciones.
Pero por suerte no soy magistrado, porque odiaría tener sobre mi cabeza las presiones de todas esas empresas, sindicatos y líderes charros, frotando y refrotando el anillo de Smigols ofrecido a mi decisión. Y además, aunque formulara un voto personal, no quedaría bien con nadie, porque también es cierto que la izquierda en nuestro país es intolerante y facciosa, y desconoce desde su ángulo antidemocrático que existen verdaderos priistas o panistas que aunque puedan parecerle alienados, tomaron una decisión al votar como lo hicieron. Odiaría tener a esa izquierda intolerante exigiéndome anular una elección más allá de las pruebas de que pudiera allegarme. Y pensando en los poderes fácticos y en los ciudadanos que tenemos, y en cómo se encuentra construida nuestra política, me contento con ser un ciudadano común y corriente que puede opinar (y equivocarse), pero también ayudar a construir mejores diques, pesos y contrapesos para que nuestra democracia en un futuro pueda defenderse mejor de los intereses poderosos que tienen secuestrados a países como Italia o Estados Unidos.
También puedo observar que gracias a esta elección la ciudadanía ha despertado como nunca antes. Y así, puedo saber que la participación no se restringe a los procesos electorales y que a diferencia de un país como en EEUU donde cada ciudadano participa hasta en cinco asociaciones políticas (honor a quien honor merece, forman parte de grupos contra trata, ecologistas, educativos, etc.), aquí tenemos individuos que se conforman con protestar, sin ir más allá. ¿En verdad creemos que podemos cambiar algo sólo con lo electoral? Los diques tienen que ponerse en otros sitios.
Así que me da gusto no ser magistrado electoral, pero de serlo, todo eso es lo que haría. Si yo lo fuera, claro, esto es lo que pensaría. ¿Qué es lo que tú harías?