El Estado mexicano sigue siendo pintoresco. La alternancia del año 2000 no abolió la costumbre orwelliana de proclamar por radio y televisión, ad nauseam, que el legislativo está legislando, el ejecutivo ejecutando y juzgando el judicial. Los ciudadanos vivimos agobiados por una insufrible contaminación discursiva financiada con nuestros impuestos.
Durante décadas, las elecciones presidenciales en México eran una simulación. Todos sabíamos que el presidente en funciones designaba a su sucesor hacia fines del quinto año de gobierno (tenía la delicadeza de no nombrar a su primogénito) y desde entonces hasta el mes de julio siguiente se vivía una farsa sonora: mítines con matracas, porras y banderines —utensilios propios de una contienda deportiva— como si se tratara de una verdadera competencia en la que el candidato oficial pudiera salir derrotado.1 Políticos, periodistas y sociedad fingíamos creer que todo ello iba en serio y que la audiencia acudía voluntariamente. Todavía hoy asistimos, circunspectos, a tomas de protesta, a presídium interminables (con presentaciones de sus integrantes también interminables, acompañadas de aplausos), mamparas con fecha y motivo de la reunión, efigies gigantescas, discursos con datos inverificables y voz engolada, entre otras solemnidades que tanto agradan a los autócratas.
A pesar de todo, en los últimos quince años la situación ha evolucionado. Son dos los acicates que mueven hoy a los políticos mexicanos: llegar al poder (con los recursos que trae aparejados) o, si ya lo tienen, mantenerlo. Otras consideraciones éticas o programáticas sirven para salpimentar la contienda y dar de qué hablar en las sobremesas y en los medios. Los instrumentos utilizados para esos fines son el discurso directo, en tiempo futuro, de los candidatos y el indirecto de otros actores que opinan interesada o desinteresadamente. También existen entramados subliminales. Bajo los discursos y la propaganda siempre hay simbolismos, que en esta campaña electoral 2012 se basan en: 1) la apostura; 2) las diferencias de género, y 3) lo étnico-religioso. Así, el pri apuesta a que el electorado, sobre todo las mujeres, tenga un reflejo metonímico: si es bonito es bueno. El pan, tras cinco años de una paternidad rígida, pretende relevarla con una imagen materna: si los hombres no han podido, elijamos una mujer. Por su parte, el prd (con sus sucursales), en una audaz síntesis se ostenta como representante de las poblaciones morena y guadalupana (otra referencia a lo maternal): Los morenos de La Morena, al poder.2
Jakobson distingue seis funciones en el lenguaje. Gracias a la función conativa, el emisor del mensaje busca y obtiene una reacción, lingüística o no, por parte del receptor. No se trata de convencer sino de seducir. Tres son los principales contextos en los que se explaya esta función conativa: la publicidad (vender una mercancía), la propaganda política (“vender” una idea, o más bien a un candidato) y el discurso amoroso (“vender” una imagen atractiva de uno mismo). El mensaje se organiza entonces con objeto de seducir al otro, de volver seductor determinado producto a fin de que el interlocutor lo “compre”.
En periodo electoral, el leitmotiv suele ser la necesidad de un cambio. En política como en otros ámbitos, este nos parece sinónimo de mejoría (cambio de aires, de look, de casa, etcétera). Olvidamos que es posible cambiar para empeorar (el cuerpo cambia al envejecer o al enfermarse); en el siglo pasado, el nacionalsocialismo prometió un cambio radical con respecto a la República de Weimar y cumplió ampliamente, con las consecuencias que conocemos. Algunos ciudadanos romanos pensaron que no les podía ir peor que con Tiberio o con Claudio: Calígula y Nerón, respectivamente, los sacaron de su error.
En esta campaña, el pri propone un cambio basado en la experiencia y el compromiso, mirando hacia un pasado que considera exitoso; el pan, un cambio de género, una presidenta en vez de un ¿presidento?, como si no existieran mujeres nefastas;3 y el PRD, un cambio verdadero. Este último cumpliría su promesa en cualquier circunstancia ya que todo cambio es necesariamente verdadero; puede haber cambios adecuados e inadecuados, justos o injustos, pero todos son verdaderos.
Ningún político exitoso ha basado su campaña o su lucha en el continuismo sino en la transformación. El siglo XX fue el de las revoluciones (mexicana, rusa, china, cubana, vietnamita, camboyana, nicaragüense, “bolivariana”); el objetivo central de los regímenes que emanaron de ellas era cambiar la realidad cambiando al ser humano; se trataba de dar forma al hombre nuevo.4 Este proyecto, tal vez encomiable en teoría, se materializó en adoctrinamiento masivo, censura, represión y en el simple remplazo de una oligarquía por otra.
Otros contrasentidos pueblan el discurso político mexicano, como la división de los ciudadanos en dos grupos: progresistas y conservadores. Paradójicamente, las personas más “progresistas” suelen resistirse al cambio y pretenden fortalecer las tradiciones (e incluso reactivar las ya desaparecidas) mientras que las “conservadoras” buscan romper con la herencia nacionalista.
También son mitos la naturaleza ciudadana de tal o cual candidato u opinante (para serlo solo basta tener 18 años o más, como El Chapo Guzmán) y la bondad intrínseca tanto de las ong (recordemos que el sinarquismo y el KKK lo fueron) como de los “luchadores sociales” (uno de ellos escribió en Alemania un libro titulado, precisamente, Mi lucha).
Cada seis años los discursos políticos tratan de revivir entre los mexicanos la esperanza de un cambio. ¿Habrá que creer, con Di Lampedusa, en la necesidad de cambiar para que todo siga igual? ~
1 En ese mismo sentido, llamar mi gallo al candidato nos remitía a los palenques.
2 La virgencita del Tepeyac acogería, entonces, al pueblo bajo su manto amoroso.
3 Una de ellas, por cierto, maneja a un —digamos— cuarto aspirante.
4 Término que entonces incluía a la mujer.
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Profesor de literatura francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los USATM”.
Magnífico artículo, no cabe duda que fue escrito por alguien que domina nuestra lengua. Sin embargo, creo que existe un pequeño problema:¿quién, del común del pueblo, realmente entenderá la profundidad del mensaje? Espero que me equivoque y, la mayoría, lo entiendan. Además, quiero agregar, en cuanto a las palabras político y política, utilizadas en el texto. Yo considero que, desafortunadamente en nuestro país, «la política» de los partidos, es «grilla» y nuestros «políticos» entienden o saben de Política, lo que yo entiendo o sé de arameo o de sánscrito, es decir: NADA. Esto es lo que se observa en sus discursos populacheros de todos los días, por demás demagógicos y lo que es peor, que se tratan de erigir en redentores o mesías, que son las dos figuras que menos necesitamos para corregir el rumbo de nuestra Nación y la recuperación del verdadero Estado Mexicano. en fin, ojalá, que hubieran mas mexicanos como Usted, que nos abran más los ojos y sobre todo la mente, para vivir en un México verdaderamente LIBRE que es lo que todos quisiéramos.
Reitero mi más sinceras felicitaciones por tan estupendo artículo.
Saludos.