Ha habido tres periodos de fricción entre españoles y árabes: la ocupación secular de la Península Ibérica, la posterior colonización española en el norte de África y la inmigración magrebí, principalmente de Marruecos, que hoy cruza el Mediterráneo en busca de trabajo. Los diferendos no han sido lingüísticos (nuestra lengua adoptó cientos de arabismos) ni culturales (heredamos la talavera multicolor, los cantos dolientes, los patios centrales con fuente) sino religiosos y étnicos: como su nombre lo indica, el adversario, el moro, además de musulmán es moreno.
La palabra moro proviene del latín maurus: “habitante de Mauritania”. De moro derivan los adjetivos moreno (que también es apellido), moruno y morisco. En su cuarta acepción, el DRAE define moreno así: “Dicho de una cosa: Que tiene un tono más oscuro de lo normal”. La anormalidad, pues, está asociada con la oscuridad y, por ende, la normalidad lo está con la claridad. El adjetivo negro, por su parte, aplicado a situaciones, significa “infeliz, infausto, desventurado”, como se verá.
Este recelo ante la piel morena acompañó a los españoles cuando atravesaron el Atlántico en el siglo XVI. Tantos años bajo el dominio árabe habían dejado huella en los prejuicios y fobias peninsulares. Los morenos indígenas mesoamericanos fueron los nuevos chivos expiatorios que de alguna manera retomaron esa carga negativa.
Para Van Dijk, especialista en análisis del discurso, la ubicuidad del eurorracismo es la consecuencia de siglos de colonialismo. Los “otros”, los no europeos, fueron percibidos y tratados sistemáticamente como diferentes e inferiores, ideología que sirvió como legitimación de la esclavitud, la explotación y la discriminación.1 En el mundo poscolonial, la presencia en Europa y Estados Unidos de trabajadores, a menudo indocumentados y provenientes de países subdesarrollados, mantiene vivo el discurso racista.
Obviamente, el racismo no es innato. Se reproduce a diario por medio de la lengua adquirida, que a su vez se nutre de una cultura popular prejuiciada, la cual crea expresiones racistas… Es un círculo vicioso. En palabras de Van Dijk: “Los miembros de los grupos dominantes aprenden el racismo a través de los discursos, de una amplia variedad de hechos comunicativos”. Los inmigrantes morenos son “aquellos”, los no nosotros, y no dejarían de serlo aunque intentaran integrarse a la sociedad de —digamos— acogida. Ello explica el empleo de imágenes como invasión, plaga, marejada y que se les atribuyan indistintamente características negativas: parásitos, acosadores, sinvergüenzas. “Nos quitan nuestros puestos de trabajo” es, en muchos países, el clamor popular.
Sinónimo de moro era el término sarraceno, cuyo equivalente en francés es sarrasin (también sarrazin), y se refería tanto a las personas de fe islámica como al trigo oscuro con cuya harina los bretones preparan sus famosas crepas saladas. Igual ocurre con el azúcar morena. Recordemos: es oscuro lo que se sale de lo normal.
Los hispanohablantes nos jactamos de que, contrariamente a los estadounidenses, nuestra habla no es discriminatoria y que por ello no necesitamos acatar las normas de lo políticamente correcto (concepto creado y exportado por estos últimos).2 Ponemos como ejemplo los modos cariñosos de los caribeños: oye, (mi) negro, así como canciones en las que se alude a la negra Tomasa, a lo que quiere el negro; ay, morena, morenita mía, el embrujo de los ojos moros o los negritos Sandía, Bailarín y Cucurumbé… El supuesto no racismo de nuestras costumbres lingüísticas choca, no obstante, con un estudio publicado en México en 2011 por el Conapred que establece que uno de cada cinco mexicanos se ha sentido discriminado por el color de su piel. En efecto, en este México mestizo subyace una vergonzante escala de valoración cromática: la gente de tonos más pálidos desdeña a los morenos, y estos a su vez menosprecian a otros aún más oscuros (los prietos).3 Todo el mundo, sin embargo, lo niega. Otro hecho significativo: según la televisión, los mexicanos somos rubios.
Muchas veces el referente es visible: lo negro de la uña, el prietito en el arroz. En otras se rememora la esclavitud: algunos escritores tienen un “negro”, es decir un amanuense que redacta lo que ellos firman. En una entrega anterior mencionamos otras expresiones: trabajar como negro, vérselas negras, ser negrero, merienda de negros, etcétera.
Dos realidades contradicen lo afirmado hasta aquí: 1) el culto a las vírgenes morenas, como la de Guadalupe4, y 2) el bronceado (morenez adquirida, no innata) que paradójicamente se ha convertido en las últimas décadas en signo de estatus y canon de belleza.
Ahora bien, la dualidad claro/oscuro = positivo/negativo no se limita a la tez sino que es un fenómeno complejo y con raíces profundas. Denigrar (del latín denigr¯are) es ennegrecer, manchar, injuriar. Se trata de una metáfora conceptual, de una visión del mundo. Su connotación negativa es patente en una serie de dicotomías que van más allá del color de piel: blanco y negro, luz y sombra, vida y muerte… hasta desembocar en el bien y el mal. De ahí las locuciones: magia, misa, música, humor, novela, oveja, mano, lista, ideas, mercado, historial negros.
El trato igualitario “sin distinción de raza, credo…” tiene un negro porvenir mientras subsista esta denigrante simbología cromática. ~
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1 Van Dijk, Teun A. (coord.), Racismo y discurso en América Latina, Gedisa, Barcelona, 2007.
2 El filólogo José G. Moreno de Alba ha señalado varias incongruencias: al clasificar a las personas, hispanic no se refiere al color de la piel (como en white o black) sino a la lengua materna (Nuevas minucias del lenguaje, FCE, México, 1996). Podríamos añadir que si existe el eufemismo afroamericano debería también hablarse de euroamericanos, asiaticoamericanos y —en el caso de nuestros expaisanos— de americanoamericanos.
3 Así se le dice, despectivamente, en nuestro país y en Cuba a la gente de piel oscura (en portugués, preto significa negro).
4 También Nuestra Señora de los Ángeles, en Costa Rica, o la de Montserrat en Cataluña, entre otras.
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Profesor de Literatura Francesa en la Facultad de Filosofía y Letras y de español superior en el CEPE de la UNAM, RICARDO ANCIRA (Mante, Tamaulipas, 1955) obtuvo un premio en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo 2001, que organiza Radio Francia Internacional, por el relato “…y Dios creó los USATM”.
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Ricardo Ancira, Agosto tiene la culpa, Samsara, México, 2014. En “… y Dios creó los usaTM”, Ricardo Ancira cuenta cómo un mexicano supuestamente americanizado se arma un día hasta los dientes, recorre un barrio chicano en Los Ángeles, California, peregrinación que es una forma de recorrer su propia vida de desgracia y migración, irrumpe en […]
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