Teatro de Ciertos Habitantes y la experiencia epifánica
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Helena Okón | 13.07.2012 | 0 Comentarios
Llevo años cazando obras de la compañía “Teatro de Ciertos Habitantes” y sin embargo, mis intentos casi siempre quedan frustrados. El pasado 21 de mayo fue otra de esas ocasiones en las cuales el destino simplemente conspiró en mi contra, y a pesar de que la compañía de teatro dirigida por Claudio Valdés Kuri presentó su obra “EL GALLO, ÓPERA PARA ACTORES” en Taxco, durante la semana de Jornadas Alarconianas, me fue imposible asistir. Peor aún, quedé a sólo días de lograrlo. Aireando mi frustración, tomo esta oportunidad para explicar mi devoción por esta inusual compañía de teatro, que no sólo es una compañía, sino un proyecto cultural colaborativo que me parece ejemplo a seguir de guionismo colectivo.
Hace ya varios años tuve la fortuna de asistir a su puesta en escena “El Automóvil Gris”, donde se funden cine, oratoria, radio, danza, “stand-up comedy” y teatro para generar una obra que se trenza imparablemente con la mente y las reacciones de los espectadores. Fue un evento de una calidad que me hizo sentirme absolutamente orgullosa de provenir del mismo país que esta compañía. Nunca he visto nada igual. Reí como jamás he reído con una puesta en escena.
“El Automóvil Gris” tiene su origen en una película silente mexicana de 1919 donde se retrata el quehacer de la famosa “Banda del Automóvil Gris”, un grupo de delincuentes que aterrorizaron la Ciudad de México a principios del siglo XX. La película inaugura la función en su forma básica: acompañada del silencio. Tras un rato de inquietud donde el público se pregunta si acaso así será toda la presentación, se comienza a escuchar un piano, y es entonces donde cae el veinte: la música es el acompañante original del cine. No se necesita nada más, ni siquiera diálogo para comprender las imágenes. Utilizando este método “epifánico” (donde el público está constantemente asaltado por epifanías) el método de Teatro de Ciertos Habitantes conspira para construir espectadores pensantes al someterlos a experiencias inusitadas. O al menos así lo viví yo. Para mi resultó la prueba máxima de que el buen teatro no sólo transmite conocimiento, sino que lo produce al momento de estarse desarrollando la escena.
Tras un rato de música, aparece un narrador en la oscuridad, es la reencarnación de una Benshi, la profesión dedicada a contar-comentar-presentar-subtitular las películas silentes en Japón. La película mexicana continúa, pero ahora narrada en… japonés. De nuevo, el público se confunde, pero pronto llega la siguiente epifanía: ¡se entiende lo que sucede en la película aunque esté siendo narrado en japonés! Las inflexiones de voz, la dramatización y los efectos vocales todos convierten la acción muda en drama. Y así continuó la experimentación lingüística de una, luego varios Benshis. La narrativa evolucionó del japonés al español, al chilango, al inglés, al tono operático, al ladrido, hasta llegar al maullido. Al final del espectáculo, el purismo del lenguaje había sido demolido. La epifanía final quedaba en el aire: toda palabra posee el potencial de ser malinterpretada y confundida, pero esto también le permite adquirir doble sentido, convertirse en algo nuevo, y cambiar constantemente. El lenguaje es un bien mutable.
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