“Voy a poner por escrito un cuento, tal como me lo contó uno que lo sabía por su padre, el cual lo supo anteriormente por su padre; este último de igual manera lo había sabido por su padre… y así sucesivamente, atrás y más atrás, más de trescientos años, en que los padres se lo transmitían a los hijos y así lo iban conservando…”
Esta historia de Mark Twain nos incumbe cuando debemos pensar las causas de la violencia en las calles: “En la antigua ciudad de Londres, un cierto día de otoño del segundo cuarto del siglo XVI, le nació un niño a una familia pobre, de apellido Canty, que no lo deseaba. El mismo día otro niño inglés le nació a una familia rica, de apellido Tudor, que sí lo deseaba. Toda Inglaterra también lo deseaba. Inglaterra lo había deseado tanto tiempo, y lo había esperado, y había rogado tanto a Dios para que lo enviara, que, ahora que había llegado, el pueblo se volvió casi loco de alegría”… “Pero no se hablaba del otro niño, Tom Canty, envuelto en andrajos, excepto entre la familia de mendigos a quienes justo había venido a importunar con su presencia”.
Muchos saben cómo sigue la historia: los niños son tan parecidos que al conocerse, pasa por la cabeza de ambos la idea de cambiar lugares y el príncipe vestido de mendigo se verá impedido de regresar al Palacio, condenado a enfrentarse a la violencia diariamente padecida por el pueblo inglés.
Tal como hace la novela Los miserables, de Víctor Hugo, El príncipe y el mendigo de Twain acusa situaciones de pobreza generadoras de violencia. Gracias a tales denuncias y a siglos de luchas sociales, existen Estados de Bienestar que brindan a sus ciudadanos las oportunidades y capacidades necesarias para alcanzar la igualdad social. Los países nórdicos se encuentran muy pendientes de que ninguno de sus ciudadanos corra el riesgo de caer en la pobreza y pierda con ello sus oportunidades vitales y las de su descendencia, como está ocurriendo en México, donde la violencia no hace sino descubrir la enorme afectación del tejido social, de la socialización de la ley y de la oportunidad de millones de familias para atender las necesidades de sus hijos.
¿Qué camino tomar? Reconstruir el tejido social, brindar educación a todos los niños y empleos dignos a sus padres. Sin embargo, la relación entre pobreza, reducción de oportunidades vitales y violencia, no está del todo clara para nuestros gobernantes. Ni para Calderón, ni para su sustituto electo.
Un mundo que desmantela sus Estados de bienestar se dirige a la pesadilla soñada por los apocalípticos porque, al renunciar a la ley y a los derechos, sacrifica la razón en que debería basarse. El avance logrado en siglos puede perderse en unas cuantas generaciones. Para muchos, la nueva economía global tiene como deber la reducción de prestaciones sociales y la desregulación laboral como única alternativa al desempleo. Pero esta receta ha llevado a un callejón sin salida: si Estados Unidos tiene menos desempleados que Europa, es porque ha promovido trabajos de baja calidad cuyos salarios se hallan por debajo del umbral de pobreza. No es casualidad que ese país tenga al 1% de su población en la cárcel. Por el contrario Europa sostiene a su ciudadanía a través de programas sociales que evitan así una crisis social mayor.
¿En verdad creen que las crisis pueden solucionarse encasillando a las familias en la miseria? El danés Esping-Andersen nos alerta: desde la década de los 50, el régimen de bienestar ha sobrevivido a varios choques, enfrentándolos de forma distinta. De ello deriva que es difícil creer en una crisis universal cuando los Estados de Bienestar están avanzando en direcciones diversas de ajuste. Concluye que toda vez que la juventud y las familias jóvenes están siendo bombardeadas desde todas partes con riesgos de pobreza, bajos ingresos, desempleo, encasillamiento y marginación, lo que se requiere no es menos estado de bienestar, sino una importante revisión de éste.
Así lo ve igualmente Graciela Bensunsán, investigadora del Departamento de Relaciones Sociales de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM): “Pese a la evidencia de que no hay ninguna relación entre flexibilidad y generación de empleo, el presidente Felipe Calderón ignoró el debate teórico al respecto y decidió llevar adelante una reforma laboral que se ha venido pactando entre el sector empresarial, el PRI y el PAN … la discusión debería estar vinculada a un debate sobre estrategias de desarrollo y a un diagnóstico sobre los problemas económicos y sociales de México…por ejemplo, con el seguro de desempleo, la universalización del sistema de salud, la integración de los sistemas médicos…” “… En México tenemos un mercado laboral muy flexible, con una tasa de rotación anual de 70 por ciento; es decir, siete de cada diez trabajadores cambia de empleo cada año. El principal problema, por tanto, no es la flexibilidad, sino la desprotección de las personas ante la movilidad laboral”…“De ser aprobada la reforma, los trabajadores mexicanos seguirán teniendo un salario mínimo por debajo de la línea de pobreza (OIT 2008), y entre los más bajos del continente. Además, no se puede aspirar al trabajo digno sin renovar las estructuras autoritarias de los sindicatos”.
¿Por qué entonces, con tanta evidencia disponible, hay quienes apuestan por la austeridad y la eliminación de derechos sociales? De seguir su consejo, los padres de familia estigmatizados en la miseria serán incapaces de continuar contando historias, y los niños de México se formarán, como ya lo están haciendo, en la escuela de la violencia colectiva.