Hay algo no dicho por nuestras instituciones respecto al pasado proceso electoral que si bien ha sido procesado por causes sociales y de opinión, no ha podido ser registrado por ninguna autoridad. Esto brinda a nuestra realidad democrática una tonalidad esquizofrénica.
Si la locura no tuviera ningún significado, la razón se vendría abajo. Se trata del negativo de la consciencia: así como en otros tiempos era imposible duplicar una fotografía sin su contraparte de luz y sombra, así la lógica se derrumba desfondada de aquello que esconde. Por eso resultan absurdos los intentos por reducirla a una falla química, o aquellos dirigidos a descifrar el carácter inscrito en los astros o en la vía láctea de un genoma.
En su obra El sentido de la locura, John Read y Jim Geekie buscan rescatar la experiencia del enfermo que brinda un sentido a sus actos y delirios, estrellándose no obstante ante el muro psiquiátrico. ¿No es posible entender su discurso sino como el resultado de un desorden neuronal? Los autores nos relatan el caso de una joven madre que pasa noches y días pensando en su problema. Su esposo la maltrata pero ello forma parte de la normalidad de las mujeres de una época y de una cultura. Cuando intenta hacerse entender su familia le tacha de necia y quisquillosa.
Desesperada plancha, cose y adelanta sus quehaceres conversando consigo misma hasta que, algo insólito, su cabeza comienza a hablarle desde el techo de la habitación. Sola y desprendida irrumpe en el medio de un ángulo respondiendo a sus preguntas: lo mejor es que te mates. ¿Pero cómo voy a colgarme de un árbol sin haber resuelto antes el futuro de mis hijos? Tienes razón, sería muy cruel. ¿Ves? No es fácil. Nadie escucha. Les hablo de mi modo de caminar, como si un peso invisible me jalara hacia un lado, pero persona alguna parece notarlo. Mi madre me ha llamado “ideática”. ¿Estaré volviéndome loca? … Mátate. Hazlo ya. Pero antes debes evitar que tus hijos sufran sin madre. Una vez muertos, cuélgate de un árbol.
Tampoco el médico observó nada extraño en su andar. Cuando lo visitó, ella no quiso contarle nada sobre la cabeza porque era una cosa tan extraña, que podían tomarla por una loca, así que le contó sobre su angustia y su idea de que al andar, se agachaba y se iba de lado. Tómese estos calmantes y tenga en cuenta que de seguir con ideas obsesivas, quizá nos veamos en la necesidad de encerrarla en un establecimiento psiquiátrico.
Ante la amenaza velada en las palabras del médico, la joven madre se sintió más preocupada. Nadie parecía ser capaz de escuchar la verdad detrás de su alucinación. Decidió dos cosas: la primera, no tomar los tranquilizantes, y la segunda, abandonar a su marido. Gracias a estas decisiones pudo rehacer su vida y dejar de escuchar las voces dentro y fuera de su cabeza.
Más sabia y perspicaz que la necia alquimia neuro-científica, la literatura se encuentra llena de ejemplos de este tipo. ¿Por qué razón se vuelve loca Ofelia? Hamlet no sólo la ha abandonado a su suerte. Su padre Polonio, uno de los principales del reino, ha sido asesinado. ¿Cómo es posible que todos callen? Los reyes han ocultado el hecho y el entierro se hizo en secreto. Nadie parece escuchar y más lejos aún se encuentran de hacer justicia, así que ante el demudado muro del ocultamiento el único camino posible es extraviarse, y Ofelia sale descalza y vestida de blanco y de flores y de hierbas cantando:
Lleváronlo en su ataúd
con el rostro descubierto
Ay, no ni; ay, ay, ay, no ni.
Y sobre su sepultura
Muchas lágrimas llovieron.
Ay, no ni; ay, ay, ay, no ni.
…
Abajito está:
Llámalo, señor, que abajito está.
¡Ay, qué a propósito viene el estribillo! … El pícaro del mayordomo fue el que robó a la señorita…
Por eso, ante la locura de Ofelia, y una vez que hubo escuchado al venenoso Claudio, Laertes pudo exclamar: “hágase como decís… Su arrebatada muerte, su oscuro funeral, sin trofeos, armas, ni escudos sobre el cadáver, ni debidos honores, ni decorosa pompa; todo, todo está clamando del cielo a la tierra por un examen el más riguroso”.
La locura es algo más complejo que esto, y para medrar necesita de una estructura psicótica previa, no necesariamente hereditaria pero siempre aprendida. Sin embargo, en su intentona materialista la psiquiatría no ha sido capaz de explicar el sentido que hay detrás: su medida de verdad. La literatura no se equivoca en su apreciación de que la locura siempre expresa algo no dicho. Lo reprimido retorna en lo real.
A pesar del revuelo que, se dice, John Read y Jim Geekie han causado entre la horda psiquiátrica, este par de psicólogos clínicos no son los primeros en enfrentársele. Con su Historia de la locura en la época clásica, Foucault inició el movimiento que más tarde se conocería como Antipsiquiatría: la locura en su sentido moderno, se creó en un momento determinado. Fue un invento por el cual la razón se ha inventado a sí misma. La ciencia psiquiátrica no es neutral; por el contrario, participa de la microfísica del poder y a través de las decisiones que realiza, lo apuntala y refuerza. Locura y razón son dos caras de la misma moneda del poder social.
Por eso resultan muy curiosas e ilustrativas las palabras de López Obrador ante el fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Prefiere que lo tomen por loco. ¿Acaso lo está? Es mesiánico, claro, pero eso no quiere decir que no tenga razón en cuestiones fundamentales sobre el poder político.
Más grave que las tarjetas Soriana y que la supuesta compra de votos mediante el sistema Monex, me parece a mí la trama descubierta por The Guardian: durante años Televisa habría construido una candidatura a través de propaganda disfrazada de celo informativo. Si bien su gallo no había cantado aspiraciones presidenciales (momento a partir del cual el Cofipe prohíbe a las empresas aportar cualquier tipo de recurso en dinero o en especie), todos sabíamos quién era. ¿Qué se hizo al respecto? Nada, porque al parecer no había medios legales para evitar la alianza entre poderes fácticos. Pero ¿no debía evidenciarse este fraude al espíritu de la ley, una vez terminado el proceso electoral? Por el contrario, un tribunal ciego, sordo y pequeño, no legalista sino legaloide, ha desistido de su atribución investigadora y de su estatura constitucional. Parece que nos dijera: a Chuchita la bolsearon. No dio ninguna prueba, pobre Chuchita.
Pero cuando se trata de una elección ¿puede alegarse tal descuido? Supongamos que López Obrador no probara sus dichos. ¿Era el único bolseado? ¿Es que además de ser partido político o candidato, la ley les obliga a hacer de ministerio público? No probaron sus dichos… ¿Y entonces para qué pagar un Tribunal Constitucional tan caro, si en los momentos importantes desisten de sus facultades para mejor proveer? Porque se encuentra en juego la calidad de nuestra democracia y la apropiación que de la misma están haciendo los poderes fácticos con sus bancadas particulares en el Congreso.
¿Se apoyó o no, a algún aspirante mediante cobertura noticiosa? ¿A cambio de qué? Porque nuestro sistema electoral ha sido construido desde 1989 para equilibrar la contienda, para evitar que los poderes fácticos (empresas, religiones, sindicatos) vulneren la libertad y la autenticidad de los sufragios individuales; para que cada persona cuente solamente una vez y para que la preferencia política de un empresario, un dirigente religioso, o un líder sindical no afecte la equidad de los contendientes y la libertad y opinión de los ciudadanos.
Esto al parecer resultó secundario a nuestro “exhaustivísimo tribunal constitucional”, y a sus magistrados presurosos de llamar “Presidente electo” al, ahora si, Presidente electo. Y aunque los vicios no alcanzaran a invalidar la elección ¿debían ser pasados por alto? ¿Por qué no investigaron? Más preocupados en aplaudir que en escuchar e investigar lo que vimos pero no supimos nombrar. ¿Qué fue esa sombra? ¿Fantasma de la telecracia? La miopía quizá la deje oculta, pero ya veremos sus efectos porque, ante la sordera de las instituciones encargadas de hacer justicia, volverá de modos diversos como todo aquello que ha sido reprimido. No se preocupe usted si una cabeza en el techo comienza a hablarle, es culpa de nuestras instituciones políticas, incapaces de registrar nada más allá de sus narices. ¿Y los valores constitucionales que pretenden defender? No sólo sordos, también poco elegantes los magistrados, prestos a aplaudir, lerdos para investigar.