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Un premio se diluye
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Jorge Degetau | 11.10.2012 | 1 Comentario
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Muchos de los defensores de Alfredo Bryce Echenique se aventuran por las ramas y arguyen que el FIL no es un premio a la honestidad. Otros equiparan el plagio con el pastiche y justifican —siempre a posteriori— que el autor promueve con sus variopintos y comprobados robos la desmitificación de la figura del autor. Los primeros hacen bien al distinguir la calidad literaria de la personal, pero ignoran ramplonamente que el plagio no atañe al juicio del sujeto sino al cuerpo de la obra. En literatura podemos premiar con más legitimidad a un pederasta o a un genocida que a un plagiario, porque el pecado del último si afecta la sustancia de lo premiado. Los segundos defensores, todavía más ingenuos, maliciosos o necios, creen o dicen creer que el autor de marras plagia para cuestionar la figura del autor, y que luego exime a sus textos de la mínima advertencia de su juego, cobra como si los textos fueran enteramente suyos y, al final de la cadena, recibe un premio cuyo fin es honrar autores; estos sujetos, pues, creen o dicen creer que el autor plagia con fines artísticos como si todos los eslabones del presente enunciado no traicionaran esa premisa.
Ahora bien: más allá de la irresponsabilidad de los defensores de Bryce Echenique, más allá de la culpa del plagiario mismo, la irresponsabilidad máxima del caso recae en el jurado. Un premio no es sino una edición particular de la realidad, y como edición tiene la única responsabilidad de sacrificar lo inferior en beneficio de lo mejor; escribir las actas, asistir a la premiación, prestar el nombre para que aparezca en las notas periodísticas es ancilar a la formulación del veredicto. La prerrogativa de cualquier jurado consiste en proteger un estricto criterio. ¿Cómo es entonces que este jurado eligió a un autor cuestionable, a un autor que concienzuda y libremente comprometió la totalidad de su obra al plagiar —que sepamos— una treintena de artículos, de entre tantos otros autores de altísimos registros no solo en español sino en el amplio espectro de las lenguas romances? No se premia una novela solo por algunos de sus capítulos ni al conjunto de una obra que tiene salvedades si lo que se intenta es elegir lo más depurado y redondo. Este descuido, esta falta de rigor (o amiguismo, en el peor de los casos) queda a deber a los lectores, a los autores plagiados y sobre todo al premio. Este último es el que, en tanto editor de la realidad literaria, más sustancia pierde con la controversia y con la ligera designación de Bryce Echenique. Y entiendo que efectivamente exista una parte de la obra del premiado que bien merece el reconocimiento. El problema, el verdadero nudo del asunto, es que un premio literario, más una abstracción que la naturaleza del alma, solo importa si nos obstinamos, si hacemos que importe. Eso es lo que este jurado no entendió.
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A pesar de las triquiñuelas empleadas (línea entre literatura y periodismo; denominación de acusación de plagio, cuando ya ha sido condenado 16 veces por ese delito; menosprecio por el delito; desprecio y ocultamiento de las víctimas de Bryce; etc. ) el caso Bryce a desenmascarado prácticas deshonrosas en el entorno literario, editorial y universitario en Hispanoamérica, que el jurado de la FIL pretendió invisibilizar. La FIL, en su pretensión de menospreciar la condena a Bryce y cubrir la sanción impuesta al plagiador, logró lo impensable: poner en palestra pública la práctica del delito, la corrupción e impunidad en las letras de Hispanoamérica. Una conciencia por el trabajo honrado, por el ganarse el pan, y los premios, con el sudor de la frente, y no por medios fraudulentos, saldrá favorecida con la deshonra de Bryce y de la FIL. El dinero del pueblo mexicano Bryce lo gastará a su antojo, pero a su tumba se llevará, en marca indeleble, su condición humana, de cinismo, que será señalada en la Historiografía del plagio en Hispanoamérica, donde ya ocupa peldaño destacado. Mal ejemplo y mensaje brindan a los jóvenes escritores Bryce y la FIL: el delito y la delincuencia pagan, mejor aun si se es delincuente de cuello blanco. No en «literatura» sino en Agronomía y Agroecología, en el caso de Colombia, hay dos ejemplos. En la Universidad Nacional de Colombia, Sede Palmira, se publicaron dos libros («Agricultura y ambiente», de Martín Práger y Efraín Escobar, 2003 y «Agroecología», de Martín Práger, José Restrepo, Diego Ángel, Ricardo Malagón y Adriana Zamorano, 2002), denunciados por plagio múltiple; los casos siguen en impunidad institucional. Posiblemente existe un cartel de las publicaciones universitarias fraudulentas; docentes y estudiantes guardan silencio cómplice, a pesar de la contundencia de las pruebas. El caso Bryce, seguramente, al tocar fondo, destapará muchas ollas podridas del mundo «intelectual» y universitario en Hispanoamérica. El tiempo y los hechos lo dirán. Visite el portal http://www.plagiosos.org y los Face del Grupo Plagiosos y Son Plagiosos.