De la violencia en México ¿quién tiene la culpa? ¿Todos nosotros? Quizá Jean Paul Sartre hubiera respondido afirmativamente: “la mala fe no es sino el arte con el que encubres tu decisión para unirte a la violencia”. Así lo describió en su obra Muertos sin sepultura:
FRANCOIS.- No es culpa nuestra si el asunto falló.
SORBIER.- Sí. Es culpa nuestra.
FRANCOIS.- Hemos obedecido órdenes.
SORBIER. – Sí.
FRANCOIS.- Nos dijeron “Suban allá y tomen la aldea”. Les dijimos: “Es idiota, avisarán a los alemanes en veinticuatro horas”, Nos respondieron: “A pesar de todo suban y tómenla”. Entonces dijimos: “Bueno”. Y subimos. ¿Dónde esta la culpa?
SORBIER.- Había que lograrlo.
FRANCOIS.- No podíamos lograrlo.
SORBIER.- Lo sé. Había que lograrlo a pesar de todo. (Una pausa.) Trescientos. Trescientos que no habían aceptado morir y que han muerto para nada. Están acostados entre las piedras y el sol los ennegrece: han de verse desde todas las ventanas. A causa de nosotros. Por nosotros, en esta aldea ya no hay más que milicianos, muertos y piedras. Será duro reventar con esos gritos en los oídos.
FRANCOIS (gritando).- Déjanos tranquilos con tus muertos, soy el más joven: no he hecho nada sino obedecer. ¡Soy inocente! ¡Inocente! ¡Inocente!
La mala fe que Sartre explora es el intento de rechazar la libertad a la que hemos sido lanzados por el simple hecho de ser humanos (y el vértigo concomitante).
Integrantes de la resistencia francesa, Francois y Sorbier han caído en manos de colaboracionistas y serán interrogados y torturados. La mala fe se presenta tanto del lado de los guerrilleros como entre sus verdugos. Todos han ocasionando la muerte de otros en cumplimiento de instrucciones.
La angustia de no saber qué hacer con la libertad nos empuja a brindarnos al líder que sí lo sabe (o cree saberlo). Pero regalar nuestros cerebros no excusa de los crímenes cometidos en nuestro nombre. Y así, todos seríamos responsables de cada asesinato en el mundo por consentir un orden que mantiene a gran parte de la humanidad en exclusión de lo considerado valioso.
Sin embargo, detrás de esta afirmación puede esconderse un germen conservador que supieron criticar muy bien los marxistas. Sartre revisó sus argumentos y si existió un “segundo Sartre” lo hizo gracias a la distancia que tomó de sus ideas primeras, matizándolas al reflexionar que el individuo pierde libertad cuando el mundo ha minimizado sus elecciones y le ha levantado a sangre y lodo un destino-corredor a través del cual se desplazará durante su vida, incapaz de escapar.
A partir de los argumentos del primer Sartre, podría decirse que todos somos culpables de la violencia en México al consentir taxis pantera, comprar películas piratas, darnos una vuelta prohibida o morder al poli, hacer mal nuestro trabajo, robarnos un chicle o permitir los abusos de las autoridades a los derechos humanos. Pequeñas acciones alimentan grandes hazañas criminales, tráfico de órganos, estupefacientes, armas. No somos víctimas sino responsables.
No se oye mal y comprendo la buena intención del argumento tanto como la de una campaña de optimistas o una oración colectiva. Pero además de ser ineficaz, confunde y equipara acciones como si no existiera diferencia entre quien mata a la vaca y quien le agarra la pata.
Todo dentro del mismo granero de maldad, a lo que conduce es al chivo expiatorio: yo no robo chicles, no compro pelis, no me subo a taxis pantera ni doy mordidas, la culpa no es mía sino, sobre todo, de los demás que sí lo hacen, de los millones de ignorantes y corruptos adictos que consumen el objeto de la violencia, famoso punto de vista hegeliano: cada pueblo tiene el gobierno que se merece.
Como si no existieran antinomias entre razonamientos válidos: la necesidad de los taxistas pantera, la falta de alternativas para vendedores de películas pirata, el lento y delicado proceso de socialización de la ley que se interrumpe o destruye con la miseria y desintegración de núcleos familiares. De allí, miles de jóvenes y niños sicarios dispuestos a morir a manos del Ejército o bandas rivales.
Meter al Ejército en las calles o realizar detenciones sin mandamiento judicial es tratar a la ciudadanía como si fuese lo que los gobernantes piensan: corrupta y delincuente. Cuando militares y procuradurías irrumpen sin orden judicial o encarcelan sin pruebas a ciudadanos, tratan a la ciudadanía criminalmente. Todos tenemos la culpa de la violencia y ellos están aquí para enseñarnos la forma de comportarnos.
La aplicación de una ley incompleta y sin bases porque se ha olvidado de los derechos humanos es muestra de la naturaleza del régimen: no importan las leyes a la hora de hacer “justicia”.
Cuando los gobernantes acusan que los jueces sueltan a los delincuentes “por cuestiones técnicas” no hablan como abogados y olvidan que tales aspectos son la base de un país democrático, barrera al autoritarismo.
Cuando el Presidente asegura que su gobierno respeta los derechos humanos está afirmando una imposibilidad lógica y se entiende que en el último año aumentaran 70% las violaciones cometidas por policía federal, ejército y marina, instituciones que han matado y torturado “por error” a cientos de personas. Su enseñanza es atacar y su adiestramiento causar bajas.
¿Y si no era involucrando al Ejército y violando los derechos, cómo hubiera podido lograr su cometido el Presidente? Si hacemos caso omiso de la cuestión “¿lograr qué?”, Tenía la opción de respetar el marco legal democrático, investigar a políticos corruptos y secuestradores, aprehenderlos con las armas de la ley y sin buscar ganancias electorales. Si se apuesta por la violencia se acepta la posibilidad de ser confundido con un narco y dejarse torturar o matar por militares si con ello se contribuye a la seguridad del colectivo. Totalitarismo.
El Presidente se va, pero nos deja fuerzas armadas menos sujetas al derecho que en décadas. Se va, pero seguirá siendo responsable del incremento de la violencia inherente a su estrategia, de cada ciudadano asesinado por la policía federal o por la brutalidad de militares o marinos, por su imprevisión de “efectos colaterales”.
LANDRIEU.- ¿Qué harías tú si te arrancaran las uñas?
PELLERIN.- Los ingleses no arrancan las uñas.
LANDRIEU.- ¿Y los antifranquistas?
PELLERIN.- No nos arrancarán las uñas.
LANDRIEU.- ¿Por qué?
PELLERIN.- A nosotros no pueden sucedernos esas cosas.