Para los aficionados a las novelas negras, Henning Mankell es ya un clásico. Su inspector Kurt Wallander es todo un personaje. El autor sueco nos ha obligado a despedirnos de él en la última de las novelas (la novena) de esta serie (El hombre inquieto, 2009), cuando el famoso inspector, pese a verse aquejado por los inicios del Alzheimer, logra resolver su último caso. La plenitud de la enfermedad queda fuera de la novela. Justicia poética, podría pensarse, para que Kurt pueda estar en paz y olvidar las profundas miserias y la maldad humana con la que convivió durante tanto tiempo.
El inspector ha sido llevado a la televisión en dos versiones, una inglesa (2008, BBC), con Kenneth Branagh, otra sueca (2005-2006), con un desconocido actor para la mayor parte de nosotros, los no suecos (Krister Henriksson), que resulta en mi opinión superior al británico —sin que Branagh esté mal, dicho sea de paso. La serie sueca constó, desafortunadamente, solo de dos temporadas. En la primera vimos a Linda, la hija de Wallander, también policía. Ya no apareció en la segunda porque la actriz que la interpretaba se suicidó. Adecuada y respetuosamente, no se dice nada de Linda en ninguno de los capítulos de la segunda. El cierre de las dos temporadas fue abierto, valga la paradoja, a diferencia de como sucede en las novelas. Los episodios no están basados en las novelas, sino más bien, como se dice, inspirados en la serie. En la televisión, Wallander decide abandonar Ystad, en compañía de Yusi, tal vez siguiendo a la abogada que se ha mudado a Estocolmo, tal vez no.
El mismo Branagh se animó a hacer una adaptación de la singular novela de esta reseña, Zapatos italianos (publicada en español por Tusquets), programada para estrenarse en el 2013, con Anthony Hopkins y la excepcional Judi Dench, aunque, de nuevo, espero que también haya una versión sueca dentro de no tanto tiempo.
Mankell es un muy buen autor de novelas policiacas. Lo que resultó agradablemente sorprendente para mí es que también es un muy buen novelista, a secas. Prueba de ello es la perturbadora e intrigante novela Zapatos italianos (2006). Los personajes son a cual más excéntricos. Las mujeres, en particular, las que rodean al protagonista central, van desde una expareja moribunda, que de pronto reaparece en la vida de Fredrik Welin, una expaciente víctima de un lamentable error del doctor, hasta una hija peculiar.
La primera escena de la novela establece el tono de lo que seguirá después: el protagonista vive solo, desde hace más de una década, en una isla de su propiedad; es un médico jubilado. El único contacto humano que tiene es con la persona encargada de llevarle el correo y algunas otras encomiendas; humano es una exageración: el intercambio es siempre corto, al punto; la intimidad no es una opción para el doctor.
Un día invernal, observa a lo lejos una figura recortada en la lejanía. Parece una mujer, apoyada en una andadera. La llegada de Harriet, un antiguo amor (a quien él abandonó), cambiará el resto de la vida de este jubilado. Ella viene a cobrar una promesa: en los lejanos días en que sostuvieron una relación, no sé si amorosa es la palabra adecuada, Fredrik le prometió llevarla a un lago.
Lo que sigue es consecuencia de esta visita. Fredrik efectivamente llevará a Harriet al lago, donde casi se ahoga y ella logra salvarlo, milagrosamente. Se entera, también, de que ambos tuvieron una hija, ya mayor, que vive en un tráiler, y de que Harriet está en la fase terminal del cáncer que terminará matándola. Estos personajes, en sí mismos, ya son bastante idiosincráticos; a lo largo de las páginas se encontrarán con otros igualmente excéntricos. Entre ellos, un artesano italiano, avecindado en Suecia, que hace zapatos a mano. No más de un par al año.
A lo largo de la historia sabremos, también, que el médico, si bien está jubilado, se vio obligado a hacerlo por un error terrible en el quirófano: amputó el brazo equivocado a una paciente. Fredrik, en este viaje externo iniciado por la llegada de Harriet, también lleva a cabo un viaje interno y en el tiempo, se enfrenta con su pasado, con sus pasados. Los temas: la soledad, la vejez, la proximidad de la muerte, la valoración de la vida cerca del final.
Resumida así, parecería que la historia es terrible, y en cierto sentido lo es, pero también tiene una dosis de humor peculiar que, por falta de una expresión mejor, llamaré humor sueco. Entre seco, ácido y absurdo. No de carcajadas, claro, apenas de una semi sonrisa lateral. Pero humor al fin.
El narrador es el propio Fredrik, lo cual vuelve la historia más compleja. Al final, sin que podamos hablar en modo alguno de un final feliz, hay alguna suerte de reconciliación de este personaje singular consigo mismo, con su vida. Una muy buena novela. ~
_________________________________________ ADRIANA SANDOVAL estudió literatura inglesa y tiene posgrados en la UNAM y en Cambridge, Inglaterra. Es profesora e investigadora del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas. Es también traductora y ha escrito guiones para televisión. Su libro más reciente es Los novelistas sociales.
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