“¡Y dice mi madre que los monumentos no se mueven!
“Te la meto hoy y te la saco mañana.”
Ana caminaba por los pasillos solitarios de su oficina cuando de pronto escuchó algo que la hizo estremecer: “¡Muéeevelo mi neeegra!”. Con los ojos más abiertos de lo normal, descubrió a uno de los empleados de la oficina, al que llamaremos Ulises, sentado, casi acostado en una de las bancas de la sala de espera. Se reía, mientras disfrutaba de los efectos de tan musical frase: la sorpresa y el silencio de la mujer “piropeada”. Mientras Ana seguía caminando y planeando su venganza, recordó la primera vez que sintió la incomodidad de lo que muchos decían, era un piropo. Esperaba a su madre afuera del colegio, cuando un hombre se le acercó y le dijo: “¡Mamita, pero que rica estás!”, al mismo tiempo que le metía la mano entre las nalgas. Ana se quedó muda, sin respiración. Sólo tenía 12 años y una vergüenza enorme de contarle a su madre lo que acababa de suceder. Después fue perdiendo el miedo y la vergüenza, y un día decidió que siempre que pudiera hacerlo, reaccionaría ante ese tipo de situaciones, que ella consideraba humillantes. Así que le contó a sus compañeras de oficina lo sucedido y les comunicó que reportaría al individuo en cuestión. Para su sorpresa, alguien se encargó de que Ulises se enterara y antes de que ella pudiera llevar a cabo su plan, Rosita, la representante sindical, una mujer de 38 años, estaba sentada en su oficina defendiendo a Ulises bajo el argumento de “debe ser un malentendido, sólo fue un piropo, lo que pasa es que el señor Ulises mira muy fuerte.” Ana se quedó helada.
“Esto no es un piropo” [pero lo es]
El piropo se vive y se entiende de distintas formas, dependiendo del lugar, la época, la clase social, la edad de la persona que lo define, entre otros elementos. Algunos contextos son más permisivos que otros en relación con la práctica del piropo. En la Ciudad de México, si bien esta práctica es mal vista por la mayoría, está bastante extendida y arraigada en las relaciones sociales cotidianas. La anécdota narrada nos habla de una de tantas experiencias del “piropo contemporáneo”. Porque seamos honestos, casi nadie anda por las calles y oficinas regalando piropos literarios o frases sueltas de Cervantes o Zorrilla, que exalten con elegancia las cualidades de “la dama”. Así que lo que algunos descartan por ser “claramente ofensivo”, otros lo consideran como una práctica halagüeña válida, y digna de ser nombrada piropo.
La percepción de la mayoría de las mujeres, muy a pesar de los caballeros andantes urbanos, es que el tipo de piropos a los que nos referimos, son desagradables, causan incomodidad y la mayoría de las veces son violentos. Sí, a algunas mujeres les gustan los piropos, pero tienen que ser, dicen, “respetuosos” e “ingeniosos”. Los mejor calificados son los considerados dulces, dichos por personas cercanas, en espacios seguros: “El sol salió más temprano hoy”, “Qué lindos ojos, no sabía que existían estrellas negras.” Si los reciben de algún hombre entrado en años, cuyas canas lo hacen lucir inofensivo, pueden llegar a ser apreciados “hasta en la calle” y con cierta picardía, por ejemplo “Tienes un cuerpo que ni el de bomberos”.
Por su parte, algunos varones insisten en diferenciar el piropo bien logrado, de los insultos y abusos, pero al pedir algunos ejemplos de los primeros, citan muchos de los que las mujeres consideran ofensivos. Por fortuna, algunos varones entienden el piropo como un juego de palabras ingenioso, que se basa en la admiración de la persona, y que no lastima. Para ellos es un cumplido que se hace de frente, a una distancia respetuosa y que busca agradar. En este caso, el lenguaje corporal del piropeador no transgrede el espacio personal de quien lo recibe. Estos varones aceptan gustosos los piropos de las mujeres, y rechazan la violencia verbal, lo que aseguran, de piropo no tiene nada. Reconocen la dificultad y el riesgo de elaborar y lanzar un piropo que guste, y en la mayoría de los casos prefieren no hacerlo.
¿Problema de comunicación o ritual de poder? Sobre el piropo no halagüeño.
La diferencia entre un tic y un guiño es muy grande: para que exista el segundo es necesario un código compartido por los miembros del grupo, que permita la funcionalidad del mensaje.[iii] En el caso del piropo no halagüeño, parece que piropeadores y piropeadas no comparten el mismo código. Entonces ¿por qué persiste esta práctica?
La idea de que un código persista, a pesar de que el receptor no entienda el mensaje y el emisor no obtenga lo deseado, suena un tanto absurda. El fin de estos piropos, definitivamente no es el halago. La reacción esperada, no es el agradecimiento ni la reciprocidad de la lisonja, sino el silencio de la mujer (sugiero ver el video divertido al calce del texto).
Por lo tanto, la posibilidad de un problema de comunicación se esfuma, dejando como posible explicación un ritual de poder, en donde se juegan y se reafirman la hombría y la virilidad. Para tratar de comprenderlo, es preciso desplazarnos al campo de lo simbólico.
El tipo de piropo mencionado, funciona como un ritual de sometimiento, en donde el varón por medio del discurso verbal, da muestra simbólica de su potencia sexual: “Podría cogerte aquí y ahora.” Esta idea se expresa con un simple “Mamacita” o “Sabrosa”, “Mereeezcoo” o con frases más elaboradas (dicen, ingeniosas), “Te como toda”, “Qué rico triángulo.” “Ven y chúpamela.” “Quién fuera sol para darte todo el día.”. También se usan palabras que acompañan el piropo e intentan ocultar el abuso como “Con todo respeto”, “Preciosa.”, “Hermosura”. El piropo también se actúa, se condimenta con el cuerpo del piropeador. La palabra no basta, así que se adorna con algunos efectos especiales: silbidos, bufidos, sorbos, guiños, besos, miradas, lengüetazos al aire y gemidos.
También en el ritual se confirma la superioridad en la jerarquía y el dominio “natural” del espacio público por parte de los varones. “Yo te digo que hacer, en dónde yo quiero y como yo quiero”. El espacio público pertenece a los hombres, el doméstico, a las mujeres. En la calle la mujer no es persona, es parte de un cuerpo cosificado: ojos, boca, nalgas, piernas, tetas, vagina. La fragmentación simbólica del cuerpo permite deshumanizar al otro y pasar sobre él (en este caso, ella).
¿Los piropos son cosas de hombres machos y violentos? No. Los piropos son prácticas culturales de grupos sociales de los que todos los miembros formamos parte. La lógica cultural en donde la dominación de lo masculino sobre lo femenino estructura parte de la vida social, permite la persistencia de estas prácticas.
Como en todas las prácticas culturales, hay procesos de resignificación por parte de los miembros. Algunas mujeres confrontan a los piropeadores o se ríen de sus creaciones sin que les cause mayor angustia. Otras se apropian de los piropos y se los dicen a los que deberían ser piropeadores. O los memorizan y los usan en encuentros íntimos con las parejas de su elección, donde el consentimiento le da otro matiz a la palabra. “Te la meto hoy y te la saco mañana”, deja de ser una ofensa y se convierte en un juego de complicidades, en una invitación y no en un acto de sometimiento involuntario.
El piropo es una muestra de cómo algunas cualidades atribuidas a lo masculino se construyen alrededor del valor de arriesgarse a transgredir dichos límites. En este tipo de piropos no se busca el halago, ni el consentimiento en el acercamiento, mucho menos la complicidad erótica. Se busca desplegar la hombría, acotada y sobrevalorada en la mayoría de los contextos latinoamericanos.
Para los que gusten de hacer piropos, y piensen seguir haciéndolo, tal vez sea bueno pensar en mejorar las técnicas tomando en cuenta la posible respuesta del receptor. Dejar de pensar el piropo como una muestra simplona de virilidad y convertirlo en un juego erótico en el que la complicidad del otro es fundamental para lograr un mejor objetivo: el goce mutuo de la palabra y los cuerpos.
[i] Este es un texto colectivo. Participaron en varias conversaciones mujeres y varones con sus experiencias y opiniones. Agradezco a todos ellos sus contribuciones.
[ii] Entre bobos anda el juego. Don Lucas del Cigarral en Comedias escogidas de don Francisco de Rojas Zorrilla 1607-1648. Ordenadas en colección por don Ramón de Mesonero y Romanos. Biblioteca Autores Españoles, desde la formación del lenguaje hasta nuestros días. Madrid : M. Rivadeneyra, 1861.
[iii] Clifford Geertz, 1973. The Interpretation of Cultures. Selected Essays. Basic Books, Inc., Puhlishers. New York.
3 Respuestas para “¡Piropéame ésta! Sobre la palabra [no] halagüeña que nadie quiere.[i]”
Me gustó mucho la nota. Sobre todo la parte de la re significación íntima del piropo-insulto devenido en complicidad cachonda. En ese contexto, el signo hereda la fuerza innegable de lo soez, pero sin conservar su violencia. Se me ocurre otra posible explicación de, al menos algunos, casos de insultos callejeros y de violencia a la mujer. Obviamente, el poder del hombre le permite estas actitudes inmorales, pero a veces me parece que su causa es la falta de imaginación. Muchas veces un «piropo» es una confesión del fracaso anticipado: el que piropea quiere eliminar (inconscientemente) la frustración de no tener ni la menor idea de cómo lograr tan siquiera una conversación con la homenajeada.
Debes recordar la hora del piropo, porque si fue por ahí de la hora de la comida puede tener un significado culinario, por ejemplo: más sabrosa que un pavo!!
Hoy precisamente que me dijeron en la calle «qué sabrosa estás» pensé: ¿Se supone que debo sentirme halagada o acosada? y después de reflexionar en qué pasa por la cabeza de los hombres que hacen esto, concluí para mi misma que quizá al gritar un «piropo» de estos sólo lograban aumentar en su cabeza puntos a su malograda masculinidad.
Gracias por compartir este texto, me pareció interesante, y el video muy divertido.
¿Por qué es un problema la lectura? (30.516)
Desarrollar el gusto por la lectura no es cuestión meramente de voluntad individual. El interés por los libros aparece sólo en ciertas circunstancias.
Me gustó mucho la nota. Sobre todo la parte de la re significación íntima del piropo-insulto devenido en complicidad cachonda. En ese contexto, el signo hereda la fuerza innegable de lo soez, pero sin conservar su violencia. Se me ocurre otra posible explicación de, al menos algunos, casos de insultos callejeros y de violencia a la mujer. Obviamente, el poder del hombre le permite estas actitudes inmorales, pero a veces me parece que su causa es la falta de imaginación. Muchas veces un «piropo» es una confesión del fracaso anticipado: el que piropea quiere eliminar (inconscientemente) la frustración de no tener ni la menor idea de cómo lograr tan siquiera una conversación con la homenajeada.
Debes recordar la hora del piropo, porque si fue por ahí de la hora de la comida puede tener un significado culinario, por ejemplo: más sabrosa que un pavo!!
Hoy precisamente que me dijeron en la calle «qué sabrosa estás» pensé: ¿Se supone que debo sentirme halagada o acosada? y después de reflexionar en qué pasa por la cabeza de los hombres que hacen esto, concluí para mi misma que quizá al gritar un «piropo» de estos sólo lograban aumentar en su cabeza puntos a su malograda masculinidad.
Gracias por compartir este texto, me pareció interesante, y el video muy divertido.