H A Y G O L P E S E N L A V I D A T A N F U E R T E S . . . ¡ Y O N O S É !
Existe la idea en la historia del rocanrol de que la vida puede salvarse por un gesto de tres minutos, que eso es el rocanrol. Un gesto de tres minutos. De pocos gestos. De pocas ideas. Muchas veces, de pocas ideas.
La idea de que la vida puede salvarse en tres minutos; Lou Reed murió hace horas y todos parecen pensar eso. Con una triada de acordes. Cosas así.
Nunca he podido entenderlo así. Para mí nunca hubo escape. No se encuentra y no es posible. Me molesta lo de Reed. Eso de los tres minutos y los tres acordes. El rocanrol acaso debe ser el lodo; el sonido denso e inmundo de que estamos estáticos y observando algo. O el sonido que lo acompaña.
Nunca odié a mis padres. Aunque quizá sí.
Siempre me sentí observado.
El sonido del lodo es el sonido de los pantanos. El sonido del lodo es el de la noche, por alguna razón, y el del sexo y la tristeza y el deseo de alguna muerte. No sucede que el sonido del lodo sea amarillo, y que uno cante algo a la chica de los sueños, porque ahí se siente algo de esperanza.
En esos acordes mayores. Esos tres acordes. La “poesía hogareña” de Reed. “Baby, you’re dead wrong”.
Una y otra y otra y otra y otra vez, como un idiota. Porque eso ha sucedido: el rock es un idiota. Es una televisión y es un concierto en donde suceden los hot dogs. No debe ser la mierda, aunque tampoco la inteligencia.
No debe de ser una salida. Una salida fácil.
El ánimo gritón de algún ponqueto, proto-ponqueto, es el ánimo de un escapista. De uno que no sabe si quiera la toalla que tira. Es fácil aventurarse dentro del sexo de alguien si lo que ocurre es que uno no sabe nada. Si lo que ocurre es que uno trata de salvarse la vida.
“Con tres acordes”, etcétera.
Cuentan que, cuando está en la más absoluta de las soledades, el cuerpo frágil de Ozzy Osbourne se hinca a rezarle a Dios antes de cualquier concierto. Que sigue una dieta patética, junto con una rutina de ejercicios triste y patética, y con eso sigue adelante.
Ozzy Osbourne tiene que pedirle perdón a Dios cada día en que va a actuar que le escupe en la cara. Sabe que el tiempo lo tiene contado.
Todos saben que tienen el tiempo contado. Por eso lo engañan. Se engañan. Algo, creo fue el rock, me salvó la vida.
Nunca odié a mis padres. Aunque quizá sí.
Siempre me sentí observado.
Salirse del fango es un espejismo que a algunos puede dar cierto alivio. Salirse del fango; como el Pim de Beckett que nunca pudo salirse del fango, como el pie de Lightnin’ Hopkins que nunca dejó al delta del Mississippi crecerle en las venas hasta arroyar la ciudad de Chicago.
“Arroyar”, como llenar de arroyo.
La mezcla del fango y el agua es fría, siempre es fría, y entume los dedos.
Recuerdo bien al profesor de guitarra, enseñándome esos primeros tres acordes que pensé por momentos podían salvarme. Dijo una tarde:
“Cuando vayas a empezar a tocar, no vayas a tomar un vaso con hielo. Que no te hielen las manos”.