El domingo antepasado, en comicios para renovar las dos cámaras del Congreso argentino, el frente electoral de Cristina Fernández de Kirchner quedó en segundo lugar en la provincia de Buenos Aires, la zona más poblada del país y el corazón del Peronismo. También perdió en la capital de Buenos Aires. El gran ganador, tanto en la provincia de Buenos Aires como en las percepciones de la clase política, fue Sergio Massa, nuevo líder de la oposición peronista a Fernández y probable candidato para la presidencia en 2015. Los legisladores leales a Fernández siguen con una ligera mayoría en las dos cámaras, pero los periódicos del país ya hablan del poskirchnerismo y la inevitable transición, y la elección ha sido interpretada como un revés importante para la presidenta.
Peor aún para sus feligreses, Fernández se encuentra en un estado de recuperación de una hematoma cerebral, y no se ha visto públicamente desde hace unas semanas. Parece que está en reposo completo, que no está tomando las decisiones del gobierno desde distancia. No se sabe cuando va a regresar a la presidencia. No hay nadie en su ámbito con prestigio comparable a ella, así que se alejan las posibilidades de que el kirchnerismo retenga la presidencia en dos años. En pocas palabras, el peronismo pragmático está por regresar.
Es un patrón que se ve por toda la región: la llamada marea rosa, que llegó a su apogeo con Hugo Chávez, está cada vez más débil. Veamos los gobiernos de este movimiento: Chávez está difunto, y su sucesor, Nicolás Maduro, es una pobre copia del original que tiene escasas probabilidades de replicar su influencia. El Brasil de Lula y Dilma siempre ha mantenido cierta distancia de la marea rosa, ya que tiene aspiraciones de ser considerado como el vocero de los países en desarrollo. Esta dinámica no está por cambiar. Y el Ollanta Humala que hoy lidera Perú es una versión mucho más tranquila y moderada que el escupefuegos que buscó la presidencia en 2006, ni hablar del oficial del ejército que buscó derribar el gobierno en 2000.
Con un ojo hacia el futuro, los mayores custodios del legado de Chávez —al menos, los que encabezan gobiernos— son Daniel Ortega, Evo Morales, y Rafael Correa. Es decir, los líderes de las economías que, en el ranking regional, se ubican en los octavo, decimosexto, y vigésimo-segundo lugares. Una base muy sólida no es.
El socialismo del siglo XXI, y sobre todo su énfasis en remediar el impacto de la pobreza y la desigualdad terrible en América Latina, puede tener un papel importante en la época actual, pero no será la versión de Chávez ni de los Kirchner. Resulta difícil imaginar que una presidencia se base en las mismas prioridades de estos gobiernos, como la perpetuación del mismo régimen en el poder encima de cualquier otro objetivo; la falta de interés en las reglas económicas más básicas, como la estabilidad de la moneda; el afán incesante de buscar nuevos enemigos; y la asociación con los regímenes mas feos del mundo.
Al mismo tiempo, esto no es una repetición de los 90, cuando la obsesión con una versión dogmática del Consenso de Washington provocó mucho resentimiento y facilitó la llegada de Chávez y sus aliados. La ortodoxia económica de la Universidad de Chicago no tiene tanta fuerza. Además, hay, y seguirá habiendo, muchas diferencias entre los gobiernos estadounidenses y sus pares latinoamericanos, tanto en cuestiones de geopolítica como en ideología.
Más bien, los sucesos recientes representan una validación del libro de Javier Santiso, economista español que en 2006 publicó, La economía política de lo posible en América Latina. La hipótesis de este libro es que los dogmas del pasado se han quedado allá —en el pasado. Si bien las diferencias entre Milton Friedman (cuyas ideas económicas guiaron al Chile de Pinochet) y Raúl Prebisch (el Don de la política de sustitución de importaciones) fueron el eje de; debate económico durante la Guerra Fría, hoy las diferencias entre la gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos son menores, mucho menores.
Santiso dedicó un capítulo a Venezuela y Argentina, y los trata como las dos excepciones, los dos contrapuntos importantes a su argumento. Hace siete años, lo eran. Ahora no. La salida paulatina de los Kirchner es apenas una muestra más de que Santiso tenía razón.