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Sin destino fijo (I). Al margen de los libros
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La mayor desventaja que encuentro en el libro electrónico frente a su joven abuelo de papel es la incapacidad de rayarlo. Para tomar notas del libro electrónico es necesario transcribir a la libreta nuestra cita lo que, en muchos sentidos, parecería la mejor opción para evitar olvidar los párrafos que nos impulsan a resaltarlos.
Sin embargo, hay un fascinante placer en el hecho de anotar un libro que nos hace volver a la lectura en papel y que, según quien esto escribe, es responsable en buena medida de que las editoriales tradicionales no estén en la quiebra. Para muchos lectores, anotar, marcar el libro, es casi sinónimo de leerlo. Y muchos de nosotros consideramos al lápiz un complemento de la lectura “física”.
Se trata no solo de una forma de apropiarnos de la lectura, sino de un diálogo con el autor de nuestro volumen en turno. Sí, he visitado dos lugares comunes del mito de la lectura en una sola oración. Sin embargo, si suscribimos (como de hecho yo lo hago) el ideal del lector enfrascado en la observación de universos amplísimos a través de su catalejo de papel, debemos considerar que entre los mayores bienes de la lectura (cuando los hay) se encuentran el que lo que atendemos con la mirada se agrupe bajo nuestra piel y la posibilidad de platicar con los muertos.
Todos los que frecuentamos librerías de viejo hemos encontrado los breves textos superpuestos o las marcas incógnitas de un lector que subrayó una palabra que no entendió, un concepto relevante, una frase que halló poderosa. En algunos casos una carita feliz es un testigo gráfico de una broma entre autor y lector, y muchos “ojo” con pupilas marcadas resultan más magisteriales.
Otros, copiamos las marcas de aquellos de quienes hemos leído libros prestados, o sea, de aquellos por quienes aprendimos a leer. Unas estrellas al margen del párrafo que el aprendiz de mala letra transformó en unas arañas patonas aplastadas consignan tanto la evolución como la permanencia de los hábitos de lectura a través de generaciones.
Resulta interesante (ociosamente interesante) imaginar qué pensará una civilización futura (humana o no) cuando sus arqueólogos encuentren nuestros libros con sus rayones. ¿Descubrirán que tras tan elementales señas tejíamos una delicada fibra intelectual y espiritual para nuestros corazones? ~
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CLAUDINA DOMINGO (Ciudad de México, 1982) es poeta y editora, ha publicado los libros de poesía Miel en ciernes (Praxis, 2005) y Tránsito (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011). Obtuvo la beca de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en los períodos 2007-2008 y 2012-2013. Ha publicado poemas y artículos literarios en diversos medios impresos y electrónicos. En 2012 obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada, por su libro Tránsito.
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