¿Puede la pornografía llegar a ser un arte?
El ministro del interior de Islandia busca prohibir la pornografía en aquél gélido país, así que a partir de este gesto le he encontrado un desmesurado parecido con Michael Jackson.
Siempre encontré infundadas las habladurías en torno al Príncipe del pop, quien físicamente parecía lo que muy probablemente fue: un ser distinto a los humanos. Y aunque esta conclusión pudiera desdecirla un estudio genético, debe hacerse valer la distinción entre alma y cuerpo.
El astro Jackson era otra cosa muy distinta a cada uno de nosotros y por ello quiso transformarse en lo que internamente transpiraba: una quimera parecida a Peter Pan que no quería crecer y por eso es su amor a los niños o su salida invicta de los procesos a los que, casi con seguridad, fue injustamente sometido. Por eso su adicción a esa droga que todo junky aventurero probaría para irse de paseo a la tierra del Nunca Jamás. Con seguridad, Michael Jackson no quería saber nada del sexo pues, además de amor nos trae la muerte: nos reproducimos porque vamos a morir. Eros y Tánatos de la mano.
Pero una cosa es comprenderle y otra muy distinta ponerlo a gobernar. Aunque en grados menos álgidos, el mal de Michael Jackson lo comparten la mayor parte de los sacerdotes católicos y los de otras religiones primitivas, así como quienes votan por la extrema derecha. Detestan al sexo pues nos recuerda mortales y nos trae muy cerca a los fantasmas de la inexistencia. Somos cuerpos destinados al polvo, probablemente enamorado pero polvo al fin. Así, contra nuestro destino no sólo la religión ha instaurado el velo de Maya. También la filosofía:
He aquí la vida, querido Sócrates, dijo la extranjera de Mantinea, que el hombre debería vivir: entregado a la contemplación de la belleza en sí. Si alguna vez llegas a verla, te parecerá que no es comparable ni con el oro ni con los vestidos ni con los bellos púberes y adolescentes ante los que ahora te quedas tan extasiado al punto de mostrarte dispuesto, tanto tú como otros muchos, con tal de poder ver a vuestros amados y estar siempre con ellos, a no comer ni beber, si tal cosa fuera posible, sino únicamente a contemplarlos y estar en su compañía. ¿Qué debemos imaginar que sucedería, pues, dijo la extranjera, si le fuera posible a alguno ver la belleza en sí, pura, limpia, sin mezcla y no contaminada de carnes humanas, ni de colores ni en suma, de otras muchas fruslerías mortales, y pudiera contemplar la divina belleza en sí, uniforme y única?
Pero resulta que la belleza “en sí” no existe. En consecuencia, no se puede condenar a la sexualidad y a los cuerpos al encierro en razón de ninguna justicia divina y así, no pueden resultar sino chocantes los intentos dirigidos una y otra vez contra la pornografía, intentos que se alimentan de las mismas pulsiones que condenaron a la mujer por comer del árbol del bien y del mal.
Respecto a su intentona prohibicionista, el Ministro de Islandia acusa a la pornografía de generar violencia sexual, traumatizar a los niños, sexualizar a las jóvenes y hacer que los hombres piensen en las mujeres como objetos (parecería que estas últimas tienen prohibido, por alguna ley natural, cosificar a los hombres), etcétera. Si estos argumentos no estuvieran en boca de los responsables de la política de ese país europeo, moverían a risa. Pero resulta que hablan muy en serio. Además, Islandia está muy cerca de Suecia, país que por motivos justificables hizo ilegal la compra de sexo y ahora llama, injustificablemente, enfermas o locas a las prostitutas (estas conductas hiperbóreas me recuerdan mucho a Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley, o al argumento de Gattaca: la dictadura de la asepsia).
No es la primera vez que en una democracia se busca prohibir la pornografía. En Estados Unidos los intentos han sido tan recurrentes como infructuosos y juristas de la talla de Ronald Dworkin argumentaron en su oportunidad contra feministas fanáticas como Catharine MacKinnon: mientras que ésta definía la pornografía como “la subordinación sexualmente gráfica de las mujeres, ya en películas o en palabras, que las muestra disfrutando dolor, humillación, violación, degradación o tortura”, y que por tanto, dichas representaciones generaban en la realidad conductas similares, Dworkin respondía que el lenguaje de la autora tenía por objeto causar horror, pero que en realidad ningún estudio probaba que la pornografía elevara el número de violaciones (de hecho, los estudios prueban lo contrario). Se trata del mismo argumento frívolo dirigido contra los videojuegos, fácil de derribar cuando se compara a Estados Unidos con Japón: en este último país se juegan tanto como en el primero, pero los niños no salen a disparar contra sus compañeros y maestros.
Dworkin también responde a la idea de que la pornografía estigmatiza a la mujer en un papel subordinado (como si no hubiera pornografía feminista) así como al argumento de que muchas mujeres actúan bajo coerción. Al respecto, nuestro jurista señala que si hay delito (por ejemplo, pornografía infantil o trata) este debe perseguirse, pero no por ello prohibir toda una industria. Además, señala que es un error creer que quienes actúan lo hacen de mala gana.
En fin, hasta aquí la teoría. En verdad me preocupan las demostraciones nórdicas de búsqueda de asepsia. Una democracia no puede prohibir ningún tipo de expresión, aunque a muchos les parezca grotesca o de mal gusto. ¿Que la pornografía trauma a los niños? Claro que no. Lo que trauma a los seres humanos es enterarse de su mortalidad y de que el sexo es violento per se, como la vida, como ya lo supo Freud. Y entonces, ya traumados, van e inventan religiones o instauran prohibiciones.
¿Es sana la pornografía? Creo que todo exceso es negativo, pero el justo medio sólo puede hallarlo cada quien. Los pornógrafos y los acólitos asexuales llegan al mismo punto por diferentes vías: la pérdida de contacto con el sexo real. Pero esto es más un síntoma que una causa.
Sólo el arte, la sublimación de las pulsiones, como también lo supo Freud, puede sacarnos de este trance de conservadurismo absurdo. Expresiones artísticas como Amor Porno, de Amor Muñoz, o los extraordinarios performance de Angélica Liddell, desdibujan los márgenes entre lo grotesco y lo bello y nos permiten mirar al sexo y a la muerte de una forma distinta.
De acuerdo contigo Rafael: es fundamental revisar la línea que separa al arte de lo que no lo es (y en todo caso, respetar las diversas opiniones al respecto, pues sólo el tiempo juzga). Mi preocupación tiene que ver con la prohibición jurídica: si más allá de atender al delito dejamos que una ley puritana nos diga lo que puede verse y lo que no, lo que puede expresarse y lo que no, lo que es arte y lo que por el contrario, no es para ella sino algo grotesco o pornográfico y por tal razón, prohibido, entonces exponemos al arte mismo a la censura. Y ese es un peligro para todos, que no vale la pena correr.
Los libros se desparraman de letras y se desbordan tantos trabajos, textos y obra plástica alrededor del armado duelo entre arte vs porno. (Como para poner como ejemplo un trabajo tan remilgoso,soft y superficial como el de Amor Muñoz)
Es muy comun que el artista se sirva de lo pornográfico con una actitud de exagerada y desesperada “transgresión” e inventando una iconografía demasiado arbitraria y que las letras de quienes teoricen el asunto a menudo tiendan impregnarse de un modo
consciente supuestamente de “desafiar” el orden establecido, de ir más allá de la línea divisoria entre un mundo de lo moralmente legal y el mundo de lo prohibido y justifican este punto de vista alegando que están en contra de un sistema al que quieren tirar con fuerza, para desaparecer el sabor intenso y suculento del tabú del que depende la llamada pornografía.
Los mismos mecanismos de poder que se aferran por mantener en supuestas sombras al sexo y se aferran a sí mismo por hablar de él, la pornografía donde la implantación a priori de supuestas perversiones en el individuo, funciona con ganancia y conveniencia del mismo poder y encuentra en los medios de prsentación de ella una cualidad delictiva.
Seria un error total pensar que todas las personas deberían dejar de hacer escándalo por aquello que consideren pornografía, peor aún en el arte forzar las imágenes a un contenido súper explicito para dar gusto a los seguidores del porno, debemos estar conscientes que para que todo esto tenga sentido el tabú juga un papel demasiado importante, sin prohibición no habría líneas o fronteras que traspasar y sin creatividad el placer de los sentidos se atrofia.
Revisar las razones por las cuales la ocupación de una temática de sexo en un trabajo fotográfico, pictórico, escultórico, «performancerorico» o toda cosa que pueda ocurrir y pertenecer al arte es importate y conveniente debido a nuestra necesidad siempre de poner nombres y apellidos a todo lo que existe y de buscar cajones para todo comenzar a remarcar las razones entre lo que por mera convención social denominamos pornográfico y lo que pensamos no lo es podría determinar el verdero sentido en que un artista aborde y marque las estrategias de un trabajo en este sentido .