Houdini es el primer mago contemporáneo por su preocupación por la verdad. Su disgusto y rechazo al espiritismo y a formas de “magia” engañosas para la vulnerabilidad de alguna persona lo llevó a denunciar y demostrar los asuntos más técnicos de estos fraudes, acto de justicia que lo ha de posicionar como un personaje único en la historia de la magia por dos razones distintas: por un lado, lo revela como un tipo cercano a los estándares más Humanos de la ciencia (tomando en cuenta de que este ánimo secular y científico era muy propio de la vanguardia intelectual de su época) pero, en un plano de mayor importancia, lo distingue como un primer mago preocupado con “el problema de la magia”.
Es decir: si Houdini señala lo que es impuro para su práctica, está a su vez delimitando las fronteras más esenciales de su arte, volcando la reflexión de la magia hacia sí misma, concentrando su práctica hacia un eje mucho más autorreferencial.
De esa tradición houdinesca recuperamos a dos actos, los más interesantes de la actualidad por su espíritu crítico y su inteligencia insospechada: Penn & Teller y Darren Brown. Ellos, junto con Houdini, representan una suerte de “segunda era” en la historia de la magia, que vale la pena atender para entender también en dónde están paradas las ideas de Occidente en la actualidad; hay que recordar que la magia no es más que un proyecto de la inteligencia.
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La “segunda era” de la magia multiplica los niveles de engaño: si Houdini señaló a espiritistas como estafadores, Brown y Penn & Teller desafían al público advirtiéndole, desde un inicio, que ellos están por engañarlos.
Las apuestas entonces se duplican: el espectador sabe de inicio que el mago es mago (y ahí el quiebre fundamental entre las “eras” de la magia), y éste último no tiene otra salida más que engañar al espectador desde el engaño; la “verdad” se esconde entonces en un juego de espejos casi infinito —lo único cierto es que hay un engaño dentro del engaño dentro del engaño.
Incluso este permiso aparente de que se está “jugando con la verdad” —“señoras y señores, voy a engañarles”— no es más que una vía de acceso sencillísima para que el engaño sea potencialmente infinito. La “verdad” en un laberinto de inteligencias que es mucho más importante que el truco en sí mismo.
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En la nueva historia de la magia, como en la historia del arte contemporáneo después de la Modernidad, la audiencia y su reflexión en torno a lo que mira resulta ser el campo central para que suceda la magia.
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Existe otra cepa de nuevos magos, estos obsesionados con su cuerpo y con el display público de sus actos; fetiches materializados y perpetuos, Chris Angel y David Blane han intentado rejuvenecer la importancia de la sorpresa dentro del show mágico con viles trucos circenses, terapias de shock en donde la mente, el órgano sexual más importante para la apreciación de la magia, desaparecen en pos del estómago y la tripa revuelta. Son magos profundamente limitados por lo anterior: no existe en su trabajo reflexión alguna sobre su medio, sobre otra cosa que no sean ellos como figuras de impacto.
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El truco de magia es un acto fundamentalmente económico: cuando bien hecho, utiliza recursos sencillos, a veces groseramente sencillos (de ahí que la primera máxima del mago sea no revelar su truco —son, muchos de ellos, un insulto a la inteligencia), para lograr lo monumental. Al menos, lo monumental para la mente.
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La magia es un truco de la mente en donde la inteligencia descansa para ser acariciada. Si acaso la “nueva magia” hace lo propio con la consciencia; esta nada más queda maravillada y atiende a un espectáculo diseñado, única y exclusivamente, para ella.
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El que asiste al espectáculo, sin duda, está inconscientemente predispuesto a ser engañado. Sin embargo, en el reconocimiento de que quiere ser engañado está implícito el reto a ser engañado: es un juego de provocación entre el mago y su audiencia. Si se quiere, un juego de ajedrez.
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La magia es el espacio fundamental en donde los secretos más íntimos y vulnerables de nuestras experiencias cognitivas y psicológicas se revelan sin intención de daño. Es la exploración más sana e inocente de nuestros lamentos más oscuros.