…y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos
y su reino no tendrá fin.
Credo de Nicea
I
Soñé dormir atada en la altitud
de una cornisa y en el vértigo
de la vista hacia abajo
hallé mi nacimiento.
Vivir fue desde entonces
dejar que la sombra abrevara en la sangre
hasta la sonriente palidez del rostro,
dejar a la anorexia sembrar su germen
de hambre y contener el vacío.
Después volver a mirar desde lo alto
y contemplar el abismo, detenida
solo por las cuerdas con que Dios ató
mis miembros de marioneta al mundo.
También dejar sobre la hoja
el poema inconcluso,
y nunca tocar lo amado, nunca,
con los nombres,
con tanta suciedad en el borde de la voz.
Marcar como los niños
fronteras de tiza en el cemento. No llamar.
Olvidar el camino a la casa del otro,
y de noche no dormir, vaciar los ojos,
dejar que lo abierto anide al fondo.
Hundir el pie en la charca
más tibia de la lluvia
y marchar de regreso,
hacia una patria en el latido fetal.
II
Soñé dormir en la cornisa
y fui tan fuerte como la porcelana
en la muñeca de mi infancia.
Mis ojos ganaron la perfección del vidrio
ciertos días, en la veda del llanto,
y vine al mundo marcada
con un sello de fábrica:
la fecha de mi ahorcamiento,
grabada entre la nuca
y el nacimiento del pelo…
Soñé dormir en la altitud
y recordé a mi madre
cortándome las trenzas
para alargarme la vida.
III
Si me extinguiera ahora mismo
y si lo endeble
de mis formas se borrara,
si me reclamase el Dios
que me expulsó desde lo hondo,
moriría conmigo la semilla
original de la mañana,
una vara de sándalo reciente
en mi incensario anudaría
de vuelta hacia la nada
los humos y el perfume
y cesarían las corrientes
nacidas de mi aliento
en el cerrar de las ventanas.
Si me extinguiera hoy y desandara
el movimiento de mi amor
los nombres de mis hijos
escritos en la palma de mi mano
también se borrarían
y sus ángeles guardianes
los verían, uno a uno,
soltar de mi vientre
las hechizas manecitas
en su tiempo futuro.
Soñé caer de la cornisa
al desgarrarse las cuerdas
y esta sombra que bordeó
mi cuerpo hasta calcinarlo, la misma
que una vez fraguó mis huesos
bastará por sí, para resucitarme.
Se perderán las lindes, las fronteras
y no habrá reino, ni fin.
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Nabil Valles Dena (Ciudad Juárez, Chihuahua,1989) estudió Ciencias de la comunicación en el ITESM campus Ciudad Juárez. Perteneció al taller literario del ICHICULT en su ciudad natal y en 2011 obtuvo el premio David Alfaro Siqueiros, que otorga el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en el área de poesía. Ha colaborado en las revistas Solar, Ombligo y Círculo de poesía. Actualmente es becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, generación 2012-2013, y trabaja en la hechura de un primer poemario.