Celebro y canto la ausencia de yo.
Y si va implícito un yo en los verbos que utilizo
es porque no hay otra forma de hablar que pudiera
resultarnos comprensible,
y lo que digo ahora de mí, lo digo de ti y de todos,
pues no hay un átomo en nuestro cuerpo
que no esté en continuo movimiento
transformándose incesantemente en otra cosa.
¿Cómo podría ser el yo
formado de átomos y de recuerdos,
de nombres y de formas,
de historias personales, inventadas y reales,
de alimentos digeridos con laborioso esfuerzo,
de gases mezclados en sabias proporciones,
de líquidos complejos y maravillosos como la sangre
donde marchan unidas todas las generaciones que de seres humanos hemos sido,
mamíferos, invertebrados, insectos y moluscos, criaturas unicelulares,
con todas y cada una de las células llevando el sello de su herencia
en un código de belleza exquisita e inefable,
una inmutable realidad,
si todo lo que nos constituye está cambiando constantemente,
se mueve, se forma y se transforma,
a una velocidad cercana a la de la luz?
¿Si la misma tierra que pisan nuestros pies
flotando en el espacio sideral no se está quieta
ni quieto está el sol en torno al cual nuestro planeta gira,
ni quieta e inmutable está nuestra galaxia,
naciendo y muriendo a cada instante
entre novas, supernovas y hoyos negros, enanas blancas y rojas,
constelaciones escuchadas más que vistas,
y previstas más que escuchadas?
Vagamos de forma en forma,
de cuerpo en cuerpo vagamos
y nada de lo que somos es realmente nuestro.
Y nada de lo que somos variada y sorprendentemente somos
pues no somos una multitud a solas sino que somos uno.
Un mar donde la individualidad de cada ola
no es sino el lujo de la forma en un instante
hecho por su propia gracia y para ser
consistente y solidario con el fondo del mar
que en su continuo movimiento necesita de las olas pero que no es distinto de las olas.
Un mar con olas que no es sino un lujo del lenguaje.
Los padres que me engendraron están aquí,
y los padres que te engendraron también están aquí,
como están los padres que engendraron a nuestros padres y así sucesivamente
hasta ver que todos venimos de la misma madre y del mismo padre
más allá del África remota y las primeras migraciones,
más acá de la próxima mutación que habrá de llevarnos
allende las computadoras y la odisea del espacio
sin restricción de la energía original
a dar un cuerpo y un alma a la naturaleza.
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ALBERTO BLANCO (Ciudad de México, 1951) es poeta, traductor y ensayista, además de ser bien conocido como artista visual. A partir de la publicación de su primer libro, Giros de faros, en 1979, ha publicado 27 libros de poesía en México y unos diez más en otros países, diez libros con sus traducciones de poesía, otros tantos libros de ensayos sobre las artes visuales y algunos libros para niños. En 1995 la editorial City Lights publicó una antología bilingüe de su obra, Dawn of the Senses. Sus poemas han sido traducidos a una veintena de idiomas. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores en 1977, y recibió la Beca Fulbright en 1991 y la Beca Guggenheim en 2008. Su más reciente libro es El eco de las formas: 64 ensayos sobre artes visuales. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.