La escritura es tan solo una caricatura de la lengua. Yo, que le rindo culto a la palabra escrita, se los reitero. La lengua que se ve reflejada en la escritura es mil veces más simplificada, esquemetizada y regulada que la lengua oral tan ondulante, compleja y con una gramática siempre en erupción. Cuando los lingüistas acabamos de comprender un fenómeno, la lengua está gestando nuevos que retan a cualquier gramática por más completa que sea. Por esta razón, los lingüistas estudiamos la lengua oral y sólo recurrimos a la lengua escrita cuando son los únicos vestigios de una lengua que ha muerto. La lengua escrita apenas si refleja algunos destellos de todo lo que es verdaderamente una lengua.
Apenas si es posible explicar por qué le otorgamos tanta autoridad a la palabra escrita y por qué a través de ella queremos fijar lo que es el buen decir. Hay tanto de la lengua oral que no se capta en las reglas de la escritura que lo que se refleja en ellas es apenas la punta del iceberg lingüístico. Tan solo la palabra escrita “pues”, como imagen, no nos deja ver que en la lengua oral existen además del “pues”, el “pos”, el “pus” o el más breve “ps” y todas las variantes posibles de todos los hablantes posibles. En la lengua oral habitan muchos más bichos lingüísticos que en la lengua que nos pinta la escritura. ¿Por qué en la escritura la forma “pues” es el que se gana el derecho a ser representado mientras que los otros son segregados al grupo del “está mal dicho”? Existen muchas explicaciones por las cuáles una sola imagen representa en la escritura múltiples maneras de decir algo, pero el hecho de que una de esas maneras haya sido la elegida para la escritura no la hace intrínsecamente mejor para la oralidad. A la escritura lo que es de la escritura y a la oralidad lo que es de la oralidad.
¿Por qué razón tendríamos que utilizar los parámetros de la lengua escrita para juzgar si algo está bien o mal en la lengua oral? Sobre todo considerando que la lengua escrita es una especie de esquematización (y por lo tanto simplificación en algún grado) de todo lo que representa la lengua oral. La escritura no puede dictarnos qué es lo correcto de decir, apenas si puede normar la manera en la que se puede escribir.
La lengua escrita reporta innumerables ventajas para la comunicación pero no le es indispensable a la lengua oral para existir. Una lengua oral, con toda las complejidades de su gramática, con su manera de existir siempre en evolución, con todas las formas posibles en las que un mismo elemento de la lengua puede realizarse en la boca de cada uno de los hablantes no puede ser capturada fielmente por el lente de la escritura, no es su función.
Las lenguas no necesitan de la escritura para existir. Han existido muchísimo tiempo antes de que los primeros signos de lo que podemos llamar escritura fueran plasmados en diferentes lugares del mundo y en distintos soportes: piedra, piel, papiro, barro o madera. Implicar que una lengua es de menor calidad porque no se ha sacado una fotografía en la cámara de la escritura no tiene ningún sentido. Las lenguas que no se escriben no son menos complejas o completas, siguen siendo igual de lenguas que cualquier otra en el mundo. La gran tradición de escritura de algunas lenguas mayas no las hace mejores sólo porque se escribieron mucho tiempo antes que el español, el hecho de que la escritura en zapoteco haya precedido casi mil años a la escritura del español no hace que esta última sea de menor categoría en términos lingüísticos. El hecho de que se haya prohibido escribir y hasta hablar el chichimeco desde los comienzos del país como nación independiente no hace que sea una lengua de segunda.
Las lenguas no necesitan de la escritura para desarrollarse, lenguas vitales sobreviven sin la escritura pero no todo lengua de gran tradición escrita puede garantizar su existencia de ahí que, si bien la escritura puede ayudar a fortalecer una lengua, centrar la revitalización lingüística sólo en el desarrollo de la escritura es condenar dicha lengua a la hoguera.
La importancia de la escritura, que no se la estoy negando, habita en otros muchos otros aspectos y trasciende de muchas maneras pero no radica en la supuesta capacidad que tiene para bautizar a una lengua oral como lengua civilizada, como lengua de calidad. La escritura cubre otras necesidades fundamentales y ejerce funciones maravillosas, pero siendo sólo una fotografía de una lengua y nunca la lengua real, no puede normarla, por más que los policías del “buen decir” sostengan lo contrario. Ahora resulta que la fotografía le va a dictar a la realidad cómo debe comportarse.