Ofuscada por la severa crisis económica, social y de identidad que atraviesa, España apenas mira al otro lado de Atlántico en busca de posibles salidas o, al menos, de atenuantes. Un grave error, en opinión de Herrero.
Transcurrido ya algo más de un año desde que José Luis Rodríguez Zapatero abandonara el Gobierno y algunos meses desde que hiciera lo propio Felipe Calderón, resulta pertinente echar la vista atrás y evaluar cómo han sido las relaciones entre España y México en los últimos años, así como los retos que se plantean en los próximos para Peña Nieto y Rajoy. En líneas generales, la administración de Calderón supo mantenerse próxima a la política española.
Sus seis años de mandato coincidieron con la presidencia de los socialistas en España. Sin embargo, a pesar de la diferencia ideológica, entendió que, institucionalmente, debía priorizar sus relaciones estratégicas y mantenerlas en un buen clima de entendimiento. Al margen de planteamientos partidistas —que supo ceder al PAN—, su visión de las relaciones hispanomexicanas siempre estuvo presidida —y así se ha entendido en España— por el sentido de Estado.
Hoy, unas 3 mil empresas de origen español operan con absoluta naturalidad en México. Han pasado de intentar confundirse en el paisaje a mimetizarse de una forma realmente notable. Operan como si de una compañía nacional se tratara y ayudan a forjar un tejido empresarial de extraordinaria solvencia, en constante crecimiento y con un formidable potencial. España debe a México una porción no menor de su expansión exterior en las últimas décadas. Y México conoce que, en buena medida, su desarrollo interno se sustenta en cierto modo en la apuesta de numerosas empresas españolas por ese mercado.
Sin embargo, las cosas han cambiado para España, que afronta ya cinco años seguidos de una crisis insoportable. El pasado y este que acaba de comenzar, de una intensidad verdaderamente preocupante y de consecuencias incalculables. Los actuales gobiernos tienen ante sí un reto extraordinario. El ejecutivo español debería asumir lo que no parece haber hecho hasta ahora: México es su aliado natural, con el que tendría que reforzar sus relaciones más allá de gestos o declaraciones de intenciones que no se concretan. Es —debería ser— para España, el país más cercano de toda América Latina. Por razones históricas y económicas, debe convertirse en su centro de operaciones en las relaciones con los países de habla hispana.
A mediados de octubre de 2012, cuando aún no había tomado posesión, Peña Nieto viajó a España. La acertada iniciativa pretendía trasladar al Ejecutivo su firme compromiso por continuar en la línea de la cooperación. El Gobierno español debería saber estar a la altura de las circunstancias. Sobre todo en un momento en el que la nación al otro lado del Atlántico crece y el del Mediterráneo decrece. España debe asumir que se encuentra ante un gran país (que es mucho más que el DF) y no olvidar que México fue el principal valedor para que figurara como invitado permanente en el G20. No pocas empresas españolas están siendo capaces de soportar las embestidas de la crisis detrayendo los beneficios que generan sus filiales mexicanas para transferirlos a sus sedes centrales. Pero ese no es el camino. No se trata de desvestir un santo para vestir otro. Las compañías que encontraron facilidades para asentarse a 9 mil kilómetros de distancia tienen la obligación ética de seguir contribuyendo al desarrollo económico del país que las acogió hace algunas décadas: reinvirtiendo allí sus beneficios, creando empleo.
Por otra parte, la diplomacia y los lobbies españoles deben ser capaces de atraer la atención y el interés del capital mexicano por dos motivos. En primer lugar porque este, que es el peor momento para el aliado de México en Europa, es el mejor para promover las inversiones y la entrada de capital y empresas en expansión de origen mexicano. Ello solo es posible si se abandona una política formal, de apariencias, para dar paso a unas relaciones intensas y continuadas sobre el terreno. Y en segundo lugar, porque el renovado Gobierno priista debería estar interesado en diversificar su política exterior, dependiente en un 80% de la norteamericana, y enfocarla en una doble dirección: hacia los países del Pacífico de América Latina —para poder así competir con Brasil— y hacia Europa del Este y África, cuya entrada natural es, sin duda, España.
____________________________
JULIO CÉSAR HERRERO es profesor universitario. Decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Camilo José Cela, combina su actividad docente e investigadora con el ejercicio del periodismo. Escribe una columna semanal, conduce un programa en ABC Punto Radio y es analista en TVE. Especialista en marketing político, ha asesorado a numerosos políticos latinoamericanos y publicado varios libros y artículos científicos sobre esa materia.