Solo coligados, los grandes países mediterráneos podrán oponer un contrapeso a las políticas y el poder alemanes. La crisis europea trae consigo la oportunidad de transitar a una Unión más balanceada.
La Comisión Europea confirmó la semana pasada que dará dos años más a España y a Francia para que consigan los objetivos de déficit establecidos por Bruselas. El Gobierno español se ha apresurado a explicar que esta decisión se debe a la credibilidad que están originando sus políticas de austeridad y recortes. Desde luego, esta es la justificación que deja en mejor lugar tanto al Ejecutivo de Rajoy como a la Comisión. Al primero, porque puede exhibir la consecuencia aparentemente positiva de unas políticas asfixiantes; a la segunda, porque le atribuye cierta “comprensión” del esfuerzo y la decisión de premiar al que lo ha hecho con una prórroga. Sin embargo, la realidad quizá sea otra: esos dos años constatan la evidencia de un estrepitoso fracaso. Por una parte, significa que los dirigentes de la Unión se han dado cuenta de que es de todo punto imposible alcanzar las metas previstas en un plazo de tiempo tan reducido. Por otra, que esos dos años no son una concesión graciosa de Bruselas sino una necesidad imperiosa para no dar al traste con un proyecto que, por someterse a los intereses internos de Alemania, ha conducido al límite a los países del sur.
La decisión llega cuatro semanas después de que España alcanzara la cifra más alta de desempleo en los últimos 40 años: 6.2 millones de personas. La reforma laboral, que facilita el despido, aprobada con la mayoría absoluta del Gobierno del Partido Popular y unida a varias subidas de impuestos y recortes en educación, sanidad y servicios sociales, ha dejado al país en una situación de debilidad sin precedentes. El Gobierno se ha visto obligado a reconocer que España decrecerá un 1.5% del PIB, cuando meses antes había dicho que la caída sería solamente de 0.3%. Siempre que en momentos de crisis se implantan políticas de austeridad, el resultado es una recesión. Ningún Estado ha salido de una crisis con políticas de ajuste exclusivamente. Pero ni los principios más elementales de economía ni las lecciones que da la historia parecen ser argumentos suficientes para que toda la Unión Europea sea capaz de frenar las pretensiones de Angela Merkel. Alemania acabó el año pasado con un superávit de 0.2% del PIB, cifra inaudita para el resto de los miembros, que parecen importar más bien poco o nada. El exministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, Joschka Fischer, aseguraba hace unas semanas en un artículo publicado en El País que “para los países del sur de Europa golpeados por la crisis, la fórmula que defiende Alemania, con su mezcla de austeridad y reformas estructurales, está resultando mortal porque les faltan otros dos componentes fundamentales: quita de deuda y crecimiento”.
Este mes se cumple un año precisamente desde que la canciller alemana se comprometiera en una cumbre europea a impulsar un pacto por el crecimiento y la necesaria unión bancaria y fiscal. Pero la propia dirigente ha hecho lo imposible para evitar que se pusiera en marcha. Teme que se produzca una mutualización de la deuda, es decir, que España y Alemania puedan emitir los mismos eurobonos, lo que situaría a su país en igualdad de condiciones respecto al resto de los Estados de la Unión.
El presidente de la República Francesa, François Hollande, y el jefe del Gobierno italiano, Enrico Letta, ya han manifestado su intención de aprovechar la cumbre que tendrá lugar este mismo mes para exigir que se apliquen los acuerdos adoptados hace un año. El presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, debería sumarse a esta iniciativa. Los tres podrían constituir la necesaria Alianza del Sur que frene las pretensiones de Merkel y reconduzca el tortuoso rumbo de la Unión por una senda más sensata y asequible. Es cierto que ninguno de ellos atraviesa una situación política favorable. Pero no es menos cierto que están al frente de tres países con un peso extraordinario en la configuración de la Unión. Fisher pronosticaba en el artículo anteriormente citado que “tarde o temprano, alguno de los grandes países europeos en crisis elegirá líderes políticos que no acepten por más tiempo la imposición de medidas de austeridad desde afuera”. Aun siendo deseable, la afirmación precisa de dos matices. En primer lugar, empieza a ser demasiado tarde, a tenor de los resultados que está provocando la imposición de los recortes. En segundo lugar, es fundamental entender que lo realmente grave es que esas políticas no vienen “desde afuera”. Lo terrible es que las impone un socio. O sea, desde dentro.
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JULIO CÉSAR HERRERO es profesor universitario. Decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Camilo José Cela, combina su actividad docente e investigadora con el ejercicio del periodismo. Escribe una columna semanal y es analista en TVE. Especialista en marketing político, ha asesorado a numerosos políticos latinoamericanos y publicado varios libros y artículos científicos sobre esa materia.