Bob Arctor es un agente antinarcóticos infiltrado en casa de unos yonkis adictos a la sustancia “D” o “muerte lenta”, con el objetivo de descubrir la ruta de suministro de tan adictiva y peligrosa sustancia. Los síntomas paranoides hacen que los consumidores experimenten invasiones inexistentes de insectos sobre la piel o que no puedan dar un paso sin temor de que los esté siguiendo la policía o cosas muchísimo peores -lo que normalmente resulta cierto porque la agencia ha colocado cámaras en las casas de los yonkis y sus agentes encubiertos se encuentran por todos lados.
Pero en su intento de infiltrarse entre los yonkis, Bob se transforma en un adicto y los hemisferios de su cerebro comienzan a competir entre sí por el dominio de su voluntad: Bob ya no se controla a sí mismo… Si la novela terminara en este punto la moraleja sería la típica cantaleta moralina que utilizan nuestras instituciones e iglesias para asustarnos sobre las drogas, pero Philip K. Dick no era ningún ingenuo sino uno de los grandes novelistas de ciencia ficción de todos los tiempos. La distorsión de la realidad en sus historias tiene por objeto mostrarnos la realidad oculta que subyace y estructura la realidad misma: Una mirada a la oscuridad.
En esta novela, lo que el protagonista Bob Arctor aprende es que nunca se controló a sí mismo: la agencia buscaba transformarlo en un adicto para introducirlo de incógnito en la poderosa clínica de rehabilitación “Sendero nuevo” y así descubrir sus métodos de financiamiento. Una vez encerrado allí como un adicto más, Bob es puesto a sembrar y cosechar maíz como método de rehabilitación, además de ser sometido a crueles torturas psicológicas para quebrar su ya mermada voluntad en la abstinencia. Lo que descubre es que junto con el maíz genéticamente modificado también crecen florecillas azules, materia prima de la sustancia “D”. ¿Quiénes son los buenos y quienes los malos en esta historia de guerra contra el narcotráfico? Difícil decirlo porque a río revuelto, ganancia de pescadores.
La misma confusión es retratada por la recién estrenada película mexicana Heli, ganadora en Cannes del premio a mejor director: una niña de 12 años, enamorada de un soldado raso de 17, deja que este esconda en su casa dos paquetes de cocaína que ha robado al ejército, cuyos mandos habían incautado y habrían tenido que destruir. Y entonces comienza el drama para la familia porque el ejército irrumpe en sus vidas y los supuestamente encargados de defender a la población, la castigan por “robar” lo “ajeno”. Y nuevamente nos asalta la duda: ¿será cierto que el ejército o la policía federal ha estado detrás de violaciones como esta? Difícil saberlo porque el río se encuentra demasiado revuelto y los seres humanos tendemos a la ingenuidad: preferimos no enterarnos de los enjuagues ocultos, lo que no significa que no estén allí.
Por eso es una estupenda noticia que en México se comience a hablar en serio de la legalización de la marihuana, sustancia que se encuentra muy lejos de parecerse a la sustancia “D”. Pero aun si fuera parecida ¿no sería mejor trabajar con problemas de salud pública que con la violencia y el desastre de no saber con quién se lidia?
Como afirmó Philip K. Dick -quien fue adicto a las anfetaminas- la adicción es en gran parte una decisión personal y para quien desea o necesita de la droga, de cualquier droga, no habrá prohibición o regulación suficiente que le impida colocarse (piénsese en el activo o el cemento para los adictos de bajos recursos).
Pero el temor a la marihuana es en gran parte una superstición. Se trata de una droga que brinda una sensación de tranquilidad desde la cual se puede juzgar al mundo desde una perspectiva distinta y allí radica, me parece, el gran temor de las familias, iglesias y de ciertas instituciones públicas: que la “realidad” pueda objetarse y que la crítica a los dogmas se haga posible (además de deseable).
No voy a decir que este efecto sea el mismo para todos y hay que aceptar que cada organismo reacciona diferente a estas y otras sustancias (piénsese en el alcohol). Pero si en Estados Unidos los ciudadanos de dos entidades tan importantes como Colorado y Washington han dicho “sí” a la legalización de la marihuana para usos medicinales y recreacionales, si la ciudadanía está haciendo algo para acabar con una superstición institucional que ha hecho tanto daño, entonces resultan sospechosas las declaraciones de autoridades como el titular de la Comisión Nacional Contra las Adicciones (Conadic), Fernando Cano Valle, quien se pronunció hace unos días contra esta droga y su afirmación puede ser interpretada, si no desde los intereses de su burocracia (la ley de hierro de las organizaciones podría indicar que estas intentan sobrevivir a costa de perpetuar el problema público que les da supervivencia), sí como una burda superstición. ¿De dónde sacó que los consumidores de cannabis experimentan daño cerebral? El daño parece estar en las políticas que la Conadic diseña.
Como ha dicho Ana Laura Magaloni, de este funcionario lo menos que esperaríamos es que probara con evidencias sólidas sus afirmaciones. Pero se encuentra muy lejos de hacerlo y la realidad norteamericana y europea desdice fácilmente sus dichos. ¿Para qué intereses trabajan las instituciones internacionales y nacionales contra las drogas?