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Décimo aniversario de la Fundación para las Letras Mexicanas
Cultura | Este País | Vicente Quirarte, Miguel Limón Rojas, Jorge Comensal y Bernardo Quintana | 01.09.2013 | 0 Comentarios

El presidium completo. De izquierda a derecha, Jorge Comensal; Eduardo Langagne, director general de la Fundación para las Letras Mexicanas; José Narro Robles, Rafael Tovar y de Teresa, Emilio Chuayfett, Bernardo Quintana Isaac, presidente del Patronato de la FLM; Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua; Miguel Limón Rojas y Vicente Quirarte, tutor de ensayo de la FLM. (foto: ALR/Conaculta)

El presidium completo. De izquierda a derecha, Jorge Comensal; Eduardo Langagne, director general de la Fundación para las Letras Mexicanas; José Narro Robles, Rafael Tovar y de Teresa, Emilio Chuayfett, Bernardo Quintana Isaac, presidente del Patronato de la FLM; Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua; Miguel Limón Rojas y Vicente Quirarte, tutor de ensayo de la FLM. (foto: ALR/Conaculta)

La Fundación para las Letras Mexicanas celebra una década de compromiso con el quehacer cultural en México, con la educación en su más amplio y enriquecedor sentido y, sobre todo, con la juventud. Nos unimos al festejo con la reproducción de los discursos leídos en la ceremonia que se llevó a cabo el 10 de junio en el auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología.

Bernardo Quintana
Con la honrosa representación que me han conferido mis colegas patronos, quiero expresarles el gran significado que este acto conmemorativo tiene para nosotros.
Los motivos que nos llevaron a fundar esta institución nacen de nuestro amor a México y de nuestra convicción sobre la importancia de apoyar el desarrollo de la literatura. Lo hemos venido haciendo a lo largo de esta década a través de los diversos programas de la Fundación. Estamos conscientes de que la cultura es lo que más nos une y del enorme significado que ella tiene para que nuestro país alcance la grandeza a la que legítimamente puede aspirar. Por ello es que nuestro papel como patronos no se ha reducido a estar simplemente informados. Nos hemos ocupado de la buena marcha de la Fundación en todos los aspectos, conocemos a nuestros becarios y hemos podido disfrutar de sesiones de lectura en las que nos ofrecen una muestra de su trabajo. Nos transmiten verdaderamente la convicción de que son escritores.

Somos conscientes de que los alentadores resultados que hemos alcanzado en estos diez primeros años tienen que ver con la suma de colaboraciones que ha sido posible conjuntar a partir de los distintos programas que responden a necesidades reales y al talento de los mexicanos, sobre todo de los jóvenes.

La celebración de este décimo aniversario, con la grata compañía de todos ustedes, nos ha permitido valorar lo que ha sido posible realizar, y de lo cual nos sentimos orgullosos, pero también es ocasión para refrendar la voluntad del patronato para mantener nuestro apoyo a la continuidad de los trabajos, y seguir velando con esmero para que la institución continúe avanzando hacia la consecución de sus propósitos.

En nombre de mis compañeros patronos, y en el mío propio, expreso la más sincera felicitación a Miguel Limón Rojas, a Eduardo Langagne, a cada uno de los tutores y a todos quienes han contribuido con talento y trabajo a formar y desarrollar esta bella institución.
Confiamos en la literatura como valiosa creación del ser humano que puede impulsarnos a mejorar como personas y a superarnos como sociedad.
BERNARDO QUINTANA (Ciudad de México, 1941) es ingeniero industrial por la UNAM y maestro en Administración de Empresas por la Universidad de California en Los Ángeles. Preside el patronato de la Fundación para las Letras Mexicanas.

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Miguel Limón Rojas
Hace diez años la Fundación para las Letras Mexicanas hizo público el compromiso de participar activamente en el desarrollo de la literatura en nuestro país. Lo hizo a partir de un plan de trabajo concebido con el propósito de dar el mejor destino posible a los recursos surgidos de un mecenazgo ejemplar.
A partir de entonces, la Fundación ha sido un foro abierto a todas las corrientes. Con respeto a la diversidad y con el mayor aprecio por ella, nos hemos abocado a ensanchar el espacio de las oportunidades en beneficio de la capacidad creativa, así como a promover y difundir la obra literaria. Aspiramos a que esta iniciativa pueda contribuir a enaltecer, aún más, el sitio de México en el panorama universal de las letras.

Hemos procurado las alianzas institucionales que tienen sentido para el logro de los objetivos: con la Secretaría de Educación Pública, el Conaculta, la unam, la Academia Mexicana de la Lengua, el fce, El Colegio de México; igualmente con la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de Madrid, la Universidad Veracruzana, la revista Este País y la Universidad Metropolitana de Monterrey, hemos podido abrir capítulos que de distintas formas favorecen el quehacer literario.

Para mantenernos fieles al compromiso y asegurar la perdurabilidad de los propósitos, hemos hecho lo necesario para construir una institución sólida, fincada en normas, criterios y procedimientos que la colocan por encima de todo interés personal o de grupo. Escuchar, dialogar y debatir, nos ha permitido avanzar y concretar: circulan nuevas y bellas ediciones dedicadas a alimentar en los niños el gusto por la poesía; con la presentación de la colección Viajes al siglo xix —elaborada con el fce y con el Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam— fue posible encender en San Ildefonso un timbre de orgullo que resonara con la patria liberal durante las celebraciones del Bicentenario. Con la participación de los becarios y bajo la coordinación de uno de sus compañeros, Jorge Mendoza, la Enciclopedia de la Literatura en México (en proceso de construcción) ofrece a sus visitantes en línea el conocimiento de lo escrito en nuestro territorio desde siglos antes de que fuésemos república. Con el valioso apoyo del Conaculta, esta obra avanza al ritmo que le permitirá, en un mediano plazo, alcanzar su dimensión potencial en beneficio del público más variado que quiera informarse y aprender.

Después de una primera década de trabajo, y de haber otorgado doscientas cincuenta becas, encontramos signos claros que nos permiten estimar como acierto el haber asignado la mayor parte de nuestra energía y recursos al sostenimiento de la apuesta por la palabra nacida de la voz esperanzadora de los jóvenes. Nos inspira todo aquello que su vocación de escritores puede significar para el desarrollo cultural de México. Nos anima su determinación de ser ellos mismos a pesar de todo; su disposición a emprender la extraordinaria aventura de la autenticidad creativa asumiendo el precio de la incertidumbre. A ellos ofrecemos apoyo y acompañamiento en la disciplina. Para navegar con destreza en el oficio, han podido aprender de los grandes escritores que generosamente les han compartido conocimiento y les han contagiado fortaleza para mantenerse en el empeño. Es muy alentador verles crecer en el ejercicio del vuelo asistidos por la guía y experiencia que les aportan el director Eduardo Langagne y sus tutores: Vicente Quirarte, David Olguín, Bernardo Ruiz y Antonio Deltoro. Su actitud y dedicación brinda a los jóvenes ejemplo y aliento; en la casa genera un clima de cooperación y de responsabilidad en el que cada uno dispone de los medios para labrar su propio perfil como escritor.

Se hace lo necesario para que el trabajo en común genere el beneficio de la diversidad y refleje las características del grupo que cada año se renueva. Nos ocupa su formación de escritores y sobre todo el ser humano que cada uno lleva consigo. Propiciamos el fortalecimiento de la confianza en sí mismos, a fin de que se encuentren en las mejores condiciones para contender con el espejismo del éxito aparente, aquel que carece de consistencia real. Intentamos alimentar en ellos la fuerza de lo genuino de la que surgen nuevas realidades, de la que nace la palabra capaz de sorprender, persuadir y cautivar. Estimulamos el espíritu de búsqueda que es condición del verdadero escritor, del artista que afanosamente procura la Fundación en cada una de sus convocatorias.

Después de diez años de presidir este proyecto, deseo expresar a los miembros del patronato mi mayor reconocimiento por su permanente apoyo, por haber aportado durante todo este tiempo el valioso sustento financiero pero, sobre todo, el respeto invariable, inherente al ejercicio de la libertad creativa. Su esmero en asegurar el cumplimiento de los fines ha sido garantía para la calidad de los trabajos. Mi mayor gratitud por su confianza, por la oportunidad de haber podido abrir en su nombre un espacio donde nacen nuevas voces y nuevas palabras que descubren y describen la riqueza del mundo interior, que interpretan y reinventan su entorno y su tiempo desde ese poder de la imaginación que permite al ser humano el permanente reencuentro consigo mismo en la enaltecedora búsqueda de su dimensión universal.

MIGUEL LIMÓN ROJAS (Ciudad de México, 1943), presidente de la Fundación para las Letras Mexicanas, ha sido consejero de la revista Este País. Fue secretario de Educación Pública de 1995 a 2000.

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Vicente Quirarte
“Un gran poder implica una gran responsabilidad”, afirma un nuevo clásico. Cuando toma conciencia de su capacidad verbal, el hablante es el más poderoso de los seres. Nombra el mundo, lo bautiza como si con él naciera, porque con él nace. Cuando descubre que su misión es entrar en el corazón de las palabras, hacer su anatomía, transmutarlas en criaturas nuevas, nace el escritor.

La principal tarea de los becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas es desarrollar la capacidad especial con la cual nacieron, confrontarla con creadores semejantes, hacer de la disciplina una espuela antes que un freno; hallar en el obstáculo un aliento. A diferencia de quienes reciben estímulos semejantes, nuestros becarios permanecen un número de horas en sus respectivos cubículos. “Puestos de combate” los llamo con mis jóvenes amigos, y en alguna sesión una becaria me hizo ver que no estaba mal llamar “oficina” al espacio donde trabaja un escritor, pues es allí donde ejerce su oficio. Al trabajo mercenario de oficina con horario impuesto se deben obras maestras como Muerte sin fin, Piedra de sol, Fuego de pobres. Cuando se tiene algo que expresar en palabras, nada puede impedir el nacimiento. No existen barreras para las auténticas pasiones.

Los tutores de la Fundación alguna vez tuvimos la edad y la energía de quienes hoy dan prueba de su trabajo escrito. En aquella prehistoria, hacíamos nuestra la divisa de Rubén Bonifaz Nuño al principio de la poesía de Catulo: “Toda juventud es sufrimiento”. La generación que comienza a escribir de manera intensa, convencida y sistemática a partir de los albores del siglo xxi no ve así las cosas. No quiere sufrir ni exhibe el sufrimiento en lo que escribe —aquí una de sus grandes lecciones y desafíos. Lo que no cambia es el modo en que enfrentan a su bestia interior, su profesionalismo al demostrar que el texto literario es artificio que encuentra su propia, invencible verdad. En nuestro haber existen más horas de vuelo, pero el joven tiene los motores en combustión mayúscula, a punto del despegue y en permanente guardia, sobre todo ante el enemigo que dentro de nosotros aconseja abandonar la tarea esencial ante brillantes y seductoras, pero finalmente pasajeras, ocupaciones. Desde que tengo el privilegio de trabajar con los becarios de esta Fundación me resulta más difícil poner el llamado punto final al texto que considero terminado. La lección del maestro la recibo cotidiamente de ellos: de su inconformidad y su exigencia, su arsenal de lecturas, su sed nunca saciada.

Con motivo de la entrega de los Premios de Literatura 2012 en el Palacio de Bellas Artes, dos semanas después de la partida de Carlos Fuentes, Silvia Lemus recordó la voluntad del escritor: lo que más pedía a la vida es que no lo abandonaran la disciplina y el entusiasmo. He aquí el secreto de la eterna juventud: la creatividad renovada cada día nos vuelve dignos del breve instante aquí. A nuestros jóvenes les pedimos, exigimos y deseamos que mantengan su pasión intacta y derroten al tiempo a través de la ocupación de la página, donde cabe desde la intensa brevedad de un haikú hasta los excesos de vastos edificios verbales.

Atender un dolor que nos aqueja, firmar una escritura, encontrar la salida del eterno laberinto hacen imprescindible la existencia del médico, el notario y el contador, con sus femeninos nombres incluidos. El trabajo del poeta, el narrador, el ensayista o el dramaturgo no es tan imediatamente perceptible. El escritor es un perturbador de conciencias, un profesional de la subversión. Su labor es invisible. Trabaja primero para vencer a sus propios fantasmas, llamados conformismo, silencio, medianía. “La palabra justa” que desveló a Flaubert nada tiene que ver con la corrección y el decoro. Si así ocurre es porque antes el lenguaje ha surcado aguas del deseo, la desolación o la plenitud, finalmente transmutadas en metáforas que dan cuenta de la belleza como si acabara de nacer. La escritura es desquiciamiento de la persona y su decantación en palabras que transforman la pasajera iluminación en obra perpetua. Gracias, maestros becarios, por recordarnos la trascendencia de ese trabajo en que se afanan, sin cuya existencia el mundo sería un territorio más desierto.

VICENTE QUIRARTE (Ciudad de México, 1954) ha publicado decenas de poemarios entre los que se cuentan La luz no muere sola (1997), El ángel es vampiro (1991, Premio Xavier Villaurrutia) y la antología Razones del Samurai 1978-1999 (2000). Es autor también de ensayo —recibió en 1990 el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas por El azogue y la granada. Gilberto Owen en su discurso amoroso—, narrativa y obra dramática. Como editor se ocupó de la redacción de la Revista de la Universidad de México y de la dirección del Periódico de poesía. Ha sido director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y de la Biblioteca Nacional de México. En 2003 ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua. Es tutor de los becarios en el área de ensayo de la Fundación para las Letras Mexicanas.

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Jorge Comensal
Los jóvenes de hoy contamos con muchas maneras de alarmar a nuestros familiares: podemos raparnos la mitad del cuero cabelludo, pintar la otra mitad de rosa mexicano, perforarnos la ceja o la lengua, hacernos vegetarianos, tatuarnos el nombre de la novia en el pecho, unirnos a un culto nudista, vivir en concubinato o hacer algo aún más inquietante: anunciar que uno quiere ser escritor.

Imagino que muchos becarios aquí presentes se enfrentaron con los rostros incrédulos de la familia cuando dieron la noticia de que participarían en un programa para formar jóvenes escritores, auspiciado por una institución sin fines de lucro cuyo objetivo es promover las letras mexicanas. Al oír eso, tal vez los padres creyeron que su hijo había perdido la razón por leer demasiado. Sin embargo, no fue así. Aunque suene a delirio quijotesco, propio de países exóticos como Suiza o Finlandia, esta Fundación existe en México y hoy celebramos su décimo aniversario.

Un pariente escéptico pudo haber preguntado: “¿Fundación para las Letras Mexicanas? ¿Qué es eso?” o “¿Jóvenes escritores? ¿Para qué?”. Yo mismo, en noches de insomnio autocrítico, me hago esas preguntas, y hoy quiero compartir con ustedes algunas respuestas que me ha dado la Fundación.

Primero conviene recordar que la literatura es mucho más que un pasatiempo. Entre todas las artes, acaso esta es la que repercute de manera más profunda en otros ámbitos de la vida social. La literatura es, por ejemplo, una manera irremplazable de educarnos. En novelas como Noticias del Imperio, de Fernando del Paso, o Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia, aprendí que nuestro pasado involucra seres complejos, apasionados, contradictorios, mucho más interesantes que los héroes y villanos de las monografías escolares. Gracias a los versos de Nezahualcóyotl, las esculturas resguardadas en la sala mexica del Museo Nacional de Antropolgía gozan de una voz que remonta siglos de silencio para hablarnos de una cosmovisión arraigada en nuestra cultura.
Así, las letras son nuestra memoria colectiva más íntima y exacta, y la Fundación lleva una década de enriquecer por medio de ellas la historia mexicana. Dentro de doscientos años, nosotros ya no estaremos aquí, y los historiadores dedicados a estudiar el turbulento siglo xxi encontrarán en cada obra de teatro, novela, ensayo o poema, un testimonio de nuestro tiempo.

En la Fundación también he aprendido a no pensar en la literatura como un templo, palacio, o mausoleo; los libros son, igual que nuestra sede en la calle de Liverpool, una casa donde se puede cumplir la paradoja de estar a solas y acompañados, de tener una vida interior secreta, y al mismo tiempo saber que es compartida por muchos otros. Aunque la soledad es un requisito de la escritura, su destino es la compañía. ¿Qué actitud debemos tener los escritores en esta casa? Si nos comportáramos como dueños arrogantes, terminaríamos por ser una élite de incomprendidos en cuya casa ya nadie querría entrar. Para no quedarnos solos, lo mejor es formarnos como buenos anfitriones, dedicados a construir una literatura auténtica y provocadora, una casa que no sirva solamente para mejorar la ortografía y llenar libreros, que no sea un medio para alcanzar otros fines, sino un fin en sí mismo: vivir en ella.

¿Para qué sirve, entonces, formar jóvenes escritores? Para que existan anfitriones con oficio además de vocación, con arte además de sentimiento. Cada semana, los becarios nos reunimos con nuestros compañeros y tutores para analizar nuestro trabajo, y ahí participamos en la actividad más estimulante de la buena literatura: la crítica honesta y constructiva.

Cuando logramos trasladar la atmósfera crítica de nuestras tutorías al ambiente literario del país, a veces dominado por el compadrazgo y la mercadotecnia, la Fundación aporta voces comprometidas con una cultura rica, libre y diversa.

Los jóvenes becarios venimos de toda la república, y gracias a nuestra convivencia he descubierto que las lecturas comunes son una fuente poderosa de identidad. Una cuentista de Sonora y un poeta de Yucatán pueden reconocerse como parte de un mismo grupo gracias al recuerdo común de haber ido a Comala porque les dijeron que ahí vivía su padre, un tal Pedro Páramo.

Y la literatura no solo supera distancias, también generaciones. Es posible que un desengañado octogenario y una quinceañera enamorada reciten con emoción los versos de Xavier Villaurrutia que dicen: “Amar es una angustia, una pregunta / una suspensa y luminosa duda”, y coincidan en que el amor se siente así. Y también, cuando hace falta desahogar la indignación, personas de todas las edades podemos repetir lo que Rosario Castellanos escribió en 1968: “Recuerdo, recordemos / hasta que la justicia se siente entre nosotros”.

Leer y escribir, en fin, nos permite intercambiar conciencias y comprendernos mejor unos a otros. La literatura es la representación más rica del pensamiento, y su ejercicio nos hace libres para comunicar los deseos, ideas y recuerdos que nos hacen quienes somos. Mientras que la violencia se nutre de egoísmo, puños y disparos; la paz, como la literatura, requiere empatía, oídos y palabras… ríos de palabras para ponernos de acuerdo y convivir.
He aprendido esta y muchas otras lecciones en la Fundación. Los becarios llevamos en la mano que escribe y en los ojos que leen cicatrices afortunadas de nuestro encuentro. No tengamos miedo de mostrarlas allá afuera.

Celebremos este feliz aniversario y los muchos que nos quedan por cumplir. Gracias a todos los que lo han hecho posible, gracias a nuestro patronato, directivos, tutores y maestros.

Gracias a ellos y a todos los que se preguntan: “¿Fundación para las Letras Mexicanas? ¿Qué es eso?”.

Leamos y escribamos. Nos quedan muchas respuestas por encontrar. ~

JORGE COMENSAL (Ciudad de México, 1987) estudió Lengua y Literaturas Hispánicas y fue profesor adjunto de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.

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