Ante la amenaza que pesa sobre el patrimonio natural de México, es necesario considerar el saber que albergan en su seno los pueblos originarios de cada región, bajo la premisa de que naturaleza y cultura son realidades indisociables.
Ved como la naturaleza
es un libro vivo, incomprendido
pero no incomprensible.
Goethe
En 1941 el ejército nazi y el finlandés invadieron Leningrado, hoy San Petersburgo. Tomar la ciudad era un acto simbólico de la conquista de la antigua URSS por parte de los nazis, así como un botín para Hitler y sus aliados. En la ciudad se encuentra el Museo del Hermitage, cuya pinacoteca es una de las más completas del mundo. El 6 de julio de 1941 evacuaron del museo más de un millón y medio de objetos de arte. A unas calles de ahí se encontraban el Instituto para la Investigación de la Producción de Vegetales y la Oficina de Botánica Aplicada en la que, encabezados por el biólogo Nicolái Ivánovich Vavílov, un grupo de investigadores conservaba, desde 1921, una colección viva de 168 mil semillas, raíces y frutos de cerca de 2 mil 500 especies del mundo. Stalin y muchos de los burócratas soviéticos no sabían que las tropas nazis tenían como objetivo no solo los tesoros del Hermitage, sino también el control del tesoro genético que Vavílov y sus colaboradores habían albergado por años, trabajo que Stalin calificó como “ciencia burguesa, sin beneficio para la población rusa o el Estado”, por lo que, con la ayuda de Trofim Lysenko, desterró a Vavílov a la Siberia, donde murió años después de hambre, paradójicamente, y por las torturas a las que fue sometido. Sin embargo, en una de las mayores hazañas de la humanidad, colaboradores de Vavílov liderados por Abraham Kameraz y Olga Voskresenkia lograron salvar este tesoro de la humanidad de manos del comando que Hitler había preparado para tal efecto (Russsland-Sammelcommando). El asedio a San Petersburgo costó más de 1 millón 500 mil de vidas; al menos 700 mil murieron de hambre, entre ellos muchos de quienes preservaron, sin tocarlo, este tesoro genético (Blackwell, 2003; Nabhan, 2009).
En 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el Año Internacional de la Diversidad Biológica, para llamar la atención mundial hacia el problema de su pérdida y la importancia que tiene para la vida. El año siguiente fue declarado por esa misma asamblea Año Internacional de los Bosques, para crear mayor conciencia de estos ecosistemas como parte integral del desarrollo sustentable. La presente reflexión se centra en la diversidad biológica y cultural, así como su importancia para la soberanía del país y como opción para sentar las bases de un desarrollo que nos permita continuar como especie.
Es importante plantear varias preguntas acerca de la diversidad biológica. La más obvia: ¿qué es y cómo se origina? La ubicación casi milagrosa de nuestro planeta ha posibilitado la vida; no existe otro lugar conocido en el universo en el que, a través de la evolución, se haya manifestado este proceso. La Tierra o planeta azul —ya que predomina el agua en más de 70% de su superficie— posee ambientes heterogéneos, cada uno con fenómenos que estimulan el establecimiento y desarrollo de diferentes formas de vida. La diversidad biológica no es solo el número total de especies de un lugar. Dos componentes la definen: (1) la riqueza, el número de especies en un espacio determinado, y (2) la equidad o cómo se encuentran repartidas esas especies en el espacio. Es además un complejo dinámico entretejido; la atmósfera se enlaza con las especies y procesos en las rocas, el suelo, las hierbas, los arbustos, los árboles, las aves y los mamíferos. En el subsuelo, líquenes, hongos, bacterias, lombrices de tierra, raíces de las plantas, artrópodos y otros seres vivos forman, junto con nutrimentos, ecosistemas tan complejos como selvas o bosques; ahí, la actividad biológica puede fijar más carbono de la atmósfera que esos tipos de vegetación (Vega-López, 2009).
El concepto de soberanía va de la mano de la formación del Estado moderno, de la necesidad de establecer un orden interno ante una sociedad más compleja. Dos tensiones originaron la soberanía: la primera fue el atropello de los más débiles por parte de actores internos, y la segunda, las amenazas u oportunidades externas (Reyes Heroles, 2003). Actualmente, esos agentes comprenden desde empresas transnacionales, el FMI o el Banco Mundial, hasta firmas calificadoras u organismos no gubernamentales. En especial, al integrarse al proceso globalizador, el país se ha subordinado a los principales polos de la economía mundial, lo que ha impuesto desigualdades, desequilibrios y conflictos (Kaplan, 2003). De acuerdo con Serna de la Garza (2003), lo importante de la soberanía no es ella por sí misma, sino los intereses de la sociedad. ¿Qué intereses? Aquellos que, en un proceso plural, abierto, analítico y continuo, identifiquen responsablemente los ciudadanos. No se trata, como anota Reyes Heroles, de invocar la soberanía para ocultar vergüenzas o fomentar la intolerancia, sino de darle sentido a la identidad nacional, buena parte de la cual ha evolucionado a través del uso de los recursos naturales.
Los orígenes de la diversidad biológica en México
Cada país posee, dada su localización geográfica y su historia evolutiva y cultural, diferentes niveles de diversidad biológica. Con casi 10% de la diversidad biológica y cultural mundial, México es el quinto país en megadiversidad del planeta, después de Brasil, Colombia, Indonesia y Australia (Mittermeier y Goettsch, 1992). Se localiza entre los 15 y 33º de latitud norte; el Trópico de Cáncer atraviesa el país casi en la parte media. Se tienen dos zonas costeras muy diferentes: la del Pacífico, influenciada en parte por la faja subtropical, tiene un fuerte efecto por la profundidad de sus costas; la del Golfo de México, menos profunda que la primera y más cálida, expuesta a vientos más húmedos, a los alisios, nortes y ciclones tropicales, ejerce un efecto climático profundo en todo el país. México tiene una compleja historia geológica, que va desde el Paleozoico hasta el Cuaternario. Sin embargo, la combinación de la latitud con la altitud, esta última debida a los diferentes accidentes orográficos, tiene mayor influencia en la riqueza biológica del país. En las costas del Pacífico y del Golfo se encuentran dos importantes sistemas montañosos, la Sierra Madre Occidental y la Oriental, respectivamente. El Eje Volcánico Transversal cruza de costa a costa la altiplanicie mexicana. La Sierra Madre del Sur atraviesa desde Jalisco hasta Oaxaca. Están también la Sierra de Juárez, en este último estado; en Chiapas, la Sierra Madre y el Macizo Central; el sistema montañoso de Baja California; las planicies costeras del Pacífico, del Golfo y de Baja California; finalmente, dos grandes penínsulas, la de Baja California y la de Yucatán. Desde el punto de vista biogeográfico, el país se localiza entre dos grandes regiones, la neártica, ubicada en América del Norte y Groenlandia, y la neotropical, que abarca buena parte de América Central, las Galápagos y casi toda América del Sur (Zunino y Zullini, 2003). Entre estas dos regiones se encuentra la zona de transición mexicana, el Istmo de Tehuantepec. Este complejo panorama se traduce en diferentes tipos de suelos, climas y vegetación (26 mil especies de plantas con flores, más que Australia). En las costas se encuentra vegetación de dunas, manglares, popales y tulares. Al ascender en altitud, selvas bajas, selvas medianas y altas perennifolias; bosques caducifolios, de encino, de pino (49 de las 100 especies de pinos del mundo), de oyamel, y páramos de altura en los volcanes. Además de 700 especies de reptiles, el primer lugar mundial, y 439 de mamíferos, segundo lugar mundial (Mittermeier y Goettsch, 1997).
A pesar de los avances científicos y tecnológicos, dependemos de los recursos naturales. Las culturas originales lo han entendido a través de los siglos, no así las sociedades urbanas, que parecen olvidar que todo lo que comemos, bebemos o vestimos proviene de organismos vivos o sus fósiles. El modelo de desarrollo seguido después de la Segunda Guerra Mundial busca lograr un nivel de vida parecido al estadounidense. Sin embargo, el desarrollo capitalista actual, basado en el consumismo y la creación de necesidades, requeriría de al menos siete planetas Tierra para sostenerse. China establece cada año dos ciudades como Nueva York, con todo lo que implica en demanda de energía y otros elementos. En general, las sociedades de consumo toman de los sistemas biológicos cierta cantidad de productos y devuelven desechos. Se ha olvidado o no se sabe que los ecosistemas tienen una capacidad de carga finita; si esta se sobrepasa, difícilmente volverán a su equilibrio dinámico. El deterioro de los recursos naturales afecta lazos ancestrales que unen a los seres humanos con la tierra; se pierden valores espirituales y culturales y, con ellos, identidad y rumbo. Por ello, preservar la cultura y la diversidad biológica y lograr la sustentabilidad son objetivos prioritarios para nuestra supervivencia y para alcanzar un progreso incluyente, independiente y soberano.
¿Por qué es importante el sistema diversidad biológica-cultura-soberanía?
El debate acerca del valor de la diversidad biológica se inició al final de los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX. Sin embargo, los fenómenos de deterioro no han disminuido sino aumentado. El proceso coevolutivo que los seres humanos han establecido con los recursos naturales dio origen al lenguaje, al conocimiento y las técnicas que se transmitieron de generación en generación. El descubrimiento de la agricultura por parte de la mujer trajo consigo la cría de plantas y animales, lo que se transformó en una relación de mutualismo; todo ello en conjunto posibilitó el sedentarismo, sentando las bases de la civilización y de la soberanía. Este fenómeno se dio en lugares muy distantes y en diferentes momentos. En Mesopotamia domesticaron el trigo y la avena hace poco más de 10 mil años; en Mesoamérica, el maíz y el frijol, hace unos 8 mil años; en la zona Andina, la papa, por lo que la diversidad de cultivos tiene una relación de dependencia indisociable de los pueblos originales del planeta, casi todos, hoy, países subdesarrollados. A pesar de ello, las culturas tradicionales, definidas así no solo por su antigüedad, sino también por la forma como adquieren y transmiten el conocimiento, saben que existe un vínculo indisoluble entre la naturaleza y los seres humanos. Hasta nuestros días, la forma como campesinos e indígenas aprovechan los recursos naturales es, en general, opuesta a la “agricultura moderna”. En la agricultura tradicional se conserva una alta heterogeneidad de cultivos (maíz, frijol y calabaza, rodeados de un conjunto de árboles —frutales, forestales, ornamentales— o cercos vivos, huertos familiares y cafetales diversificados, entre otros). En estas asociaciones, cada planta presenta una alta variabilidad genética. Estas prácticas forman matrices agrícolas adaptadas a las características ambientales del país, lo que origina plantas adecuadas a las necesidades específicas de los productores, mucho mejores que aquellas de campos experimentales o laboratorios. En México existen 62 pueblos indígenas y 59 razas de maíz, casi una por cada pueblo, cultivadas desde el nivel del mar o a más de 2 mil 800 metros de altitud. La contribución de las comunidades indígenas y campesinas a la conservación de los recursos naturales aporta beneficios para el conjunto de la sociedad: producción de agua (Cuadro 1), captura de bióxido de carbono, protección del suelo, obtención y conservación de productos agrícolas, preservación de paisajes para la recreación, disminución de plagas y enfermedades agrícolas. Este conjunto de relaciones constituye el patrimonio biocultural (Boege, 2008), es decir, espacios geográficos ocupados y transformados en el tiempo por los pueblos originales de Mesoamérica, Aridoamérica y Oasisamérica para obtener bienes materiales e inmateriales. Estas relaciones han generado, a través de la observación, la transmisión oral del conocimiento y la experimentación empírica, la ciencia tradicional. Este saber es patrimonio de cada país y, dado que se encuentra perfectamente adaptado a condiciones ambientales y sociales específicas, puede aportar soluciones al uso sustentable de los recursos naturales y al logro de la soberanía alimentaria.
En México, los productos actuales y potenciales que la diversidad biocultural puede aportar a la sociedad son muy amplios; adecuadamente preservados y estudiados, pueden contribuir a salvaguardar la soberanía, generar divisas y disminuir los niveles de pobreza, especialmente en zonas indígenas y campesinas. Un buen ejemplo son las razas de maíz. Estas permitirían, en un trabajo conjunto y de relaciones horizontales con los productores, satisfacer las necesidades alimenticias del país, atendiendo al mismo tiempo las especificidades culinarias de las familias mexicanas, campesinas y urbanas. No es necesaria la introducción de transgénicos de esta planta ya que, al contrario de lo que Monsanto1 y muchos de sus seguidores pregonan, no aumentan significativamente los rendimientos y pueden poner en riesgo la salud de las personas. Se corre el riesgo de hacer más dependiente al país de la tecnología de una empresa extranjera, a la que además se deben pagar regalías. Además, se colocaría en peligro de extinción a las razas nativas y sus parientes silvestres, así como las culturas profundas cuya base es el maíz y que se han preservado por miles de años, con la consecuente dependencia alimentaria. Ningún tipo de biotecnología puede “inventar” o reemplazar la variabilidad genética presente en las semillas que los campesinos e indígenas conservan y cultivan alrededor del mundo (Nabhan, 2009). ¿Esperaremos 100 años, como los australianos, para ver los resultados de la invasión de la uña de gato (Mimosa pigra), que puso en peligro a muchas plantas nativas de ese país? Otro ejemplo es el salmón modificado genéticamente, que tiene en riesgo a las poblaciones del salmón silvestre (Chivian y Bernstein, 2008). Sin embargo, lograr la soberanía alimentaria requiere invertir en educación, ciencia y tecnología en las instituciones públicas nacionales; la debilidad actual de estas entidades tiene un efecto negativo tanto en los niveles de bienestar como en competitividad (Zaragoza et ál., 2012), por lo que la inversión en educación, ciencia y tecnología debe ser una prioridad nacional.
Consideraciones finales
La conservación del complejo diversidad biológica-cultura-soberanía se puede lograr al menos de dos maneras. Primero, revisando y modificando patrones de consumo. ¿Qué es realmente necesario y qué superfluo? Es esencial cambiar el modelo económico que ha seguido el país en los últimos 30 años. Se debe dar un giro civilizatorio para continuar como especie. De acuerdo con Sampere (2009), nos encontramos en una etapa histórica en la que las “necesidades” creadas en los últimos años plantean el reto político y social de regular o cambiar muchas de las comodidades para satisfacer las necesidades de la mayoría de los humanos por sobre el lujo y lo superfluo, haciendo compatible la preservación de la diversidad biológica y cultural.
En segundo lugar, valorando, rescatando, aprendiendo y aplicando la sabiduría de las culturas tradicionales, y siguiendo algunos de los principios que muchas de ellas han salvaguardado, por ejemplo el trabajo comunitario y cooperativo, los lazos ancestrales e intergeneracionales, el bienestar de las generaciones futuras, la autosuficiencia local y la conservación de los recursos naturales, el derecho al acceso colectivo a la tierra y sus recursos, las restricciones en la explotación de los recursos y el respeto por sitios y plantas sagradas (Posey, 1999). Un primer paso es reconocerlas como parte integral del desarrollo del país y como una fuente casi inagotable de creatividad y sabiduría.
Conservar la diversidad biológica y cultural, y lograr la soberanía y el progreso del país son responsabilidades de Estado. No pueden dejarse en manos de transnacionales que, como lo supieron los nazis, han entendido que dominando el mercado de alimentos pueden someter al país y al mundo. Las empresas transnacionales no están interesadas en alimentar a la humanidad, sino en obtener ganancias. Valga citar dos preguntas que hacía Carpizo (2012) en uno de sus últimos artículos: ¿cómo va a ser soberano un pueblo que no pueda disponer de sus recursos naturales en su beneficio?, ¿cómo va a ser soberano un pueblo cuyo territorio no sea suyo?
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Blackwell, E., Hambre, Lumen, Barcelona, 2003, 156 pp.
Boege, E., El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México, INAH-Comisión Nacional para el Uso y Estudio de la Biodiversidad, México, 2008, 342 pp.
Carpizo, J., “Derechos patrimoniales y de la familia y del menor” en México Social, 2012, 21:42-47.
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Conabio, “Capital natural de México” <http://www.biodiversidad.gob.mx/pais/capitalNatMex.html>, 2012, consultado el 16 de marzo de 2012.
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Mittermeier, R., y C. Goettsch Mittermeier, “La importancia de la diversidad biológica de México” en J. Sarukhán y R. Dirzo (comp.), México ante los retos de la biodiversidad, Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, México, 1992, pp. 63-73.
—–, Megadiversidad: Los países biológicamente más diversos del mundo, Agrupación Sierra Madre-Cemex, México, 1997, 501 pp.
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1 Originalmente, es una empresa fabricante de productos químicos. En la actualidad se ha concentrado en la aplicación de la ingeniería genética para introducir, especialmente en plantas, genes de otros seres vivos diferentes, por ejemplo bacterias.
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CARLOS H.ÁVILA BELLO es profesor-investigador en la Universidad Veracruzana.