“Eugenesia es hacer obra positiva,
es crear seres que se acerquen
al tipo ideal fisiológico y psicológico.”
“No le queda a la mujer otro camino que elegir: o la maternidad, y por esto mismo la igualdad con el hombre, ser madre lo más posible ante todo y siempre, o si renuncia a la maternidad, ser considerada como un ser accesorio o un desecho de la sociedad, ni más ni menos que la antigua hetaira o la moderna cortesana […]. La mujer no es dueña de su cuerpo aunque haya documentos firmados por médicos o jurisconsultos que así lo proclamen y que no han servido mas que para acrecentar la frecuencia del aborto criminal.”1
La semana pasada se desató una polémica sobre la medida del Gobierno del Distrito Federal de retirar los saleros de las mesas de los restaurantes, como parte de la campaña “Menos sal, más Salud” que busca concientizar sobre los daños que ocasiona el abuso en el consumo de tan preciado mineral. El secretario de salud invitó también a las amas de casa a esconderle el salero a la familia para evitar esa mala costumbre que nos lleva a la temida hipertensión. En mi opinión, la medida es tan ingenua y boba, como la polémica aguda que se desató en las sobremesas (con saleros aún) y las redes sociales, sobre la relación entre libertad, biopolítica y saleros. Mi opinión sobre el tema puede estar sesgada, confieso ser una de esas personas inconscientes que gusta de envenenarse el cuerpecito con jugo de limón y sal después de comer, que puede decir que no a tentadoras ofertas de cualquier índole, pero nunca a unos tamarindos con sal o a una michelada con chamoy, chilito y sal, sal y más sal. Se lo aprendí a mi abuelo, que se comía los mangos con salecita y ponía cara de felicidad cada vez que se llevaba a la boca un puñado de cacahuates con sal mientras veía la televisión. Murió de un infarto, probablemente era hipertenso, y tal vez yo llegue a serlo. Sin embargo, estoy segura que él como yo, no se angustiaría por la medida antisalero porque no tendremos más que pedirlo al mesero para continuar el goce de nuestros sagrados alimentos tal y como nos gustan. No sé si la medida es efectiva para lograr el objetivo de la campaña, solicité información al respecto a las autoridades correspondientes, y no me la proporcionaron. Yo tengo mis dudas.
“Lo personal es político”
Pero este texto no trata sobre la sal, ni si está bien o mal que nos la quieran esconder, ni sobre quien tiene la razón en este debate. Parte de ahí, pero me lo llevo al terreno que cada quincena trato de explorar: el género y las sexualidades. El interés surgió cuando descubrí que los argumentos en contra de la medida se centraban en una clara ofensa por parte de las personas que sentían coartada su libertad para decidir sobre sus cuerpos. Criticaban la medida como parte de un paternalismo inadmisible y algunas llevaron el argumento más allá: al terreno de la biopolítica, cuestionando el control del Estado sobre los cuerpos. “¡Si permitimos esto, a dónde iremos a parar!” Ahí me detuve, he de confesar que se me salió una risita y pensé: El Estado ha controlado y controla nuestros cuerpos desde hace mucho tiempo y en formas diversas y la mayoría de las veces tan sutiles e interiorizadas, que no lo notamos. ¡Olvidémonos de la sal! El control del cuerpo por parte del Estado pasa por todos los espacios sociales: el trabajo, la reproducción, la estética, la sexualidad, el placer, la muerte. El cuerpo, nuestro espacio personal, íntimo, nos pone en contacto con los demás, nos permite estar en el mundo. Un mundo social que es regulado por el Estado, que se filtra en el ámbito que llamamos privado, que vigila nuestras minucias, la mayoría de las veces sin darnos cuenta, porque hemos aprendido a formar parte de esa vigilancia desde muy temprana edad y hemos recibido despojos de discursos que se forjaron en otras épocas y que nos llegan naturalizados y normados.
La eugenesia y las mujeres (¿La euge qué?)
Me vino a la mente la maternidad y el control del cuerpo de las mujeres. Pensé en cuántas cosas dentro de este tema han dejado de cuestionarse, se han normado y naturalizado como parte de los ciclos de vida de la mujer (así, en singular). Las cosas no fueron siempre como las conocemos. La higiene y los cuidados ginecológicos en relación con la reproducción se ligan al arribo de una disciplina que algunos tratan de borrar de la historia debido a su vinculación con el nazismo, pero que dejó una huella importante en los discursos médicos, políticos y culturales de nuestras sociedades: la eugenesia.
Resulta que por ahí de 1865 Francis Galton propuso la eugenesia como la ciencia que ayudaría a mantener o mejorar las potencialidades genéticas de la especie humana y lo que él llamó, la herencia del talento. Estas ideas se importaron en Brasil, Argentina, Estados Unidos y México, por medio del establecimiento de políticas sanitarias. En nuestro país se desarrolló en la primera parte del siglo XX como un planteamiento médico-higiénico que derivó en una política de gestión selectiva de la reproducción humana. Se pretendía erradicar la degeneración social y la heterogeneidad racial. Para controlar la primera los médicos propusieron restringir la reproducción de “alcohólicos, drogadictos, desviados sexuales, enfermos venéreos o criminales”. Para mejorar la raza, los antropólogos (sí, los antropólogos) promovieron el mestizaje que según ellos traería como consecuencia positiva la eliminación de los “atavismos” de los indígenas. Bajo esta lógica, muchas personas y su posible descendencia, se volvieron “indeseables”, y se hizo necesario implementar prácticas para impedir su reproducción. Y así, el control sobre el cuerpo de las mujeres, entendidas entonces desde la medicina y el Estado, nada más que como reproductoras, se volvió foco de las políticas sanitarias y de población.
Surge entonces la maternología como parte de este conjunto de políticas influidas por la teoría eugenésica, que si bien se desarrollaron en la mayoría de los casos a favor de la salud de las mujeres y sus hijos, no tuvieron en lo absoluto el propósito de emancipar a las mujeres, sino de controlar la calidad genética de la población. Se estableció el examen prenupcial como requisito obligatorio, se realizaron campañas anti-venéreas y se difundieron las prácticas ginecológicas modernas y los cuidados del infante por medio de la puericultura. Por otro lado, se reforzaron los discursos normativos sobre la sexualidad de las mujeres, limitada al matrimonio y la reproducción, así como su pertenencia, exclusiva y rigurosa, al ámbito doméstico.
La eugenesia, al estar vinculada tanto con el Estado como con el discurso médico (considerado científico y moderno), legitimó muchos prejuicios raciales, morales y de género que permean en la actualidad, no sólo en las políticas públicas, sino en el imaginario colectivo. Basta pensar en algunas ideas persistentes en ciertos círculos sociales sobre la sexualidad de las mujeres, por ejemplo, la relación entre la pérdida del himen o la virginidad (según se prefiera) y la prostitución o el libertinaje, argumentos médicos legítimos en aquélla época bajo la lógica eugenésica. O las ideas en torno a la herencia de las “desviaciones” y “vicios” y por lo tanto el miedo y la reticencia a la adopción. O el prejuicio persistente y difundido en diversas esferas sociales del mejoramiento de la raza por medio de la elección de una pareja con características alejadas del estereotipo indígena y cercanas al estereotipo de “gente bien” (si es “güerito” y de “ojo claro”, mejor).
Más allá del consumo de sal y la moral sobre la responsabilidad del ciudadano de cuidar su salud y los impuestos de la comunidad, o del debate por la libertad y el acceso a la sal donde nos venga en gana, pienso que si vamos a hablar del control del Estado sobre los cuerpos, tendremos que considerar seriamente la herencia histórica de ciertos discursos sobre la política y el cuerpo. Si queremos emanciparnos de dicho control sería bueno comenzar por echar una mirada a la historia y a las formas en que se ha dado significado a los cuerpos, a la salud y a la enfermedad. A lo que se cree que conviene al colectivo en determinado momento histórico, y lo que el Estado se siente con derecho, legítimo las más de las veces, de vigilar y castigar.2 Habrá en mi opinión, que aprender a elegir las batallas para no desgastarnos en pequeños actos políticos, mientras que la realidad naturalizada y normada de nuestros cuerpos pasa desapercibida ante nuestros ojos la mayor parte del tiempo.
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1 Este texto toma como referencia lo expuesto por Beatriz Urías Horcasitas en su texto Eugenesia y aborto en México (1920-1940), Debate Feminista, Año 14. Vol. 27. Abril 2003. Para profundizar sobre el tema del aborto en México, es una fuente indispensable.
2 Hago alusión al título de uno de los textos de Michel Foucault donde desarrolla parte de su propuesta sobre biopolítica y microfísica del poder.