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De reclusiones y libertades
Cultura | El Espejo De Las Ideas | Este País | Eduardo Garza Cuéllar | 01.08.2013 | 0 Comentarios

Como un homenaje mínimo,
agradecido y asombrado
a Nelson Mandela.

“La confesión” de Miguel Ángel y Humberto fue un momento insustituible, tal vez el más significativo, del seminario sobre vitalidad —propuesto por Proyecto Síntesis— que se llevó a cabo el pasado 20 de junio en el Polyforum Siqueiros.

En un acto irrepetible de honestidad y de confianza (no podía ser actuación, aunque algunos se defendieron unos minutos de su contundencia creyendo que lo era) nos regalaron a los más de trescientos cincuenta participantes las lecciones de su reclusión: la manera en que la cárcel transformó su perspectiva del mundo, sus criterios para decidir y vivir, su transvaloración de lo cotidiano, el amor a los suyos, la manera en que la vitalidad puede reactivarse cuando se ha perdido. Incluso las causas que los llevaron a la reclusión y el principio (de responsabilidad, de perdón) que les permitió metabolizar dicha vivencia.

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Como toda experiencia límite, la suya es un espejo. Nos invita a reflexionar sobre ese fracaso del sistema educativo que es la cárcel, a preguntarnos por el significado social y existencial de la prisión, a asumir nuestras propias reclusiones, a pensar en los diversos tipos de encierros que persisten en nuestro tiempo y constituyen un ingrediente insustituible de la condición humana. Nos invita incluso a soñar con la posibilidad de que la reclusión atienda el llamado inscrito en su nombre: el de ser un sistema de readaptación social, una última oportunidad para la educación.

Con la reclusión social contrasta la vocacional: una reclusión deliberada, difícil de creer para quien ha sido llevado al encierro en contra de su voluntad. La reclusión de las universidades (hablamos del claustro de profesores), la de los seminarios, los retiros, los estudios de los escritores y los monasterios opera no solo como defensa contra los embates crecientes (y crecientemente ingeniosos) de una sociedad ruidosa, mediática, impúdica y enajenante, sino también como un camino privilegiado de lucidez, silencio y felicidad del que han dado testimonio tradiciones, comunidades e individuos específicos a lo largo de la historia. Entre tantos posibles, recuerdo a Thomas Merton, quizá por su profundidad y carisma, porque el análisis crítico de su tiempo es difícil de imaginar en un monje, por su profundidad poética y porque el camino espiritual que traza es sencillamente fascinante.
También recuerdo a Saint-Exupéry a quien, si bien inicialmente se le tuvieron que romper las certezas (todo ese universo de control que representa el ser piloto militar) para llegar al desierto, terminó bendiciéndolo:

Y mi desierto —confiesa en Ciudadela—, al mostrarte las reglas del juego, se tornará para ti de una tal atracción y de un poder tal, que yo puedo elegirte superficial, egoísta, limitado y escéptico en los barrios de mi ciudad o en el estancamiento de mi oasis, e imponerte una única travesía del desierto, para hacer emerger de ti al hombre, como una simiente que sale de su vaina, y ampliarte de corazón y de espíritu.

Reclusiones vocacionales como estas —la de Merton, la de Exupéry, la de los cartujos y los lamas— impactan porque sugieren otro tipo de reclusión propia de la condición humana, esa que refleja genialmente The Truman Show, que nos hace pensar que el desarrollo personal puede entenderse como la manera en que vamos rompiendo techos invisibles de pertenencia social y comunitaria para alcanzar niveles de universalidad cada vez mayores, tanto en nuestros criterios morales e intelectuales como en nuestro sentido de pertenencia. En este camino indiscutiblemente liberador que es el del desarrollo personal, el apego a los beneficios secundarios de cada estadio constituye una tentación y un freno potencial del desarrollo.

Así, a la reclusión social y la vocacional, improbables, se suma la existencial, necesaria, cuyo reto es reconocer fronteras, renunciar a apegos y beneficios secundarios para acudir al llamado de libertad que la vida hace a cada momento y parece ser una vocación fundamental e irrenunciable de nuestra humanidad.1

Tal vez sea esta condición humana la que nos hermana en la admiración y en la simpatía con los héroes morales que han pisado la cárcel normalmente por haber desafiado un sistema jurídico para transformarlo, hombre heroicos como Teseo que, perdiendo, ganaron.

Referentes como Mandela, Goya, Cervantes, Gandhi, Luther King, Sócrates, Jesús, Frankl, Havel y nuestro Heberto Castillo nos invitan a buscar en un no lugar (en la marginalidad, en la periferia, en los polos de la condición humana) respuestas a nuestras preguntas fundamentales y, también, compañeros de viaje y de trabajo.
Entre ellos se situaron ese día Miguel Ángel y Humberto. Y también Juan José Pedraza, el entonces director del Sistema Penitenciario del estado de Querétaro, que creyó en los internos antes que ellos mismos y pudo reconocer en muchos la dignidad que todavía no habían descubierto.  ~

___________________________________________
1    Aquí viene a bien recordar que más allá de toda consideración ética y jurídica, la reclusión se nos muestra socialmente como una cama de Procusto que castiga a quienes, por exceso o por defecto, desafían la medianía social. Apostado en un cruce estratégico de caminos en el Ática —camino de Atenas—, este personaje de la mitología griega, en apariencia generoso posadero, utiliza una cama como patrón para medir a cada transeúnte. Estira a algunos y corta a otros hasta que cumplan con dicho criterio. Termina cambiando permanentemente su racero para torturar a todos. Finamente el héroe Teseo, en su último viaje a Atenas, invirtió el juego retando a Procusto a comprobar si su propio cuerpo encajaba con el tamaño de la cama, y acaba con él.

——————————
EDUARDO GARZA CUÉLLAR es licenciado en Comunicación y maestro en Desarrollo Humano por la Universidad Iberoamericana, y posgraduado en Filosofía por la Universidad de Valencia. Ha escrito los libros Comunicación en los valores y Serpientes y escaleras, entre otros. Se desempeña como director general y consultor del despacho Síntesis.

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