Alberto Sánchez Mascuñán,
Cuentos desde la cárcel,
Juan Pablos Editor, 2013.
Cuentos desde la cárcel es una publicación sui generis, extraña y fascinante desde su origen. El libro está revestido de muchas connotaciones singulares, todas ellas de relevante importancia. Empezaré por la primera, la más obvia, la anécdota vital que da origen a estos textos: un hombre, combatiente republicano en la Guerra Civil española, se exilia en México, donde conoce a la que sería su mujer y con la cual concibe una hija. Su militancia lo hace volver a España a la lucha clandestina. Es detenido y condenado a muerte. Su esposa, desde México, mueve cielo y tierra y consigue que le conmuten la pena por cadena perpetua. Desde la cárcel esa persona escribe e ilustra, en compañía de otros presos, cuentos infantiles para su hija en México, quien los recibe pensando que su padre está en España trabajando. Como verán, sintetizo apretadamente —y de la manera más fría posible— parte de una historia de alto contenido dramático.
No nos costaría nada invertir, como invierte la figura el espejo, los papeles y pensar que estamos ante unas nuevas Mil y una noches que la historia escribe, en donde no es Scherezada quien cuenta cuentos al visir para salvar su vida, sino el visir quien los cuenta a su hija para también salvar su vida y, en parte, la de ella. Pero Scherezada y el visir en sus respectivas fabulaciones no solo se salvan ellos, también nos salvan a nosotros. Así la derrotada República española se dedicó, por boca de muchos exiliados, a contar su historia para salvarse ella y salvarnos a nosotros.
Si he iniciado esta presentación tan deliberadamente lejos de lo personal y casi con una perspectiva puramente simbólica es porque quiero valorar en primera instancia el significado de esta publicación. Un hombre valiente —y podemos suponer que curtido y fuerte, tanto que resistió diecisiete años la cárcel franquista, de la cual pudo salir por su comportamiento ejemplar y aprovechando una amnistía— se pone a escribir cuentos para su hija, y convoca y convence a otros presos a colaborar en su labor. La imaginación no habría sabido encontrar una mejor manera de encarnar la realidad de lo que la República española hizo en el exilio. La bibliografía del exilio español es inmensa. Pero es importante también decir que eso, contar historias para salvarnos todos, no lo empezó a hacer con la derrota, lo hacía ya desde varios años antes, con la política de la República, con su impulso a la cultura a través de editoriales y grupos de música y teatro —baste recordar La Barraca o a los poetas leyendo sus textos en el frente de batalla (¡qué lejos, pues, de la torre de marfil!). La República fue una apuesta por la cultura y la educación, solo comparable a pocos momentos de la historia de la humanidad. Duró únicamente seis años, nueve si consideramos la guerra.
En ese contexto muchos españoles aprendieron pronto y con entusiasmo el oficio de editores, y el terreno sembrado vino a florecer precisamente en México. En cierta forma esos ejemplares únicos que el señor Sánchez enviaba a su hija son la labor más pura del oficio editorial, pues de la misma manera que los primeros libros de la historia, fueron ejemplares únicos para un lector que hoy somos todos. Imaginen esa prisión con sus tintes más lúgubres convirtiéndose de pronto en un luminoso lugar para crear cuentos infantiles. Eso quiso hacer la República española, convertir un país de oscuridad en uno de luz, y no la dejaron. Lo pudo hacer, al menos parcialmente, en México.
Es en esa dirección que la cultura es una herencia: se transmite una idea del mundo que celebra el mundo mismo en su condición más plena, la de la libertad. Instalados en ella nos parece inconcebible que haya quien no la vea y celebre sus virtudes. Pero en 1939 media España no la vio y en realidad no la veía la mitad de Occidente. Así, estos cuentos hacen reflexionar sobre nuestra condición de seres humanos. Frente a la barbarie estos relatos infantiles humanizan, y de ese proceso de humanización disfrutan ambos bandos. En los Cuentos desde la cárcel no hay ya Guerra Civil, en esas páginas la República ha vencido para siempre a los golpistas.
Una de las cosas que sorprende al mirar el periodo de la segunda República española y la Guerra Civil es la apuesta que se hizo por la educación y la cultura. Sobre todo cuando miramos desde un momento en que el libro, la cultura y la educación sufren un desgaste enorme, que raya en el desprecio, aunque aparezcan siempre esas palabras en la retórica de los discursos políticos. Ese entusiasmo mantuvo durante mucho tiempo —incluso, en cierta manera, lo mantiene hoy— un impulso admirable. No voy a recordar aquí la historia floreciente de los proyectos editoriales que surgieron del exilio en los años cuarenta y cincuenta. Los historiadores suelen fechar el inicio de los proyectos en momentos y datos concretos y relacionarlos con hechos verificables. Un ejemplo es la historia de la editorial Séneca. Pero hasta qué punto al ignorar el hecho subjetivo, emocional, no se pierde la capacidad de comprender a cabalidad dichos gestos y hechos.
Digo esto porque la historia de este libro es una historia de cuento. Los presos entusiasmados por una actividad que pertenece, para utilizar un término extremo, no a una microhistoria sino a una nanohistoria. Para llegar al punto voy a dar un rodeo: por estas mismas fechas he estado leyendo el primer tomo de las memorias de Federico Álvarez —otro refugiado español (primero en Cuba, luego en México) vinculado con la cultura y el libro— Una vida. En ciertos pasajes se habla de los militantes que regresaban a España a combatir en la clandestinidad. Hay en los recuerdos de Álvarez la sensación de un gesto heroico pero inútil, aunque el entusiasmo impedía verlo con claridad. Visto retrospectivamente es demasiado fácil verlo como el diezmo sangriento que la condición simbólica de la lucha exige. No, el regreso a España de Alberto Sánchez Mascuñán tenía sentido y, por lo tanto, tenía futuro y, aunque el futuro no fue la caída de Franco y la restauración del régimen republicano en España, su futuro fueron estos Cuentos desde la cárcel.
Se daba cuenta Blanca Sánchez, la destinataria de esos cuentos, cuando ya adulta inició la aventura de Juan Pablos, del nexo que había entre la labor profesional de su padre en México, la “edición” de estos cuentos en ejemplares únicos y la apuesta cultural de la República que encontraba un espejo fértil en los años posteriores al cardenismo del que también se conservó una inercia similar. La historia, con y sin mayúscula, ejerce a veces una conciencia más allá de lo humano y lo individual. No siempre sabemos cómo llamarla: a veces inconsciente colectivo, a veces mito, a veces símbolo.
Desde luego que la edición que el lector tiene en sus manos de Cuentos desde la cárcel tiene un carácter simbólico, en el que padre, hija y nieta —Andrea Álvarez— están involucradas, y en cuya transmisión sentimental el símbolo cumple su principal función. ¿Eran ya simbólicos los cuentos cuando Alberto Sánchez Mascuñán y los presos de Burgos les daban existencia? En un sentido sí, ese que en su texto Tomás Segovia precisa como un chantaje —agregando que hay de chantajes a chantajes. Todo asunto simbólico es emotivo. Pero en otro sentido no lo eran. Se hacían —creo que es una palabra que describe mejor su proceso que escribían— con un fin práctico: la comunicación por encima de distancias y dramas de un padre con su hija. Cuando Enriqueta Tuñón dice que esta es una historia que da gusto contar, señala que se trata de una historia de amor cumplido entre el padre y la hija, entre la vida y el dolor y la desgracia que la acompañan.
Es frecuente que esa condición de historia cumplida haga que las narraciones felices pocas veces sean literatura. Lo deberían ser con más frecuencia, y en realidad es que lo son en otra dimensión. Por eso los cuentos son desde la cárcel, desde el lugar en que se escriben, pero no cuentos carcelarios. ¿Conoció Alberto Sánchez la leyenda de la mulata de Córdova? Ella, la mulata, dibuja sobre el muro un barco, se sube a él y escapa. ¿No es eso lo que sucede con estos cuentos? Son el barco en que escapa a buscar a su hija, a su familia. Son ante todo un signo vital, y de una vitalidad que se apoya y se forma en esa apuesta de la que hablé al principio a propósito de la segunda República española.
Cuando Blanca y Andrea, y Juan Pablos Editor, deciden publicar estos cuentos lo hacen con plena claridad sobre el sentido de ese hecho: compartir con los lectores esa historia cumplida, que da gusto contar. Y al hacer a todos los destinatarios de estos cuentos, nos recuerdan en cierta forma la condición de hijos del exilio que tiene el hombre en su carácter mítico. Los presentan en un cofre del tesoro, en una caja de Pandora que, al abrirse, no libera demonios sino ángeles. Ella, Blanca Sánchez, la hija de Alberto, tardó cincuenta años en publicarlos. Yo pienso que por miedo, por el dolor que había en ellos contenido, condensado, acumulado, y que la sugerencia de editarlos de Andrea —la nieta de Alberto, cineasta— sirvió como detonante para la publicación que hoy presentamos, fue la válvula que permitió liberarse del miedo.
Decir que una editora —a quien debemos la publicación de las obras completas de Trotsky, la poesía de Cavafis o Nuestra Señora de las Flores, de Jean Genet— se preparó cuarenta años en ese oficio para hacer este libro no es exagerar del todo. El objeto —y la palabra viene muy a cuento— es una lección de inteligencia de impresor: sin lujos innecesarios, bien pensado. Es, por lo tanto, un objeto simbólico que contiene —no en el sentido de que impida salir sino en el de darle forma— toda una lección editorial que, como suele suceder con las buenas lecciones, lo es también de vida.
Al empezar a redactar las notas para esta presentación había escogido un camino distinto. Traté de tomar el libro como un libro cualquiera. Abordarlo como crítico literario y señalar las bondades —que las tiene— de estos Cuentos desde la cárcel. Si bien ya tenía más de tres cuartillas, alcancé a darme cuenta de que era una impertinencia y algo fuera de lugar. Primero tenía que plantear su valor como objeto mágico —lo son— y solo después, tal vez mucho después, su valor literario. Una de las enseñanzas que deja una publicación como esta es que no hay libro cualquiera, que cada uno tiene su identidad particular. Algunos, como Cuentos desde la cárcel, de manera muy pronunciada. Ese regreso de Sánchez Mascuñán a España y luego —un segundo regreso— a México, es como un “decíamos ayer”. Y, al leerlos, lo decimos hoy. ~
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JOSÉ MARÍA ESPINASA (Ciudad de México, 1957) es escritor y editor. Ha publicado los libros de poemas El gesto disperso, Cuerpos, Piélago y Al sesgo de su vuelo; los de ensayo Hacia el otro, El tiempo escrito, Cartografías y Actualidad de Contemporáneos. Su más reciente libro es El bailarín de tap. Retrato de Truman Capote con Melville al fondo (Ediciones Sin Nombre, 2011).
Buen día. Esta crítica de los “Cuentos desde la cárcel” se me hace muy acertada por parte del José María Espinasa. Yo me encontré con un ejemplar de estos más o menos en abril de este año y resultó realmente conmovedor pasar una tras otras las páginas. Ahora me gustaría poder adquirir un ejemplar para mi colección personal que añoro enormemente. ¿Alguna sugerencia de dónde lo puedo adquirir? Gracias.