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El mesías de la clepsidra
Blog | El Domador De Polillas | Rocío Franco López | 10.05.2013 | 0 Comentarios

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Schulz, Bruno, Las tiendas de color canela, J.
Ernesto Ayala-Dip (pról.), Salvador Puig (trad.),
España: Debate, Col. Últimos Clásicos, 1991, pp. 180.

Bruno-Schulz

Bruno Schulz a la entrada de su casa en Drohobycz.

 

Gracias a Lorena Romero, por los descubrimientos.

 

El 19 de noviembre de 1942, cerca de las once de la mañana, un judío de 50 años camina por una calle de un alejado pueblo al extremo este de Polonia, Drohobycz. Piensa en su escapatoria; gracias a la Judenräte (consejos judíos que gobernaban los ghettos delimitados por los nazis) ha logrado sobrevivir catalogando libros de bibliotecas polacas confiscadas por los soviéticos y decorando las paredes de la habitación del hijo de un SS, Felics Landau. Sus pasos guardan la esperanza de poder escapar ese mismo día de la ocupación nazi, que lo tiene enfermo y deprimido. Recién ha ido por su escasa ración de alimentos. Otro agente de la Gestapo, Karl Günter lo detiene ahí mismo, sin mediar palabra le asesta un tiro en la nuca. Más tarde, Günter encuentra a Landau y le dice de frente: “¡Mataste a mi judío, yo te maté al tuyo!” Landau le responde: “Maldito, ahora, ¿quién terminará las pinturas?” A lo que Günter replica: “¿Y yo, dónde dormiré? ¿Quién tenderá mi cama?”

De esta forma tan asquerosamente atroz concluía uno de los tres capítulos más importantes de la literatura polaca del siglo XX: el cuerpo de Bruno Schulz quedaba sin vida abandonado en mitad de una pequeña callejuela.

Bruno Schulz fue profesor, dibujante, crítico literario, y junto con Witold Gombrowicz y Stanilaw Witkiewicz conforma el triunvirato de las grandes figuras de la literatura polaca.

Sus obras, gráficas y literarias, permanecieron olvidadas durante mucho tiempo. Fue un ensayo de Artur Sandauer, La realidad degradada (Tratado sobre la prosa de Bruno Schulz), el que naufragó a través de la clepsidra llamando la atención sobre la deliciosa prosa de Schulz. Más tarde fue Jerzy Ficowski quien daría su vida entera por seguir, investigar, encontrar y organizar la obra perdida de este demiurgo. El mismo Ficowski incluso ha excavado en los patios de conocidos amigos del escritor para encontrar su tan añorada y legendaria novela nunca encontrada, El Mesías, además de sus cartas, dibujos y grabados.

Los descubrimientos de su obra gráfica han llevado a 300 obras, que se hospedan ahora en el Museo de Literatura Adam Mickiewicz, de Varsovia, de entre las que destaca El libro del idólatra, unos grabados fetichistas, entre surrealistas y expresionistas, en los que se representa a diversas mujeres en actitud de dominadoras que someten a los hombres, mientras éstos, adoradores, idólatras, se dejan pisotear y besan con deleite los pies y zapatos de las féminas.

 

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Su obra literaria fue un tanto más escasa, sólo se conocen Las tiendas de color canela (o Las tiendas de canela fina), El sanatorio bajo la clepsidra, La primavera, Madurar hacia la infancia y diversos ensayos críticos; casi todo publicado, compilado y cariñosamente cuidado por Maldoror Ediciones.

 

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Las tiendas de color canela es una compilación de misteriosos cuentos, o tal vez sea una novela desfigurada, sin cronología ni sucesión determinadas en la que de forma similar a Kafka (con quien de hecho se le ha comparado, a quien admiraba fervorosamente y de quien tradujo El proceso al lado de la única novia que se le conoció, Józefina Szelińska), los hechos giran en torno a su padre. Sin embargo, Schulz no hace reclamos al patriarca. Jamás reclama haber vivido en aquel pueblo del que casi nunca salió, no reclama por haber vivido enredado entre las telas de la tienda familiar, entre las obsesiones y manías del anciano que poco a poco se fue deteriorando hasta convertirse en una extraña especie de cóndor o sacerdote, enamorado, extasiado por las maneras jocundas y vulgares de Adela, la criada. Antes bien, Schulz lo mira azorado, con esa mohosa pátina que recubre los recuerdos infantiles.

Bruno niño conservó el asombro de la mirada infantil para engrandecerlo, desbastarlo y pulirlo, para construir una obra de sensualidad y colorido apenas sospechados en un judío. La prosa no es sencilla, es en extremo detallada y compleja de tantas emociones y sensaciones como se descubren en ella, y repleta de referencias judías y cabalísticas. He de confesar que antes de leerlo de una buena vez, me tomó al menos unos seis intentos abrir y reabrir este especiero, para al fin, dejar abiertos, más que los ojos, la totalidad de los sentidos y perderme en esa pequeña aldea polaca cercana a los Cárpatos, en donde las frutas y los hombres se descomponen y mosquean acidificando las llamaradas del atardecer, en la que caben todos los calores del verano, todos los sopores de las tardes amodorradas, todos los ocres, agrios y sonoros de las doradas peras de la infancia.

Los mejores escritores se predestinan a sí mismos, tal vez Bruno Schulz labró por su propia mano el sino de su obra extraviada, destruida y vejada una y otra vez; quizá como el deleznable material de la clepsidra, nos obligue a seguir rebuscando a través del tiempo El Mesías.

 

* * * * * *

 

La noche de julio

BrunoSchulzTiendasCanela

[…]

¡Nadie ha trazado aún el mapa topográfico de la noche de julio! En la geografía de nuestro cosmos interno esas páginas siguen vírgenes. ¡La noche de julio! ¿Cómo describirla? ¿Con qué compararla? ¿Con el corazón de una maravillosa rosa negra que nos reviste con el numeroso sueño de sus miles de pétalos de pana, con la brisa nocturna deshojando hasta lo más recóndito esa dulce felpa, mientras desde el abismo de olor asciende hasta nosotros la mirada de los astros? […] Atravesar la noche estival es molestar a los adormecidos pasajeros y abrirse un penoso camino de un vagón a otro, a través de todo un dédalo de estrechos pasillos, de compartimentos mal ventilados y de corrientes de aire que se entrecruzan.

[…]

A través de la ranura de la puerta que daba a la habitación contigua brillaba un hilo de luz, débil cuerdecilla de oro, resonante y frágil como el sueño del recién nacido que lloraba allí dentro de su cuna. Se oía todo un gorjeo de caricias, los ruidos de idilio entre la nodriza y el bebé, ecos de esa primera relación amorosa, bordada por mimosos enojos y un dulce sufrimiento, amenazando por todas partes los demonios de la noche que, atraídos por la vacilante tibieza de esa chispa de vida, hacían aún más espesas las tinieblas detrás de la ventana.

Del otro lado se encontraba, en primer lugar, una gran habitación vacía y sin luz; luego, la habitación de mis padres. Si aguzaba el oído podía escuchar a mi padre colgado golosamente de los pechos del sueño, en éxtasis, explorando las pistas aéreas, entregado con todo su ser a ese crucero sin límites. El lejano canto de su ronquido decía muchas cosas, narraba la larga gesta de su cabalgada a través de las desconocidas estepas del sueño.

[…]

Este es el momento durante el cual la cabeza más lúcida, la más insomne, se adormece por un momento y se desliza en el sueño, la hora durante la cual, muy tristes y desgarrados los enfermos disfrutan finalmente de un momento de reposo. ¿Quién conoce la auténtica duración de esa pausa durante la cual la sombra acaba de correr una cortina sobre todo lo que aún se está tramando en sus profundidades? Pero este breve entreacto le basta para cambiar totalmente el decorado, destruir el múltiple dispositivo del escenario y liquidar la grandiosa empresa de la noche con todos los fantasmas de su oscura pompa. Os despertaréis sobresaltados con el sentimiento de llegar con retraso y, de hecho, percibiréis en el horizonte, al mismo tiempo, el claro surco del alba y la negra masa de tierra que se consolida.

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