La ausencia del autor de Plaza Pública ha dejado un hueco en el periodismo como contrapeso del poder. Representante de toda una época, quizá su legado más importante sea el de su compromiso con la imparcialidad de los medios de comunicación como la piedra angular de la construcción de una ciudadanía real e informada en la persecución del ideal democrático.
A la menor provocación, Miguel Ángel Granados Chapa solía parafrasear a Borges y decir: “Ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal”, porque el único ente de sus constancias fue su terruño, Hidalgo. Divertido por esta desmesura, su hijo Tomás Gerardo revelaba un día: “Mi padre consideraba a Pachuca la ciudad más bella del mundo”. Lo que nos hace distinguir que no todos los pensamientos del columnista de Plaza Pública se dirigían al trabajo cotidiano de examinar los acontecimientos del país. Es imposible dejar de tener presente su debilidad al recordar el segundo aniversario de su “desleal” partida y perderse la aventura de lo que ocurre en México en nuestros días.
Ejemplo importante como analista habilidoso y astuto, no era un hombre fácil (faltaba más) y el único poder que ejerció fue el de la memoria, además de que entendió siempre principios e ideas de su quehacer en el marco de la Constitución Política que nos rige. De firmes convicciones sociales y concientización política en el periodismo, vivió persuadido de que con su escritura ayudaba a defender a su prójimo de los excesos gubernamentales y denunciaba los malos Gobiernos: los casos de otomíes, campesinos o mineros despojados y muertos; el caciquismo, los cadáveres de Tula, líderes agrarios sacrificados, desaparecidos políticos, arbitrariedades, imposiciones.
En este panorama, inicialmente se opone al régimen de Salinas, después aceptaría el diálogo sin conceder. Denuncia a Fox por su impericia e inconsciencia; a Calderón por su militarización y considera con valor que deben detenerlo. Sin olvidar lo que vio en la peculiar búsqueda del fortalecimiento de la oposición en los tiempos de López Portillo, De la Madrid, Zedillo, Díaz Ordaz y Echeverría.
En su larga trayectoria tuvo una revista que llamó Mira, un lance donde plasmó sus inquietudes. Solo a través de la escritura, Granados Chapa hablaba de lo que le mortificaba. Durante años acostumbró a sus lectores a buscarlo también en su programa de Radio UNAM para examinar en sus distintas Plazas los hechos de la calle. No hacía diferencias entre lo que escribía y lo que escuchaba. En todas las cuestiones que más vivamente suscitaran discusiones, ahí aparecía Miguel Ángel. Consciente de lo que estaba pasando, su lucha fue muy importante desde esa tribuna porque daba voz sin distingo de raza y posición: lo mismo revisaba temas de energía, salud, ecología, derechos humanos, cultura, arte, que el de su pasión: las cuestiones electorales (la reforma política, en sus sucesivas modificaciones, caló muy hondo en su talante porque entendía las insuficiencias reales de la democracia en México, “es un proceso, no un acto”, afirmaba).
Admirador de grandes como Benito Juárez, Belisario Domínguez y Francisco Zarco, en la necesidad de libertad, insistía en la enseñanza como un catalizador para ordenar la vida de la cada vez más creciente población mexicana. Y no faltaba el humor en su tarea, las frases surgían a la velocidad del pensamiento: jugaba con el lenguaje. Con un profundo culto por la lengua castellana, gustaba del refranero, tanto como de Pachuca decía “mi amor, a veces amargo, como suele suceder por el lugar donde nacieron mis amores”. Susceptible a los paisajes de su infancia, “provinciano que es uno, para bien y para mal”, explicaba, se olvidó de aquella semilla que se lleva el viento y echa raíces en otra tierra. Tal es su destino, un proyecto de planta que crece en otro sitio. En su caso, fue la aventura migratoria de un afanoso y brillante periodista, que para algunos fue deleznable, superfluo, mundano, exquisito; para otros, un hombre solidario, generoso, lleno de nobleza, ternura, amigo de sus amigos. El 25 de octubre de 1998 se convirtió en candidato al Gobierno de Hidalgo, un episodio que terminó mal, lastre de una rareza que tuvo que sufrir hasta su última hora.
Hoy el país es un escenario más complicado, una nación cautiva de intereses mezquinos, ¿y quién protesta?, preguntamos. Mutismo. Quizá por eso es injusto el silencio de los muertos. Por su indiferencia a todo lo que queda o subsiste. El 16 de octubre de 2011, la muerte lo libró de una cruel enfermedad. Granados Chapa fue —parafraseando a Paul Auster—, nunca volverá a ser.
Fotografía tomada de http://www.flickr.com/photos/eneas/
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YOLANDA RINALDI RIVERA ha colaborado en el suplemento literario Laberinto de Milenio Diario y en La Jornada Semanal.