Avelina Lesper es, en cuanto arquetipo, un personaje de enorme interés para la actualidad de las artes plásticas en México. Enemiga frontal de la hegemonía conceptualista, despotrica sin misericordia en contra de una estructuración en el medio de la plástica cada vez más clasista tanto en sus operaciones comerciales como retóricas y argumentativas; acusando de lo que es, a su parecer, una suerte de cláusula fatal y mortuoria para la producción, digamos, “sana”, “accesible” y “rescatable” de nuestro país.
Lesper piensa, cuando piensa en el rescate, en pintores de caballete vivos y aplastados por las placas generacionales como Arturo Rivera, Lucía Maya y Beatriz Zamora, por mencionar algunos. En casi todos los casos, firmas que pueden gustar al que en algún momento estuvo en el medio del arte y, de pronto, se vio relegado en los años recientes o quien piensa, como Lesper, que el arte contemporáneo no quiere ya decir nada, que no habla a nadie, que es un infortunio y una estafa en la que caen solo algunos cuantos.
No ha sido escasa la aparición de personajes equivalentes en el mundo de las artes. Lo que es más, si algo ha marcado a la Modernidad—y es debatible si esta ha terminado como época histórica— es la tensión constante entre sus avances y el escándalo de sus detractores, como si ambos fueran los primeros guardias de la puerta hacia la verdadera trascendencia creativa. En este sentido, la figura de Lesper, enemiga de todo aquello que no emane olores óleos y clavos en la pared, no resulta determinante ni digna oponente de cualquier discusión. La suya, sí, es una visión profundamente arcaica e inflexible en muchos puntos, peligrando en los mismos desplantes autoritarios de los que acusa a las últimas décadas de creación plástica mexicana.
Pero Avelina (o “Abuelina”, como se le tilda infantilmente) tiene poder y da razones de un vacío clarísimo y, ese sí, criminal en el quehacer artístico de nuestro país: el abandono, como si hablásemos del campo, de su ejercicio en la pintura.
No hablaré aquí de nuestra enorme y profunda tradición pictórica porque el pasado, pareciera, saca ronchas a esos cuerpos curatoriales que, hay que ser realistas también, acercaron un poco a México al mundo cosmopolita del arte.
Incluso, iré con ellos de la mano; la realidad de un espejo globalizado y constante nos ofrece explorar con herramientas y materias que van mucho más allá de nuestras fronteras culturales e históricas. Justifiquemos eso.
Entonces, y cometiendo lo que es quizá una terrible irresponsabilidad antropológica, ¿por qué es que se ha abandonado a la pintura? ¿Por qué se le espanta como se espanta a una infección como si fuera una suerte de mancha de nacimiento que nos hace menos ante el espectáculo que es “el Mundo”? ¿No que jugábamos a la posmodernidad, al cosmopolitismo, a la conexión directa con las bogas mundiales?
Lesper no tiene razón esencialmente, ni la tendrá nunca, pero señala por accidente a esa triste carencia de nuestra dinámica artística: si no es Arturo Rivera, ¿quién? Si la aparente lucidez retórica de nuestro mundo museístico aflora ya con Estados Unidos y Europa, si no necesitamos una bienal por nuestra extraordinaria producción anual, si somos lo nuevo y nuestros doctorados afinan lo mejor de nuestras palabrerías curatoriales… ¿por qué escondemos a la pintura?
Porque allá afuera, en el mundo, se sigue pintando. Lo que es más, pensar en la nueva pintura o como se está pensando en la nueva pintura, quizá sea la brazada primera del arte, la que ha guiado todo hacia una dirección. Y no es que se piense en la pintura como concepto, como muchos han atinado bien a hacer; insisto, aquí no hay problema alguno con toda creación ajena al ojo y al caballete— hablamos del problema fundamental del creador desde hace tiempo: cómo resolver un lienzo en blanco.
Avelina Lesper tiene “razón” porque no hay argumentos para callarla. No hay un solo artista, un solo curador, un solo museo que esté apostando claramente por la pintura. Por una pintura contemporánea de verdad. Por una pintura que pueda jugar dentro de las dinámicas globales.
Existen ilustradores, buenos y malos dibujantes, que han venido a suplir el trabajo del pintor como si éste hiciera trabajo gráfico. No es el caso, esos mundos, respetables como todos, no presentan las mismas problemáticas que La Pintura con sus preguntas envolventes y en constante evolución, con una historia rica como no hay otra en las artes, con su lenguaje y posibilidad.
Hemos perdido muchos años de fogueo, de entendimiento, de realmente cultivar a nuevos pintores dignos de la representación mundial, si eso es lo que se quiere; que marchen, al menos, a la par con sus colegas. Se ha entendido, de forma absurda y equívoca que la pregunta antes referida— la de caballete y óleo— no puede convivir con nuevos formatos, nuevas realidades y nuevos mercados. Esto no es así; lo que es más, los distintos ámbitos de la plástica pueden aprender de sí mismos para ofrecer más y mejores preguntas.
Avelina Lesper tendrá razón durante unos años más. Ojalá hagamos los esfuerzos suficientes como para finiquitar cada uno de sus argumentos.