El 12 de octubre y las reacciones que provoca su conmemoración puede resumirse en el tratamiento que reciben ese día las estatuas de Cuauhtémoc y Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma: contraste. La estatua del primero recibe arreglos florales y la del segundo ha sido agredida, grafiteada y apedreada. Cada 12 de octubre se monta un operativo para resguardar el monumento de un personaje que en 1492 arribó a una isla de lo que después se conocería como América. En 1992, durante la planeación de las actividades para conmemorar los quinientos años del desembarco de Colón surgió un intercambio interesante entre distintas voces cuestionando si había algo que celebrar o conmemorar y qué debería ser ese algo. El rechazo al aparentemente bien intencionado lema “Encuentro de dos mundos” llevó a discutir a detalle si aquello que había sucedido hace cinco siglos era efectivamente un encuentro.
El 12 de octubre y las reacciones que provoca puede resumirse en la incomodidad que produce cualquier nombre que quiera asignársele. Pareciera que al 12 de octubre no le ajusta ninguna etiqueta y se crean siempre nuevas para tratar de capturar lo que cada uno cree que es su verdadero sentido: Día de la raza (desde un vasconcelísimo punto de vista) pero ahora también Día de la reconstitución de los pueblos indígenas en México; en España se llama, elocuentemente, el Día de la Hispanidad; en las Bahamas, lugar del primer avistamiento de las tierras americanas, es el Día del Descubrimiento (y no faltará quien diga que fue todo menos eso); en Belice es el Día Panamericano; en Nicaragua ahora es el Día de la Resistencia Indígena y en Bolivia toma el nombre de Día de la Descolonización que es evidentemente más corto pero no menos vago que el anterior Día de la Liberación, la Identidad y la Interculturalidad. Tal vez, solo tal vez, podemos decir que el nombre más ascéptico es el que recibe en Estados Unidos: Día de Colón.
De lo que sucedió después del 12 de octubre de 1492 sabemos muchas cosas aunque nunca terminaremos de explicárnoslas. Lo que es verdad es que ante ese hecho, como sea que lo nombremos, comenzó el contacto entre muchas lenguas distintas entre sí, las palabras como “huracán”, “chocolate” o “aguacate” son ejemplos socorridos que evidencian que ante nuevas realidades el invetario léxico de cualquier lengua nunca alcanza. Si revisamos los Diarios de Colón, las Cartas de Relación de Cortés o la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo, veremos un castellano obligado siempre a nuevas búsquedas expresivas ante realidades completamente nuevas que inevitablemente resultan poéticas. Los verdes que de tan verdes apenas puede nombrar Bernal o las involuntariamente poéticas descripciones de Colón pueblan sus universos lingüísticos. Del lado de las lenguas propias del continente americano, las consecuencias en la innovación expresiva fueron impresionantes y tal vez aún no completamente dimensionadas. Pareciera que esa incapacidad actual de nombrar de un sólo modo a ese 12 de octubre es la reminisencia de esa incapacidad inicial de nombrar lo que se erigía ante los sentidos de los protagonistas de esos días. Una necesidad de nombrar realidades nuevas surgió ese 12 de octubre y, casi como castigo, a esta fecha se le niega la estabilidad de un solo nombre propio: el 12 de octubre está condenado siempre a la inefabilidad.