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La cultura: un territorio desconocido
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La cultura un territorio desconocido
Sergio Gómez Montero
…y no acierto a comprender
cómo olvidaron tan pronto
el vaho del infierno.
“Halt”, L.R. Nogueras
La lectura del libro 1988-2012 Cultura y transición (Universidad Autónoma de Nuevo León / Instituto de Cultura de Morelos, 2012) en el que, coordinados por Eduardo Cruz Vázquez y Carlos A. Lara González, diversos autores (Xavier Rodríguez Ledesma, Andrés Ordorica Espinosa, César Villanueva, Luz Jaimes, Karla Quiroz Díaz y Judith Amador Tello, aparte de los mismos coordinadores) abordan el análisis de los últimos 25 años de cultura en el país desde diversos ángulos, nos lleva a reflexionar, de entrada, sobre lo poco que conocemos (aun los mismos especialistas) sobre la materia, específicamente para el caso de México. Nuestra (la de todos) mirada sobre la cultura del país tiende a ser necesariamente incompleta y parcial, y de allí entonces que los juicios que se emiten sobre la materia pequen casi siempre de irrelevancia o parcialidad.
Este libro —que surge como resultado del trabajo desempeñado por el Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura que desde el 2009 funciona en la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco y que impulsan, entre otros, los coordinadores del volumen— se mueve en el campo, específicamente, del complejo andamiaje de la economía cultural y su relación con las políticas públicas y nos hace ver que, al momento en que se dejó atrás —hace 25 años— la tendencia de que la cultura fuera un campo de acción centralizado por el Estado, se desplegaron una serie de actividades que fragmentaron al sector volviéndolo diverso pero al mismo tiempo amorfo. Aunque siempre, hasta hoy, dominado aún por el Estado y, por diversas razones, rozando cada vez más los territorios de la industria del espectáculo.
Es decir, en el caso de México, el paso del Estado centralizador de la cultura al surgimiento de la industria cultural y la reproductibilidad técnica del arte (Benjamin, Adorno y Horkheimer) es una etapa confusa, por lo que entender a la cultura hermanada a la industria del espectáculo no es tarea fácil ya que ello ha causado más de una conmoción social, entendido lo anterior una vez que este libro es abordado.
Como sea, estos últimos 25 años de cultura no han escapado a la historia y en ellos se han expresado fuerzas diversas que contradictoriamente allí se han manifestado. Es así que, sin duda, la fuerza primordial de este campo, al igual que hace muchos años, para bien y para mal del sector, siguen siendo los intelectuales en su calidad de activadores relevantes del campo. Sin ellos, la cultura en México, desde la época de la posrevolución, pareciera no entenderse. Tampoco, desde luego, la que se concreta en la época actual, aunque, como escribe Xavier Rodríguez Ledesma en este libro: “Estoy convencido que el espíritu crítico de multitud de intelectuales parece hallarse bastante cómodo bajo las nuevas condiciones”.
¿Por qué esa persistencia de los intelectuales como ejes del sector? ¿No habrá llegado el tiempo ya de que nuevos administradores culturales (directamente involucrados con la economía cultural, por ejemplo) asuman esa responsabilidad? ¿Qué tanto, de concretarse lo anterior, se beneficiaría la cultura? ¿O acaso deberá persistir la hegemonía de los intelectuales venidos a administradores?
Como sea, en esta nueva etapa del sector se modifican también las relaciones entre el Estado y la cultura (leer el ensayo de Andrés Ordorica) pues, si bien en la etapa anterior la centralización del Estado era apabullante, en esta el Estado contamina a la cultura de política y así se convierte en un campo más de disputa partidaria (es sublime, realmente, la confesión al respecto por parte de Sergio Vela), que llega a su extremo cuando la cultura, hoy en día, se convierte en botín no solo del Ejecutivo, sino que ahora se disputa también en el ámbito del Poder Legislativo, que durante estos 25 años no ha podido darle a la cultura un estatus legal en su calidad de actividad de Estado, pero que otorga beneficios económicos sin orden ni concierto. De la misma manera en que tampoco las relaciones entre instituciones de cultura y sindicatos (“[…] hijos de un matrimonio mal avenido”, como los califica Judith Amador) se han terminado de definir, afectando así el funcionamiento institucional de la cultura.
¿Y qué decir de los altibajos en el perfil de los responsables del sector? Ha habido de todo: desde hombres y mujeres sólidamente preparados para el cargo, hasta verdaderos personajes que surgen de bodas entre amigos (que lo diga, si no, Sari Bermúdez); o de amigos lambiscones y bomberos emergentes que llegan a los puestos máximos (directores de Conaculta) solo porque no quedaba otra opción para terminar el elefante blanco del sexenio. Eso explica, entre otras cosas, el caótico accionar de la cultura en un campo estratégico: el diplomático, que debiera ser un área sensible y que, como toda la diplomacia en los últimos 25 años (con excepción de los dos años de Jorge G. Castañeda), se hundió de una manera estrepitosa.
La cereza en el pastel es el ensayo de Eduardo Cruz Vázquez, “Economía cultural y sector cultural: lo que pasó”, que, si bien no es un diagnóstico del sector (un diagnóstico que, como afirman varios autores y personajes que aparecen en el libro, es un documento inexistente a la fecha y de manifiesta urgencia), sí contiene datos valiosos sobre cómo es que todo el sector —cada vez más amplio— se ha desarrollado y que, si bien el presupuesto público que se le destina se ha incrementado, podemos decir que eso solo se ha reflejado en un mayor caos en el sector que se manifiesta, de forma inversamente proporcional, en la calidad de los productos generados, dado que en el arte y la cultura predominan la improvisación, el amiguismo, la componenda política y la corrupción rampante.
Libro coyuntural (publicado en el momento adecuado y en el lugar preciso) por azares del destino, en él se nos hace ver, fundamentalmente, la necesidad de abordar tanto en el ámbito público como privado, con la mayor seriedad y urgencia posibles, todo lo referente a la cultura.
Obvio, este es un libro de lectura obligada para los funcionarios del sector y para los especialistas en la materia, y de gran utilidad para cualquier lector que quiera tener una noción cierta de lo que es la cultura hoy en el país. ~
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SERGIO GÓMEZ MONTERO (Morelia, Michoacán, 1945) estudió Literatura española y Filosofía en la UNAM. Periodista desde 1964, ha colaborado en Unomásuno, La Jornada y El Nacional. Ha trabajado en el INI en Ensenada y en la Universidad Pedagógica Nacional en Mexicali. Entre sus publicaciones se encuentran: Los caminos venturosos (1987), Historias de la guerra menor (1992) y Sociedad y desierto. Literatura en la frontera norte (1993). Dirige talleres literarios y es el autor de la antología de narrativa Tierra natal (1987).
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