Raúl Zurita,
Zurita, Aldus / Universidad Autónoma
de Nuevo León,
México, 2012.
De tierras y minerales,
óleo sobre lino,
110 x 110, 2013.
¿Es Raúl Zurita un poeta chileno? ¿Qué tanto de la realidad física, histórica y cultural de Chile está presente en su obra? ¿Resultan esenciales e insustituibles todos esos referentes para que su discurso artístico haya dado lugar a una de las obras poéticas más relevantes de las últimas décadas? Entiendo que, como categoría ontológica, “su chileneidad” o su chilenismo puede estudiarse y comprenderse —en una mejor perspectiva— en las coordenadas de la tradición de la poesía chilena. Esta aseveración, de ratificarse en el cotejo con otras obras del mismo género, solo ilumina ciertos territorios de su escritura, apenas si contextualiza algunos tópicos sociohistóricos significativos en su obra, además de resultar insuficiente a la hora de examinar a profundidad la gama de sus múltiples registros líricos, literarios y artísticos.
No obstante las limitaciones referidas, considero indispensable desdoblar el mapa de la tradición de la poesía de Chile y marcar algunos “accidentes” de su gesta lírica con el propósito de plantear ciertas conexiones con el trabajo del autor de Poemas militantes (2000). Dentro de todos los posibles paseos por tan singular geografía destaco un par de sistemas poéticos, tan notables y difíciles de obviar, pues poseen la misma escala que la cordillera de los Andes y el océano Pacífico. Me refiero a dos obras que inciden en la fundación mítica de Chile: las octavas reales de La Araucana de Alonso de Ercilla, y la épica americana del Canto General de Pablo Neruda, una suerte de confirmación de la fundación del bardo español.
Entre esas dos montañas verbales, la poesía de Raúl Zurita define intenciones, genealogía y correspondencia. En las sumas escriturales de estos tres poetas —Ercilla, Neruda y Zurita— se puede reconocer una memoria, una mitología, un imaginario y una historia colectiva, elementos que se sedimentan con los de otras corrientes y que, en su devenir temporal y espacial, arrojan en la desembocadura del presente un limo de variados brillos y minerales. Sin embargo, vuelvo a insistir, más allá de esta portentosa mitología, en ese encuadre nacional, ¿no acotamos y sustraemos los elementos más relevantes de la escritura de Zurita, es decir, sus nuevos conceptos de poema y de libro de poemas, la interrelación de la palabra con significantes visuales y táctiles como la fotografía y la escritura braille, la deconstrucción del hablante lírico, a veces travestido o borrado por una voz objetiva y omnisciente, la revisitación de un pasado histórico con variantes y apropiaciones de la biografía íntima del autor, trasvasados a sus poemas con diferentes niveles de significación entre otros tantos asuntos?
Con la publicación de Zurita (2012) la bibliografía de Raúl Zurita despliega, de manera alternada y complementaria, un zoom que nos ofrece un acercamiento y una panorámica sobre sus obsesiones capitales: su historia familiar; los sucesos previos y posteriores al 11 de septiembre de 1973; los estragos, las muertes y las resurrecciones físicas y simbólicas de su generación en los años de la dictadura militar, las utopías provisionales cifradas en los paisajes de la geografía chilena y en el amor o las realidades oníricas cargadas de exorcismos y de avistamientos hacia lo terrible y entrañable. En su flujo narrativo de dimensión amazónica, esta reciente entrega solo es comparable con La vida nueva (1994), aquella compilación de sueños y pesadillas transcritos y trastocados por Zurita —tocados por la gracia de la palabra en el tiempo— durante una temporada en el campamento Raúl Silva; sin embargo, más allá de ese parecido cuantitativo este nuevo volumen emprende un viaje de retorno por varios de los pasajes y personajes de sus anteriores libros.
En cierto modo, la saga Zurita se revela como un libro-recapitulación. En esa perspectiva, su “novela” autobiográfica El día más blanco (1999) resulta para varios apartados un correlato que define y da cuerpo a algunos de los personajes del libro de poemas, pienso en la abuela y, sobre todo, en el padre, el gran ausente. En su desplazamiento hacia el pasado, el poeta levanta de las ruinas una serie de esquirlas o trozos de memoria con la que intentará una nueva puesta en escena de aquellos años funestos. Lejos de las posibles glosas de los poemas o de la reutilización de estructuras formales o de los registros fonéticos o de los esquemas dramatúrgicos utilizados en libros como Anteparaíso (1982), Canto a su amor desaparecido (1985) o Canto de los ríos que se aman (1993), la aventura poética toca otras bandas, trae a cuenta nuevos referentes, actualiza desde el presente la visión funeral del pasado y nos entrega, inevitablemente, una galería de espanto y humillación sin posibilidades de exorcismo, con la sola variante de enhebrar mínimos atisbos de “luz no usada” donde nos es dable confiar en el otro aunque sea de manera transitoria.
Si en la segunda mitad del siglo XIX, Walt Whitman levantó el inventario de prodigios de la era democrática, al tiempo que liberaba la sensualidad del cuerpo y los interrogatorios del alma, uno de sus sucesores, Pablo Neruda, intervino la historia y los mitos de la América hispánica y propuso, con su epopeya sinfónica, una refundación de todos sus pueblos a partir de la poesía. En nuestros días y noches, Raúl Zurita, situado en el polo opuesto de la celebración y del credo en el futuro, desde su inicial Purgatorio (1978) hasta la edición mexicana de Zurita (2012) ha tramado la crónica, y al mismo tiempo la tragedia, de nuestros días, cantando los desastres y las humillaciones, pero también los actos de fraternidad y amorosa consonancia entre los hombres. Con una vocación de navegante a contracorriente, Raúl Zurita ha escrito una serie de himnos al amor, a la amistad, a la naturaleza y a la dignidad de los mortales como una suerte de restitución frente a nuestra terrible orfandad, en una etapa de la civilización occidental de innumerables imposturas y de engañoso esplendor. A la manera del modelo dantesco de la Comedia, el poeta chileno nos llevará de nueva cuenta a mirar la bóveda de estrellas; una vez que el rastro de nuestros pasos, por los reinos del dolor eterno y de la penitencia, formen un camino, crecerán los futuros pastizales, ahí, a su vera, donde jugarán los niños y pastarán las vacas de una nueva vida. ~
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ERNESTO LUMBRERAS ha publicado los libros de poesía El cielo y Encaminador de almas y la colección de ensayos Del verbo dar. Emboscadas a la poesía. En 1992 ganó el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes por su libro Espuela para demorar el viaje. En 2008, Editorial Aldus publicó Caballos en praderas magentas. Poesía 1986-1998.