Comienzo a escribir estas líneas justamente después de leer una de las tantas aberraciones escritas a manera de mensajes en Facebook (sí, también soy víctima), lo que me lleva a cuestionarme si no estaré siendo demasiado rudo con el autor en cuestión y el resto de su generación, en un abuso de purismo y ortodoxia exacerbado, al desdeñar un texto que podría ser el inicio de algún nuevo tipo de maravilloso lenguaje que no he logrado comprender.
En el beneficio de la duda, intento darle ecuanimidad a mi ira e imaginar alocadamente que probablemente Miguel de Cervantes sentiría lo mismo si hubiese reencarnado a mediados del siglo XX, leyera muy por fuera alguna novela de García Márquez o Vargas Llosa y viera la evolución que ha tenido el español hasta nuestro días como una aberración o una malformación, en el supuesto, claro, de un ejercicio incompleto que dejara atrás el fondo y observara solo la forma escrita, tan diferente ya a la lengua romance que se hablaba en su momento.
Sin embargo, pienso que Cervantes inmediatamente se percataría del genio de estos dos grandes de la prosa latinoamericana, al ver la vastedad infinita de su lenguaje, cualidad que en el caso que propongo no existe.
Ya inmerso en este ilusorio contexto, le contaría al novelista que en el año 2013, el castellano presenta un abandono constante por parte de sus hablantes, sobre todo de su segmento más párvulo. Le diría que esta malformación ha llegado a tal grado que, en la actualidad, millones de jóvenes y millones más de adultos en Hispanoamérica utilizan regularmente solo 250 de los aproximadamente 100 mil vocablos existentes, un pasmoso 0.03% del total disponible. Esto de acuerdo a un cálculo que hizo la Real Academia Española en 2010.
Le platicaría que si bien, a diferencia de su época, el analfabetismo prácticamente ya no existe, esta gran mayoría de gente que en términos teóricos sabe leer, no lo hace nunca y la que lo hace lee basura. Le plantearía la paradoja que implica que en un mundo cada vez más complejo e interconectado en sus relaciones y procesos, el lenguaje, que es imagen de lo que se piensa, sea cada vez más simplificado.
¿Qué determina esto? ¿Por qué la sociedad empobrece su lenguaje y con ello su pensamiento?
Como argumento inicial apuntaría que una de las grandes culpables ha sido la implantación gradual del consumo mecánico como factor clave para lograr la felicidad existencial, idea que persistentemente se ha ido estableciendo en la psique de la sociedad a través de una certera e implacable estrategia mercadológica y publicitaria difundida a través de los medios de comunicación.
Esta mancuerna siniestra —el medio de comunicación que fabrica el mensaje consumista como clave de progreso personal, social, cultural, y la herramienta tecnológica que lo disemina con precisión absoluta— ha desterrado de la cotidianeidad del individuo los factores reales de potencialización del conocimiento que teóricamente podrían contraponerse a esa idea.
La educación grecorrenacentista, multidisciplinaria y conceptualmente profunda en todas las esferas y campos del conocimiento ha sido abandonada y sustituida por una nueva “formación” que solo adoctrina y nutre en torno al uso compulsivo de lo high-tec y la compra de bienes materiales. El resto de los elementos filosóficos que tengan por objeto humanizar en la sentido amplio de la palabra son vistos como algo obsoleto o una pérdida de tiempo, ya que el paradigma actual de lo que es “maximizar” el disfrute de la vida se basa solo en el consumir de manera obsesiva y autómata para intentar saciar estos enormes, cada vez mayores, vacíos existenciales.
Paradójicamente, el fenómeno se exacerba aún más en un mundo en donde el modelo económico que finca ese sistema está comenzando a dar sus primeros signos de resquebrajamiento e implosión. Esto ha propiciado que un número cada vez mayor de personas, que antes podrían gozar de todos esos satisfactores materiales, vean cada vez con mayor incertidumbre el seguir accediendo a estos privilegios, lo cual a su vez genera un sentimiento de pérdida, desorientación y desmotivación e incentiva aún más el deseo de evasión y escape.
Así, la vida deja de ser vivida para mejor verla representada en los pocos que aún pueden y que fungen como referentes del éxito material. En este vodevil, el esfuerzo intelectual ha sido abandonado, ya que lo que hoy en día impera es un ser humano que habita un homogéneo conformismo existencial y que se nutre de una manera muy básica, a través de la autocomplacencia de los sentidos.
Hay que dejar en claro que la tecnología per se no es buena ni mala ya que hasta el momento no tiene consciencia. Sin embargo, una de las consecuencias negativas de su uso ha radicado en que la comodidad que genera, tan a la mano y a mansalva, ha reducido los espacios con que contaba el cerebro humano para potencializar la cognición, aletargándolo.
La tecnología actual está diseñada intencionalmente para el disfrute de los sentidos, la alienación a favor de las formas y el abandono de los fondos. En consecuencia, lo que hoy impera es una mentalidad basada en el placer cortoplacista de lo material. Se vende la falsa idea de que el que tiene la capacidad económica para acceder a lo material es feliz.
En esta dinámica, lo que cabe en la categoría de moda de consumo tiene que tener la cualidad de ser (a) “novedoso”, (b) masivo (para imponer tendencia), (c) fácil, (d) rápido, (e) efímero y (f) desechable para quien pueda comprar el objeto, que inmediatamente sustituirá a lo ya “obsoleto”.
Lo anterior ha provocado que, al vacío existencial de vivir a través de lo que se tiene y no de lo que se es, se agreguen otros vacíos, como el sentimiento de carencia y el estrés que produce la presión social de sustituir lo que para el estándar tecnológico o material está pasado de moda.
Hemos creado una gran especie homogénea y gris de compradores compulsivos de dispositivos tecnológicos, dependientes de una élite creativa que los produce y que controla al resto de la sociedad exacerbando precisamente esos impulsos, a través de una perversa y certera estrategia mediática. Por ende, la profundidad conceptual en el uso del lenguaje y la escritura han disminuido notablemente, ya que bajo el rol pasivo que juega el individuo, estas herramientas no le representan utilidad alguna.
Los nuevos roles laborales y educativos tampoco ayudan. En el mejor de los casos, los que acceden a ser “educados” son preparados a manera de ejércitos funcionales bajo la demanda de un sistema que busca ante todo la especialización y la segmentación máxima del conocimiento: nos alejamos de nociones fundamentales como la integridad en las ideas y la complementariedad en las profesiones, modelos que son ya obsoletos para un mundo que solo prepara “engranajes” a la medida.
Las ideologías han sido desterradas y separadas de sus causas porque, bajo el paradigma actual, son vistas como elementos perturbadores de un sistema político, económico y social que ha dejado de pensarse a sí mismo y que basa su funcionalidad y permanencia en lo pragmático.
El sistema político actual es emblemático de esta situación. Al igual que la cultura y las artes, se ha trivializado y banalizado a niveles que rayan en lo absurdo, debido a un desgaste paulatino en los eslabones de interacción que unen a los gobernantes con sus gobernados, lo cual, finalmente, ha roto el sistema de contrapesos integrado por estos dos elementos.
Estos huecos y vacíos de interlocución entre los distintos actores y sectores que integran la vasta y compleja red social han sido cooptados por los medios de comunicación, que se han apropiado de los conectores y se han convertido en factótum y en los intermediarios obligados por donde dichas relaciones se deben de filtrar.
El bombardeo constante de la imagen frívola, hueca y sin concepto reduce los espacios de la capacidad de expresión y achica el pensamiento; y ese empobrecimiento intelectual y verbal le hace mucho mal al sistema democrático.
Además, el marco ético también se ha vuelto difuso, al carecer la sociedad actual de una capacidad conceptual profunda que le permita discernir la realidad. Esta situación ha incentivado como nunca antes que los estratos más empobrecidos de la población caigan en las manos del crimen o la violencia para poder acceder, a como dé lugar, al mundo de los “privilegiados”.
Por todo lo anterior, hoy más que nunca resulta imperante una reconfiguración del sistema económico, cultural, social y educativo, acompasándolo con un modelo humanista profundo que funja como pilar de un nuevo renacimiento filosófico y genere toda una nueva escala de valores que suplante los actuales, permitiéndole a la especie humana reeducarse y reencontrarse consigo misma.
La historia de la humanidad ya ha pasado por estas etapas, esto no es algo nuevo. Ante el agotamiento actual del modelo, es indudable que el oscurantismo del consumo tendrá que reconvertirse necesariamente en un nuevo periodo de luces, en donde precisamente herramientas valiosas como la tecnología coadyuven a la humanidad a impulsar sus valores esenciales de convivencia.
Miguel de Cervantes nos lo agradecerá
Está muy interesante. De hecho la tecnología, así como lo fue para la música el sintetizador y demás herramientas, así tendr´´ia que aporvecharse para la escritura y la literatura, de tal manera que se potencien todas ellas en algo mucho mejor y donde tambén te permita abarcar más textos e inventarios de la buena literatura… citas, referencias, etc. o bien que facilite el desarrollo de los buenos intelectos en su proceso de expresar valiosas ideas, propuestas y su visón artística y crítica de su sociedad.
Precioso artículo; bien escrito y objetivo.
Lo grave es que se trata de una hermosa expresión de deseos,muy válida a tu edad.
Cuando tuve tus años pensaba igual y si me remonto a Sócrates él también pensaba lo mismo. ¿Será cíclico? Creo que sí. Lo importante es recordar el tango: «Uno busca lleno de esperanzas…» Casualmente a esas esperanzas no hay que claudicar a pesar del realismo que no es mágico como en Macondo sino terrible como lo demuestra la política internacional de hoy. Pero, mi querido Martín, no te preocupes; tú sigue adelante con ideas frescas y optimistas. Seguramente Cervantes te lo agradecerá ya que…el Quijote está vivo!