Una de las tareas más conocidas del Instituto Nacional de Estadística Geografía (INEGI) es realizar los Censos y Conteos de Población y Vivienda de los habitantes del país. Durante el último, yo me encontraba en la ciudad de México y después de que la encuestadora terminó de hacerme las preguntas del cuestionario, yo tenía muchas ganas de formularle una: ¿por qué no me había preguntado si yo era hablante de una lengua indígena? Yo sabía que el cuestionario contenía esa pregunta en específico. Por respuesta obtuve otra pregunta: “¿De verdad usted habla una lengua indígena? Es que pensamos que en estas colonias de la ciudad de México solo hay hablantes de español”. Bajo esta lógica me pregunto cuantos hablantes de lenguas indígenas en contextos urbanos no habrán sido contabilizados porque simplemente no se les formuló la pregunta. ¿Cómo se define que en determinada colonia no hay hablantes de lenguas indígenas? Sospecho que los prejuicios juegan un papel importante.
La información que los censos han dado sobre los hablantes de lenguas indígenas ha dejado mucho que desear. Si observamos los datos sobre lenguas a través de distintos Censos podremos ver que son un reflejo de las políticas lingüísticas del momento. Sin embargo, antes de ponernos a cuestionar estos resultados sería importante discutir de dónde surge la necesidad de contabilizar a los hablantes de lenguas indígenas. Esta iniciativa no ha surgido de las propias comunidades de hablantes sino del Estado mexicano pues, para poder diseñar políticas lingüísticas adecuadas, es necesario contar con información actualizada y detallada de las comunidades de hablantes.
La Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas de México (que entró en vigor en marzo de 2003) indica claramente en su artículo 4 transitorio que “el primer censo sociolingüístico deberá estar levantado y publicado dentro del plazo de dos años contado a partir de la entrada en vigor de este Decreto. Los subsecuentes se levantarán junto con el Censo General de Población y Vivienda”. A pesar de las buenas intenciones y del plazo que marca la propia ley, estamos lejos de contar con un censo sociolingüístico adecuado para conocer más las condiciones de los hablantes de las lenguas indígenas de México. El diseño de un censo sociolingüístico y su aplicación resultan muy costosos desde muchos puntos de vista; alguien entendido en el tema me contaba que incorporar una sola pregunta al Censo General de Población y Vivienda costaba muchos millones considerando todo el proceso completo, desde la formulación, las pruebas, el entrenamiento de los encuestadores, la aplicación a nivel nacional, la captura y el procesamiento final. Sin embargo, a pesar de los costos, es muy necesario que se realice este censo sociolingüístico de manera que los diseñadores de políticas públicas aplicadas a las lenguas indígenas y a la diversidad lingüística en general tengan información adecuada para poder hacer bien su trabajo. Los datos que un buen censo sociolingüístico nos puede arrojar serían muy valiosos para el fortalecimiento de las lenguas y para la planeación lingüística en general.
Sin embargo, al parecer habrá que seguir esperando, habrá que conformarse por lo pronto con los datos que los Censos de Población y Vivienda nos pueden dar y que no son muy precisos. Hace algunos años, trabajando con datos del INEGI me di cuenta de que aún se cometen errores determinantes, entre ellos la confusión entre popoloca (lengua de la familia lingüística otomangue) y popoluca (de la familia Mixe-zoque) arrojaba una importante diferencia numérica, sobre todo cuando se trataba de personas que vivían fuera de las comunidades de habla. Como éste, se pueden enumerar muchísimos problemas con respecto de la información lingüística que arrojan los censos generales.
Un censo sociolingüístico en específico podría ayudarnos no solo a tener información sobre el número de hablantes sino de también de la situación social en la que se encuentran las comunidades, de las actitudes y valoración antes las propias lenguas, del estado de los derechos lingüísticos, de la vitalidad y de los espacios de uso y de mucha más información valiosa. Esperemos que pronto sea posible.
Mientras, otras opciones se presentan como caminos más viables. ¿Por qué no impulsar censos sociolingüísticos comunitarios? Dentro de cada comunidad de habla, los hablantes podemos organizarnos y diseñar una encuesta más adecuada que responda a nuestras propias preguntas y necesidades, un cuestionario que puede aplicarse en las propias lenguas en cuestión y que los miembros de la comunidad pueden perfeccionar con el conocimiento propio sobre el medio. Los censos sociolingüísticos comunitarios pueden dar una idea más precisa del estado de una lengua en cada comunidad y para eso la propia dinámica organizativa de cada pueblo puede ser suficiente. En el caso de las lenguas indígenas en contextos urbanos, otras posibilidades pueden ser planteadas. Después de todo, el fortalecimiento y la revitalización de las lenguas indígenas pueden estar, y de hecho está, en las propias comunidades de habla.