¿Cuántas voces somos, Ezra? ¿Cuántas te siguen conversando, maestro Pound?
Sois muy ociosos cantos míos, temo que vais a acabar mal.
Se ha hablado mucho de la voz. No de cualquiera, se ha hablado de La Voz. Se ha dicho que las musas la enuncian o que es la Diosa Blanca quien susurra sus palabras. Para Robert Graves no existe poeta auténtico desde Homero, que no haya registrado su experiencia: “Se podría decir que la prueba de la visión de un poeta es la exactitud de su visión de la Diosa Blanca y de la isla en que gobierna. El motivo de que los pelos se ericen, los ojos se humedezcan, la garganta se contraiga, la piel hormiguee y la espina dorsal se estremezca cuando se escribe o se lee un verdadero poema, es que éste es necesariamente una invocación de la Diosa Blanca, la Musa, Madre de Toda Vida, el antiguo poder del terror y la lujuria, la araña o la abeja reina cuyo abrazo significa la muerte”.
Leyendo a Pound tengo el vislumbre de infinitas criaturas que buscan conquistar un mundo que era suyo: se trata de las voces que somos y alejamos por temor.
Árbol eres, musgo eres, eres violetas con viento sobre ellas, una niña –¡tan alta!– tú eres, y todo esto es locura para el mundo.
Y en otro tiempo pudieras darle voz al alma de la momia Nikoptis: “He acechado estos cinco milenios, y tus ojos muertos no se han movido … mira, la leve hierba brotó para hacerte de almohada, y te besa con sus miles de lengüitas de hierba …”.
Y aunque fue Robert Browning quien trajera a la poesía las voces de la historia, otra cosa muy distinta es darle paso a identidades que viven en lo más profundo del alma colectiva, esa que compartimos con Pound. ¿Quién se ha atrevido a explorarla?
Muchos han viajado a las zonas más oscuras del ser. Algunos habitan allí. ¿No es la locura residencia permanente en el mundo de las voces? La sinrazón permite observar lo arbitrario del orden, umbral a la intuición de soluciones distintas. ¿Cómo se relaciona ese terreno con la creación poética? Alejandra Pizarnik nos lo cuenta en El verbo encarnado: “Aquella afirmación de Hölderlin, de que la poesía es un juego peligroso, tiene su equivalente real en algunos sacrificios célebres: el sufrimiento de Baudelaire, el suicidio de Nerval, el precoz silencio de Rimbaud, la misteriosa y fugaz presencia de Lautréamont, la vida y la obra de Artaud… Estos poetas, y unos pocos más, tienen en común el haber anulado –o querido anular– la distancia que la sociedad obliga a establecer entre la poesía y la vida”.
La genialidad raya con la insania porque ésta última no es sino la imposibilidad para encontrar un punto en el que pueda anclarse el sentido. Ella permite observar la realidad descoyuntada y rearmarla de nuevo. Los genios la recomponen exponiéndose a las voces, y más allá de ellas, a la nada. Ezra Pound fue un genio y un loco. Su poesía es un viaje visual hacia el infinito adentro que retrata su trayecto.