¿Cuáles son los intereses y pasiones que apuntalaron al régimen más cruel que ha existido hasta la fecha? Por el lado de las pasiones, el resentimiento, y por el lado de los intereses, que en Alemania existía la posibilidad de hacerse de las propiedades de otros si se les señalaba como enemigos. Pero en el fondo, está la búsqueda de un pueblo necesitado de certezas, deseoso de un hombre fuerte que solucione los problemas de una vez (aun reduciéndolos u ocultándolos). Sin importar que para ello deban encontrarse chivos expiatorios para ofrecerlos en holocausto.
Claro que Felipe Calderón no es Hitler pero, al igual que él, imaginó un país en el que no existieran manchas. Calderón las identificó con el narcotráfico. Siempre valdrá la pena recordar las “razones” de Alemania porque una vez en guerra, el pueblo necesita sacrificios.
Luchino Visconti dirigió Los Malditos en 1969. La historia tiene lugar en el seno de la familia Essenbeck, cuyo patriarca es dueño de una de las acereras más importantes. Una noche, antes de la cena, llega la noticia de que está ardiendo el Reichstag: es el 27 de febrero de 1933, apenas hace un mes que Hitler había llegado al poder. Del incendio del Congreso se culpa a los comunistas, aunque todo mundo lo sabe un pretexto para anular los derechos individuales y declarar estado de excepción. La dictadura comienza y la lucha en el seno de la familia también, pues el abuelo no es grato a los ojos del poder.
El encargado de intrigar a cada uno a uno de los familiares es un miembro de la SS, pero en él debemos escuchar la voz profunda del nazismo alemán; una razón perturbada, una interpretación demasiado libre del superhombre que evoca la transmutación de todos los valores. Su primera víctima es un funcionario de la confianza de la familia, sin otro nombre que el ganado en la empresa. Esa misma noche, asesina al patriarca Essenbeck; el homicidio será la oportunidad para hacerse de lo que cree que se ha ganado. Muerto el patriarca, los familiares toman posiciones de ataque. De un lado, uno de los hijos, quien pertenece a la SA -uno de los brazos armados que llevaron a Hitler al poder. Del otro, la madre del heredero de la mayor parte de las acciones de la empresa. Ninguna filiación es suficientemente importante. Incluso los valores entre madre e hijo se vienen abajo en el marco de los nuevos antivalores del nazismo. Todo retrata la corrupción, la apropiación y el hurto de los lugares generados por el propio nazismo: si nada pertenece sino a quien sepa apropiárselo, entonces tampoco la genealogía queda a salvo, la madre de uno de los protagonistas puede ser ahora la mujer de este. Los lugares se derrumban.
La película recuerda en muchas de sus escenas otra gran obra sobre el nazismo, con su Roma Ciudad Abierta, Roberto Rossellini retrató la corrupción de los valores en la policía nazi de la ocupación en Italia. Pero si para Rossellini había un pueblo íntegro y honesto dando cara a los nazis, para Visconti no hay esperanza, todo ha sucumbido al poder corruptor.
Y, en este punto, detecto un problema pues aunque esta obra sea un gran fresco de lo sucedido antes y durante la Segunda Guerra Mundial, no nos lleva muy lejos en la explicación de las razones del pueblo alemán y, en consecuencia, corre el peligro de naufragar en la denuncia frívola de la “pérdida de los valores”. Al igual que los nazis, Visconti pareciera culpar a alguien, en esta ocasión al superhombre. Es por su culpa, y por el abandono de las viejas creencias, que el hombre pierde el rumbo. Pero esta idea es de raigambre conservadora, como si fuera posible volver al paraíso perdido.
Si la Alemania nazi es un modelo para toda salida fácil respecto de los problemas sociales es por su señalamiento de culpables, lo que tiene que ver con una necesidad populista de que alguien pague la factura. Actuamos como si la maldad tuviera origen preciso: allí está toda, reducida a una cucaracha. Los seres humanos se encuentran angustiados, temerosos ante la nada y el sin sentido de la existencia. Como es imposible vivir así, encapsulamos el miedo en ciertas fobias: ratas, gatos, palomas, gitanos, homosexuales, judíos, drogadictos, cualquier conglomerado es útil si lo que se necesita es ocultar la angustia en algún sitio.
Hoy en México, aunque parezca mentira, hay quienes defienden la estrategia de Calderón, quien actuó como lo haría un emperador romano metiendo al circo a 80,000 personas para verlos morir. Los narcotraficantes, al igual que los judíos, gitanos y homosexuales de Alemania, son las brujas de nuestra historia y hay quien desea su sangre. ¿Qué habría pasado si en vez de pelear con los hábitos de consumo de cientos de miles de ciudadanos norteamericanos y mexicanos, se hubiera luchado contra el secuestro y la extorsión?
Estados Unidos y Colombia se dirigen a legalizar paradisiacos cultivos de cannabis y cadenas de otras drogas duras, pero aquí hay quien ha querido muertos a nuestros productores, que a su vez defienden como pueden lo único que tienen.