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Manual para zurdos
Cultura | Este País | Manual Para Zurdos | Claudio Isaac | 01.11.2013 | 0 Comentarios

Eric, aguafuerte, aguatinta y barniz blando, 37 x 48, 2013.

Eso no le queda a usted

Habrá quien reniegue de esta época en que proliferan los asesores de imagen para los políticos, considerando que los de antaño “eran más auténticos”. Con esa frase evoco la figura de Maximino Ávila Camacho y no creo preferir el pasado, aunque en su pintoresquismo fuese más espontáneo. Entre los logros atribuibles a los asesores están, por ejemplo, los del vestuarista de López Obrador, que sustituyó por camisas blancas y blazers azules o negros la afición del tabasqueño por el beige en las camisas y café en los sacos, que le daban un aire de carmelita descalza. (Del mismo modo, un voto en contra para aquellos que le permitieron posar para un video con uniforme de beisbolista de talla notoriamente ajustada y unos lentes oscuros con los que solo Marcello se salvaría de verse siniestro y, claro, me refiero a Mastroianni, no a Ebrard). A media campaña presidencial, algún experto le vetó al candidato Peña Nieto la costumbre de unir el índice con el pulgar, mientras los demás dedos permanecían alineados con la palma de la mano, ademán con que muy a menudo enfatizaba pasajes de un discurso pero daba la impresión de estar sosteniendo un escapulario guadalupano y afirmando “se los juro por esta”. En ambos casos, se le resta peso religioso al personaje. Supongo que también fue gracias a algún asesor sagaz que dejó de propagarse la exclamación puesta de moda por Santiago Creel en Gobernación: “Eso no se vale…”, como si en lugar de árbitro fuese el peón victimado y la vida política fuese un juego de párvulos en el patio de la primaria, que es donde nació esa expresión de desconsuelo impotente. Lejos de creer que se establece aquí un mero cambio superficial para engañar al público, diría que el político se educa desde la forma; desde la imagen es factible cambiar el interior y hasta la doctrina: cualquier visión holística sugiere que existe un nexo orgánico entre el afuera y el adentro, como entre la piel y los órganos internos.

Jergas y demás

En una página vecina, el colega Ricardo Ancira ha dedicado líneas brillantes a los eufemismos que invaden la comunicación verbal de nuestro país, centrándose en lo que ocurre en el orden político. Sus observaciones bien podrían complementar ese ensayo magistral de George Orwell titulado Politics and the english language, en donde describe esa secuencia viciosa en la que un lenguaje corrompido por la demagogia empobrece las ideas y de las ideas empobrecidas solo puede emanar un lenguaje aún más degradado, haciéndose así una espiral al infinito. Si bien la estulticia y la hipocresía de la política causan estragos en nuestra habla y nuestra manera de pensar, los lenguajes especializados de otras áreas y otros oficios también hacen su significativo daño. Por ejemplo, en la publicidad. Y no me refiero a las aberraciones de los mensajes comerciales creados por los publicistas, sino a la jerga utilizada por estos en su propio medio. Claro, ellos son tan finos (y encaminados a serlo aún más) que se ofenderían con la palabra jerga, prefiriendo que la sustituyéramos por metalenguaje. Pues sí, cuando uno visita una oficina de publicidad se percata de que a los extras contratados para un comercial les llaman “el talento”, por supuesto que sin siquiera calcular el efecto humillante sobre estos personajes tratados como bultos de relleno. Y luego se descubre que con todo impudor aquellos que conciben las campañas se autonombran “los creativos”. Pero hablar mal de ese gremio es ya trillado. Podemos fijar la atención en un grupo más reciente, el del arte contemporáneo. Cuando el hijo de un instalador o artista mulitmedia raya con crayolas las paredes de la sala, supongo que debido a la jerga en boga el comentario de la madre calmando el desconcierto de las visitas será algo como: “Les aviso que Juanito acaba de intervenir la sala”.

Frase del mes

“Para actuar sabiamente no basta con ser sabio”.

Fedor Dostoyevski

Teoría

Una especulación harto arbitraria me llevó alguna vez a concluir que cuando Emilio Azcárraga le compró su parte de Televisa a Miguel Alemán y otros socios, para no desequilibrar la finanzas internas y sacar pronto a flote la empresa ya enteramente suya recurrió a un programa diario de seis horas o más, a cargo del conductor Nino Canún, hoy refugiado en la radio. La emisión cubriría enteramente la barra matutina del Canal 2 y así se ahorrarían la producción de unas seis series distintas. El programa en vivo se grabaría en locaciones itinerantes, casi todas aportadas por una delegación o municipio por ser debates de supuesto interés social. Un panel con siete u ocho invitados, moderados por Canún, estaría frente a un auditorio con asistentes de las diversas comunidades recorridas. La clave del asunto consistía en que el panel jamás contara con un solo experto en el tema del día, de tal suerte que los argumentos nunca serían contundentes o conclusivos, y así el debate se podría prolongar por lo menos las seis horas deseadas. De haber habido un doctor cuando se trataban cuestiones de medicina o un arqueólogo cuando se discutía el destino del patrimonio prehispánico del país, el peso de un juicio docto hubiera dado pronto fin a la retahíla de opiniones infundadas y subjetivas. La efervescencia de la joven democracia en México parece, en muchas áreas, debido a la charlatanería y mala aplicación, haber tomado el rumbo desaforado e irracional del programa de Nino Canún, donde a cualquier quejumbre baladí se le concedía el mismo rango que a un pensamiento crítico serio. Y el advenimiento de las redes sociales solo exacerba todo. Al menos Nino respondía a un propósito concertado.

Reconocimiento

Hoy en día, casi solo por quedar bien con el espíritu de la época, cualquier programa televisivo dedica minutos estériles a la lectura de comunicados hechos por vía de las redes sociales. Habría que reconocer que antes de que estos medios electrónicos existieran, Nino Canún destacaba como el único conductor (fuera el célebre antecedente excepcional del prehistórico y magnífico Humberto G. Tamayo) que leía al aire los mensajes telefónicos del público, ya fueran entusiastas o furibundos. De esta manera, el señor Canún participaba ante la cámara que algún miembro del teleauditorio había expresado: “Nino, tu corbata parece del payaso Pirrín”. Leía el mensaje de intención insultante con admirable buen ánimo, sin sospechar que las majaderías de antaño se tornarían color de rosa en contraste con las bestialidades soeces que desde el anonimato del Twitter se profieren en nuestra era, caracterizada por el abuso del plebiscito.

R con r cigarro

Durante el siglo pasado emigraron a México por oleadas significantes cantidades de ciudadanos japoneses dedicados a la floricultura y la jardinería. Muchos se establecieron en la ciudad de Cuernavaca y sus alrededores, dada la cantidad de extensos jardines que requerían cuidado especial. Los japoneses se convirtieron, con toda justicia, en autoridad local del tema y su influencia llegó a tal grado que hoy existe en el estado de Morelos algún colegio que oficialmente se llama Framboyán, siendo que el vistoso árbol es flamboyán (del francés flamboyant: ‘flama avispada, alegre’). El hecho se explica por la dificultad de los japoneses para pronunciar la r occidental, que suelen articular como l al revés del caso de los chinos, quienes típicamente pronuncian la r como l (el lugar común xenófobo dictaría: unos dicen “frores de corores” mientras los otros “comel aloz”). De ahí framboyán, que queda como un testimonio de las penurias del grupo de emigrantes del Japón para domar el castellano. Fuera de esta curiosa errata lo que han dejado es una descendencia admirable y una influencia edificante respecto al cultivo de la tierra. El estereotipo nos dicta que aquellos son proclives al harakiri, cuando los verdaderos suicidas en masa somos nosotros, que tradicionalmente despreciamos y destruimos plantas y árboles.

Fantasmas, exorcismos

En ese tesoro irrepetible que es La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, la segunda esposa de Juan Sebastián Bach describe cómo este hombre que poseía “ojos oyentes” e irradiaba “una mezcla maravillosa de grandeza y humildad”, se sentaba en las mañanas al clavicordio para componer, pero antes de ello soltaba la mano interpretando alguna partitura de Vivaldi o Buxtehude para irse aproximando a la inspiración propia. En nuestra cultura contemporánea, trátese de un músico, un pintor o un poeta, lo que atestiguamos son dos caminos extremos: ya sea que los autores borran meticulosamente los rastros de sus influencias con tal de parecer del todo originales, o descaradamente apelan a lo que ahora (de nuevo la jerga) se da en llamar apropiación y a la luz del día hurtan trozos íntegros de su modelo. Si se exorcizara el fantasma de las influencias y estas se asumieran abiertamente, como en tiempos de Bach, la característica más habitual del proceso creativo sería considerada natural e incorporada a la fluidez del mismo, en lugar de estar preñada de rasgos criminales.

Espejo

Coincido con la evaluación crítica que coloca el libro Salvador Novo: Lo marginal en el centro entre lo mejor de Carlos Monsiváis. Da la impresión de que la intensidad del texto está dictada por una condición de empatía que raya en el autorretrato. Para ilustrar tal afirmación, basta con leer el siguiente párrafo:

Como en muy pocos casos, en el suyo es perfecta la unidad entre persona y literatura, entre frivolidad y lecciones de abismo, entre operaciones de sobrevivencia anímica y decisión de sacrificar la Gran Obra (para la que se halla especialmente dotado) por el placer de verse a sí mismo, el expulsado, el agredido, en el rol del gran espejo colectivo, no el principal, de ninguna manera el último.

Encuentro particularmente escalofriante la evidencia de esta lucidez que no solo delinea agudamente el perfil de Novo sino que esclarece a Monsiváis con sus complejas abdicaciones.  ~

_______

Escritor, artista plástico y cineasta, CLAUDIO ISAAC (1957) es autor de Alma húmeda; Otro enero; Luis Buñuel: a mediodía; Cenizas de mi padre, y Regreso al sueño. Su novela más reciente se titula El tercer deseo (Juan Pablos Editor, 2012).

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